KT Tunstall
"And my heart hit a problem, in the early hours,
So I stopped it dead for a beat or two.
But I cut some cord, and I shouldn't have done it,
And it won't forgive me after all these years."
Black horse and the cherry tree
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Me asombra cómo ha crecido este tinglado en apenas, digamos, tres años. Casi parecería que a día de hoy todo el mundo tiene un blog y aquella pregunta del "estudias o trabajas" tan antigua ya, tendría que sustituirse por el "blogueas o no blogueas", para pasar a la siguiente pregunta, "qué tipo de blog es el tuyo, dónde se encuadra, cómo se clasifica". Porque los blogs a día de hoy ya no son meramente anónimos, sino que tienen nombre y apellido, y no necesariamente el de sus autores.
Cada vez más abundan los blogs de contenido erótico-sexual, bastante aburridos. Me corrijo, no pretendo ofender a nadie, en el hipotético e improbable caso de que la ofensa quepa, así que diré que yo los encuentro tremendamente aburridos. El sexo como espectáculo (léase la pornografía) me aburre, y la delgada línea que separa el buen gusto y el erotismo de los comentarios bizarros y fotos explícitas hasta el punto de que yo las calificaría como ginecológicas, es muy delgada y en exceso traspasada, en mi no humilde opinión obviamente.
En cambio encuentro mucho más divertidos los dedicados a la moda, tendencias y complementos, en este orden, y esta última semana he hecho un delicioso descubrimiento en forma del blog de una chiquita de edad imprecisa, aunque me apuesto lo que no tengo a que tiene menos edad de la que aparenta (unos 30) dedicado a la moda en general y a sus trapitos en particular. Básicamente lo que se muestra en él es a la autora en diversas poses en lo que parece ser el vestíbulo de su casa, pues el escenario se repite invariablemente fotografía tras fotografía, mostrándonos su vestuario con todo lujo de detalles, marca, lugar de procedencia, fecha de compra, y lo mismo exhibe su última adquisición Zarera (sus compras como las mías son muy de andar por casa) que nos muestra un vestido con dos opciones, botas blancas o botas negras, para que el estimado lector vote y elija qué combinación es la más adecuada. Uno de sus últimos post estaba dedicado a las cenas de empresa y posaba luciendo tres modelos diferentes para que en justa votación se eligiera cuál era el más adecuado para que ella lo luciera esa noche. El ganador, como dato curioso, fue un vestido de Zara (cómo no) y que yo también poseo.
Que cada cuál usa su blog para lo que le venga en gana es algo obvio, pero me resulta terriblemente turbador aunque yo no me pierda sus actualizaciones o precisamente por eso y me muerda la lengua en mis críticas, que esa chica es capaz de lo mejor y de lo peor, estéticamente hablando, digo.
Curiosamente el grado de exhibicionismo del que hace gala me parece infinitamente mayor del que muestra un tal Pepe Pérez mostrando su supuesto pene (supongo que él diría polla) y ofreciendo estancia en un balneario (no sé si en su compañía o en la de su falo) a cambio de boca de mujer (que busque boca).
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"...No lloro por ti
Lloro por lo mucho que queria este momento
Y aqui estas tu de rodillas
Y me importas un pimiento"
Nacho Vegas/Christina Rosenvinge
Hoy no me maquillo
porque el pueblo es muy pequeño
Las Divas
, si de algo saben,
es de demografía:
hace tiempo que la gente emigró de los teatros
por su culpa.
Divas de David Refoyo
Supongo que tendría que habértelo dicho. Las personas que me gustan, cuando menos lo intentan, aunque no siempre lo consigan. Pero me parecía tan evidente. No esperes nada si no estás dispuesto a recibir. No exijas aquello que tú no estas dispuesto a dar.
Fue todo tan rápido. Tras años, cuántos, dos o tres, tal vez más, de pronto todo se precipitó y a principios de verano fingimos, porque no dudo que ambos fingimos, descubrir en el otro algo que antes nunca habíamos visto. Probablemente tan sólo necesitábamos creer encontrarlo. Fue lo que se dice estar en el lugar adecuado en el momento indicado, y todo lo demás carecía de importancia.
Recién finalizado tu primer año post-divorcio, arrastrando palabras y huéspedes que te acompañarán hasta el final de tus días no eras el tipo más recomendable al margen de nuestra proximidad laboral. Pero yo no tenía ni la más mínima intención de enamorarme de ti y que tú lo hicieras francamente no me importaba.
Rápidamente aprendimos nuestro papel lleno de palabras veladas y medias sonrisas, tardes de sol y cenas de viernes. Bien decías que nuestra ¿relación? era perfecta, que en ella no cabían formalismos, saludos ni despedidas pero un buen día debiste olvidarlo o tal vez te tomaste demasiado en serio a ti mismo.
Te enfadabas, estoy convencida de que realmente lo hacías aunque a los cinco minutos te disculpases y a los diez se te hubiese olvidado, hasta al próxima vez al menos, y digo bien, te enfadabas porque yo prescindiera precisamente de todo eso de lo que orgullosamente proclamabas carecía nuestra relación. Si no me despedía al irme a casa, si no te buscaba para darte los buenos días, si no te acompañaba en la hora del café, si no te adelantaba mis planes para un fin de semana en el que yo no contaba para tus planes.
Por el contrario rara vez recibía tus buenos días o un beso de despedida, nunca me avisabas con antelación si cancelabas una cita en el último momento porque tu querido F. necesitaba un hombro con el que llorar y tras un escueto no puedo, F. me necesita, desaparecías durante no más de un par de horas para después llenar mi buzón de tu aburrimiento y hartazgo de F. detallándome como si a mí me importase o te hubiese preguntado todas tus supuestas circunstancias con él. Por el contrario era muy de agradecer que nunca me interrogases acerca de mis “desapariciones”, tras tu enfado inicial, puchero de niño chico, optabas por el silencio, como si prefirieses no saber, como si no sabiendo no hubiese pasado, como si te importase y ojos que no ven, corazón que no siente.
Pero claro que no te importaba, lo mismo que a mí no me importaban tus escapadas con F. que por ratos se travestía de Carmen, de Paula o de Sofía. Que una cosa es aceptar las reglas de un juego y otra es creérselas. Y yo, que juego mal hasta el parchís, pronto me cansé de jugar. Tú por el contrario parecías encantado, te alejabas para volver de nuevo con más exigencias y volver a alejarte, yo tan sólo esperaba que en una de esas desaparecieras del todo aunque tuviera que seguir viéndote todos los días en el trabajo, tengo una capacidad infinita para ignorar a las personas si me late.
Consideraba, aunque a esas alturas ya lo dudaba seriamente, que éramos dos personas adultas y que actuábamos con conocimiento de causa. No estaba acostumbrada a tratar a tipos como tú, suelo rodearme de personas, hombres y mujeres, supuestamente maduras y consecuentes de sus actos y francamente estaba más que cansada de esa situación llena de reclamos y sin que en ningún momento tú me preguntases qué era lo que yo sentía o quería, y no te culpo, porque si bien tú no preguntabas yo tampoco contaba. Porque ese era el juego y aunque a ti se te debió olvidar, a mí no, querido, a mí no se me olvida nada...
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Tan sólo quería conocer Ensenada. Lo había visto tantas veces en la televisión. A donde bajaban los niños ricos. Pero Ensenada estaba en México y México no entraba en sus planes. Porque él tenía un plan.
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Etiquetas: Área de prioridades, La poesía como un arma
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Etiquetas: Afinidades electivas
Llevamos toda la mañana peleándonos con la máquina de fax. Alguien al otro lado de la línea telefónica intenta infructuosamente una y otra vez enviar un documento. Ya he perdido la cuenta de las veces que me he levantado y acercado comprobando que hay papel, que éste está bien introducido, que el problema no es de nuestro fax puesto que hemos recibido y enviado otros a lo largo de la mañana.
El teléfono sigue sonando implacable. Ya se hacen apuestas. ¿Entrará esta vez?, ¿Se dará por vencid@ sea quién sea el que está al otro lado?... seguro que es del S. L. que Floricienta no sabe ni mandar un fax.
Vuelve a sonar el teléfono. La Viudita alegre contesta. Pero ella, que es eficiente como no lo llegaré a ser yo nunca en mi condición de funcionaria de ventanilla y vuelva usted mañana. La “princesita” del Jefe como suele llamarla Blancanieves sin los siete enanitos, extremadamente educada y correcta, frente a terceros fundamentalmente y a la que nunca le faltan sonrisas hacia el atribulado usuario con un “déjelo en mis manos”, consejos varios y alguna que otra solución ha debido de dejarse olvidadas esta mañana las buenas maneras sobre la mesilla de noche.
Ante la incrédula mirada de cuantos la rodeamos cuelga el auricular con mirada asesina y mascullando un “qué gilipollas llega a ser la gente…, ni siquiera sabe enviar un fax”. Al instante nos dice que la supuesta gilipollas es la tipa, porque es mujer, aclara, que lleva toda la mañana intentando enviarlo. Y como el teléfono sigue sonando y el ya famoso fax sigue sin hacer acto de presencia nos regala no menos de 20 minutos de improperios varios dirigidos a la presunta gilipollas, que resulta ser una funcionaria interina (esta información también nos la brinda) que trabaja para los exiliados de la tiza, esto lo sabré a la mañana siguiente cuando finalmente el fax en cuestión llegue a nuestras manos.
Nadie le prestó demasiada atención al incidente, pero yo no pude evitar darle vueltas a la idea de qué algo más habría de haber tras esa tensa conversación telefónica. No es propio de ella perder la compostura de esa forma a causa de una desconocida o de un fax que nadie reclama y no acaba de llegar. Claro que mi malsana curiosidad laboral dura hasta las tres de la tarde, hora de salida, que ese día por cierto se adelantó a las dos. Cuando me montaba en el coche ya ni me acordaba de su salida de tono.
Por una vez la intuición, que tan esquiva me resulta, no iba a fallarme.
Un buen día ella decidió renunciar a su reciente condición de viuda, que no a su alegría. Esa determinación, que como viene a ser lógico a nadie en su entorno laboral debería haber importunado, causó un auténtico terremoto en la oficina cuyos efectos, años después, aún perduran.
Por aquel entonces yo aún no trabajaba allí, pero ya en mi primer día de trabajo se me informó puntualmente acerca de su estado civil y sentimental, por este orden. Había cometido el grandísimo atrevimiento de enamorarse de un colega casado, aunque algunas sostienen que en realidad lo suyo no es ni fue amor, sino “encoñamiento”. Ni que a mí me importara, digo.
Podría importarme, en todo caso, si me importasen las vidas ajenas, dado que trataba con cierta asiduidad y cordialidad a la por entonces sufrida esposa, actual exmujer y había tenido noticias precisamente por boca de ella sobre ese presunto “affaire”, que resultó ser no tan presunto y acabó con una demanda de divorcio o separación o lo que fuera (no manejo bien yo determinados asuntos legales) y las maletas del colega en la puerta. Ambas acciones emprendidas por su señora esposa, que si por él fuera, me temo, aún seguiría con su santa sirviéndole la cena todos los días. No siendo precisamente primerizo en aventuras laborales extraconyugales desconozco la razón por la que esta vez fue la definitiva y no ninguna de las anteriores. O más bien por qué ella tardó tanto en tomar esa decisión, o no la tomó él. O tal vez por qué un matrimonio evidentemente roto se mantiene unido año tras año sin tener nada que decirse. En todo caso no es mi intención entrar a diseccionar matrimonios ajenos ni analizar las políticas de convivencia de una pareja. Acepto que cada cuál vive según sus códigos que evidentemente a mí se me escapan.
A él siempre le he mirado con cierta curiosidad tratando de adivinar o más bien de ver lo que ella debe encontrar en él. Será que es más bajito que yo y no suelo fijarme en hombres a los que tenga que mirar por encima del hombro, pero lo cierto es que no acabo de encontrarle yo el “punto”, o tal vez como dice la Reina del Sur, éste no esté a la vista. En cambio a ella, a ellas, a la viuda y a la ex siempre les he tenido afecto. Con una convivo laboralmente, con la otra me encuentro de cuando en cuando, con ambas mantengo una relación afectuosa y no suelo preguntar demasiado, ni ellas contar, acerca de esa circunstancia que las une.
Algunos dicen que las victorias pueden resultar muy amargas...
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"Aunque tú no lo sepas
me he acostado a tu espalda
y mi cama se queja
fría cuando te marchas."
Q. González/E. Urquijo
Cuando aprendas a estar solo, cuando sepas lo que quieres. Cuando me escuches...Ejercicio inútil. Buscando maneras de aprender. Y todo lo demás, también...
Extraños acercándose demasiado...
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Etiquetas: Te debo una canción
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Etiquetas: Desayunando en Tiffany's
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¿Soy yo la única que piensa que el Rey no defendía a Aznar sino el derecho de Zapatero de no ser interrumpido en su intervención con esa salida más propia de un "que te calles Karmele" un tanto impropia de un Jefe de Estado?
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Etiquetas: Tiempo de habitaciones separadas
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