Con las ganas
Hace cierto tiempo conocí a un tipo lo suficientemente iluso como para que se enamorara de mí. Pese a todos mis esfuerzos por evitarlo, mi falta de cordura, mi pésimo sentido del humor y mi impuntualidad impenitente creyó ver encontrar a alguien digno de mención y durante un número incierto de meses me llamaba, me proponía o me buscaba. Fuimos lo que yo tiendo a llamar amigos circunstanciales (abusando generosamente de la palabra amigo), hasta que al final desapareció la amistad y quedaron las circunstancias.
Un buen día dejé de verlo y excepto por alguna que otra invitación aislada no supe nada más de él hasta que nos encontramos frente a frente en plena calle en uno de esos incómods encuentros en los que una duda si mirar para otro lado o vestirse con la mejor de las sonrisas y armarse de un montón de preguntas con poco o ningún interés. Yo opté por la segunda opción, me invitó a una cerveza y cuando ya la habíamos mediado y tras mantener una vaga conversación acerca de todo y de nada a un tiempo comenzamos a hablar de literatura, lo único que conseguía apasionarnos a ambos a un tiempo.
Mencionó un librillo que yo le había recomendado en otros tiempos, Historia abreviada de la literatura portátil, de Enrique Vila-Matas, libro que ostenta el honor de conseguir que yo me leyera de principio a fin el Tristam Shandy de Sterne, tras muchos intentos infructuosos pese a la esmerada traducción de mi venerado joven Marías.
Un buen día dejé de verlo y excepto por alguna que otra invitación aislada no supe nada más de él hasta que nos encontramos frente a frente en plena calle en uno de esos incómods encuentros en los que una duda si mirar para otro lado o vestirse con la mejor de las sonrisas y armarse de un montón de preguntas con poco o ningún interés. Yo opté por la segunda opción, me invitó a una cerveza y cuando ya la habíamos mediado y tras mantener una vaga conversación acerca de todo y de nada a un tiempo comenzamos a hablar de literatura, lo único que conseguía apasionarnos a ambos a un tiempo.
Mencionó un librillo que yo le había recomendado en otros tiempos, Historia abreviada de la literatura portátil, de Enrique Vila-Matas, libro que ostenta el honor de conseguir que yo me leyera de principio a fin el Tristam Shandy de Sterne, tras muchos intentos infructuosos pese a la esmerada traducción de mi venerado joven Marías.
Me cuenta que un buen día decidió regalármelo y se compró un ejemplar, le escribió una sin duda hermosa dedicatoria y lo guardó en un bolsillo de su gabardina para entregármelo en alguno de nuestros encuentros. Nunca se atrevió a hacerlo, supongo debido a mi escasa receptividad hacia todo lo que tenía que ver con él.
No pude evitar preguntar por qué iba a regalarme un libro que ya tenía en mi casa y su respuesta me abrumó por su racionalidad o tal vez por la falta de ella. Al poseer dos libros iguales entendía que gentilmente yo rechazaría su regalo, pero estando su libro dedicado yo le ofrecería el mío a cambio, supuestamente libre de toda firma, de forma que no sólo me regalaba algo sino que acababa poseyendo él algo que hasta entonces me había pertenecido... como consuelo menor.