Contraindicaciones
A mi hermana A. le parece una pésima idea. A mil kilómetros de distancia y vía telefónica recibo sus directrices acerca de la futura reforma. Quiero cambiar el suelo, odio el parquet, o cómo se llame y se escriba. Soy muy dada a arrastrar muebles, no me pregunten por qué, y eso siempre acaba pasando factura. El laminado no es una opción y la tarima sería una regresión a los suelos encerados de mi infancia, hasta que la modernidad, en forma de barniz, llamó a la puerta de mi madre, pero como ella no era la que enceraba, ni barnizaba, ni pasaba la aspiradora ni la mopa, ni en general, la que limpiaba, no la abrió. Ella sostenía, y sostiene, que el parquet tradicional es demasiado brillante, y que tanto brillo es una vulgaridad. A. me ha recomendado mantener el suelo actual pero metiéndole un buen fregado con algún producto semitóxico para que se vaya el brillo. Sí, lo han adivinado, también ella opina que es una falta de buen gusto pisar suelos que parezcan espejos.
En cambio a mí me gustan los suelos de tarima lacados de blanco, y me gustan por impropios motivos... A. puso el grito en el cielo (y los pies en la tierra) recordándome que se trataba de un apartamento de poco más de 50 metros cuadrados en Oviedo, no de una casa de verano en Jutlandia o en Schleswig-Holstein. Muy a mi pesar tuve que estar de acuerdo con ella. Descartada, pues, la tarima blanca, que sin embargo tuvo su momento de gloria cuando ya me soñaba caminando descalza sobre ella. Me transmite una calidez asombrosa y no precisa por tanto de alfombras, ni de aspiradora, un gasto menos siempre es de agradecer, en todo caso las odio, las alfombras, digo. El binomio tarima encerada más alfombras era un auténtico hit en casa de mis padres, y yo acabé por odiar ambas cosas, lógicamente.
Y sí, lo sé, últimamente estoy monotemática, pero que le voy a hacer, a partir de ahora mi vida se va a limitar a esas cuatro paredes y a tratar de llegar a fin de mes pagando el mayor número de facturas posible. No tengo nada claro que vaya a merecer la pena. ¿Pero cuándo hice yo algo que mereciera la pena?.