Pese a todo
Tú no lo sabes. Probablemente no lo llegues a saber nunca. No por mi parte. Iba a llamarte yo. Dígase con el convencimiento con que una pronuncia la frase que el otro quiere escuchar. Nada más lejos de la realidad. Pensé en hacerlo, durante breves instantes. Descarté la idea. Te borré de la lista prioritaria de llamadas de felicitación navideña y te coloqué en la cara B, los que reciben un triste mensaje telefónico (si tengo espíritu, un email, no lo tuve, evidentemente). Pero llamaste tú. Y me alegré de ello aunque yo no lo hiciera. Me reconcilió contigo. Me alegro, mucho, por ti. Meses repitiendo la frase con escasa convicción y demasiada osadía. Me alegraba, me alegro, cierto, pero no del todo porque aunque pretendiera ser sincera no lo era. Irremediablemente. Sin poder evitarlo. Y bien sabe ese Dios al que algunos le rezan que si alguien se merece todo lo bueno que a uno le pueda pasar ésa eres tú.