La vida sin usar
Una de las cosas buenas (o malas, según se mire) de escribir sobre las rutinas vitales es que pasado el tiempo es fácil echar la vista atrás y releer lo escrito si la memoria comienza a fallarnos. A mí me ha sucedido más de una, de dos o de tres veces; releyendo he recordado cosas, personas y situaciones que de alguna forma había olvidado. He revivido fantasmas cuyas cadenas ya ni ruido hacen al arrastrarse. He esbozado sonrisas aunque las más de las veces muecas forzadas por el pudor y la vergüenza. Me he indignado un poco, enfadado nunca.
Basta un rato perdido, como el de ahora, esperando una llamada importante. Elegir un día al azar, un mes, un año, tal vez una palabra, una canción o una fotografía. Puede ser retroceder un año y por ejemplo plantarse en el 23 de noviembre de 2010; o un día y dos meses, 22 de septiembre de 2011. Por poner dos ejemplos tontos, por ponerme contenta. Para perderse entre sombras una tarde de martes, un 26 de febrero de 2008 o recordar aquellas primeras naves ardiendo más allá del laberinto un 7 de julio de 2007. Para regresar a los sitios donde nunca he estado, para volver a Berlín en una mañana de domingo, un 20 enero de hace tres años, casi cuatro ya.
Y de pronto me he dado cuenta de que he escrito poco, muy poco, en este último año. Aunque no tema que los recuerdos creados estos doce meses pasados vayan a esfumarse como lágrimas en la lluvia. Si algo recordaré algún día, sin necesidad de palabras escritas, será todo esto.
En todo caso habrá que remediarlo.
P.D. Jeanne Moreau en The Lovers.
P.D. Jeanne Moreau en The Lovers.