Ayer tarde, en torno a las cuatro quedábamos tres personas en la oficina. Sin jefes, café de máquina gratis y poco y aún menos ganas, por hacer. El catálogo Ikea 2011 pasa de una mano a otra, los tres estamos inmersos en mudanzas más o menos prolongadas (gano yo, 8 meses y lo que me queda). Hablamos, pues, de mudanzas, bancos, hipotecas y cambio de residencia, de ciudad y hasta de país.
Son horas de confraternizaciones y conversaciones extrañas. Tres colegas que a duras penas se dan los buenos días, que ignoran día tras día la presencia del otro de forma ridículamente ostensible y que de pronto se ponen a discutir la conveniencia de los sofás Karlstad. Y como lo uno lleva a lo otro, y que levante la mano (y alguna sin duda habrá levantada) el que sea capaz de mantenerse al margen de críticas y cotilleos, acabamos por hablar de los no presentes y también ausentes, igualmente envueltos en cuestiones inmobiliarias.
Porque parece ser que en el caso de, pongamos Jota, ya era hora. Que tiene más de 45, me aclaran, y sigue viviendo con sus padres. Así que bienvenido su nuevo piso, que a lo mejor le da tiempo a mudarse antes de cumplir los 46, si es que no los ha cumplido ya.
A mí Jota me cae mal, francamente mal y mi opinión se basa en algo tan objetivo como el desconocimiento mutuo y absoluto. Pero eso no es óbice para que me moleste el tono y las formas con las que se comienza a hablar de su presunta vida privada.
Yo no soy su amiga y a duras penas me considero su colega, prefiero decir que ocupamos el mismo espacio laboral. Pero el otro sí, el que se burla de que a sus 45 o 46 o los que tenga, en todo caso parece que cuarentaymuchos, siga soltero, y viva con sus padres, y nadie le quiera o le soporte o le tolere... Son amigos, o al menos colegas; y tienen largas conversaciones sobre lo humano y lo divino, me consta; y diariamente comparten media hora de café o lo que se tercie, y las cañas de los viernes a las dos a las que nunca he sido invitada... Y sí, es cierto que yo también lo había pensado, que tenía toda la pinta de ser del club de los que aún viven con sus padres a mesa puesta y camisa planchada, por no hablar de la cama hecha todos los días. Pero fíjense ustedes lo que me importa, que al fin y al cabo yo también soy soltera y nadie me quiere o me soporta o me tolera, aunque sea yo quien me haga la cama y me planche, malamente, todo hay que decirlo, las camisas.
No, a mí no me importa su vida. A mí Jota no me gusta y me da exactamente igual cómo y con quién viva. Y aunque me gustara me seguiría dando exactamente lo mismo. No mentiré, no desprecio las vidas ajenas, algunas hasta me interesan, pero la superioridad moral me puede. Yo soy más guapo, más listo, más socialmente brillante y adaptable, más, todo más... que Jota y que tú y que el vecino de enfrente... y hago chistes y me río, aunque luego le pase la mano por la espalda y nos vayamos al café de la esquina este viernes a eso de las dos a tomarnos unas cañas y entonces sea otro de quién nos riamos... quién sabe, a lo mejor de mí.
P.D. Mary Ellen Kay y Allan "Rocky" Lane