Puede que sean los efectos colaterales de haber pasado un fin de semana "dexterizándome", o lo que es lo mismo, metiéndome entre neurona y neurona la quinta temporada de Dexter en dos sesiones (cinco y seis capítulos), pero hoy tengo un día en el que estoy hablando (escribiendo) jodidamente mal.
Me gusta esa especie de declaración de amor de Quinn hacia Deb cuando viene a decirle algo así como que es la mujer de su vida pese a lo jodidamente mal que habla, que al fin y al cabo se comporta como un tipo, habla como un tipo, y las mujeres, parece que incluso también en la ficción, no pueden pensar y reaccionar como un jodido hombre.
Va a ser eso, que al fin y al cabo en mi mundo no hay pantalones de tergal ni tipos duros que sepan apreciar esas putas cosas.
Hace un par de días, tal vez algo más, me encontré con alguien, o alguien se encontró conmigo o me buscó o se tropezó... no sé, tampoco importa. En realidad ni siquiera nos vimos, o yo no le vi, pero parece ser que él a mí, sí, y que no fue casualidad o azar, en fin, supongo... tampoco importa, de nuevo.
Llámenlo orgullo mal entendido, llámenlo vanidad mal intencionada, la mía, el mío, se entiende; pero supongo que tras tanto tiempo, el que me encontrara así, me encontrara ahí, como si supiera dónde y cómo iba a verme, como si me hubiera estado buscando, no me sentó bien, no me gustó. Como si lo que a mí me gustara o no, reitero, tuviera importancia, y no, no la tiene. Pero no sé, no eran las formas, no era el momento adecuado; que yo, que le vine a decir que no era lo suficientemente bueno para mí aún siéndolo para otras, que probablemente le humillé sin pretenderlo pero tampoco sin evitarlo siga así y que él haya tenido que verlo... me volvió del revés.
Una vez, entonces, le mostré este rincón. No sé por qué lo hice, por aquel momento valoraba por encima de todo el anonimato. Qué otro sentido tendría escribir aquí, tener un lugar donde vomitar miserias y miedos si dejas de convertirte en un personaje. Tardaría aún mucho en caer en el absurdo juego del yo escribo porque tú me lees, esa especie de conversación unidireccional y perversa de los últimos tiempos. Pero entonces no, entonces el juego era otro, yo escribía y nadie tenía por qué entender de qué estaba hablando o a quién estaba hablándole, y ahí estaba la vaina. Pero se lo dije, tal vez porque me asusté, porque no quise aceptar sin más que alguien me quisiese, y me quisiese tanto, y pensé que tal vez era porque en realidad no me conocía del todo, porque había partes de mí que permanecían en las sombras, así que ni modo, fui y le dije, toma esta dirección y cuando tengas un rato le echas un vistazo, lo que está ahí soy yo. Y él dijo "vale", y leyó y acabó por encogerse de hombros y decirme "qué", "qué tanto hay de malo ahí, que eras una neurótica egocéntrica ya lo sabía, pero eso no te hace menos encantadora... "
Y pasado un tiempo, corto, entonces mismo, le pedí que dejara de leerme, y se lo pedí porque sabía que lo haría si yo se lo pedía, porque hubiese hecho cualquier cosa que yo le pidiera. No sé si lo cumplió, aunque de seguro que durante un tiempo lo hizo, al menos al principio, Luego no sé, tal vez volviera, como volvió el otro día a mí por otros caminos. Entonces aún me importaba lo que la gente que me conocía podía pensar de mí al leer esto, tenía la sensación de que aquí mostraba una cara oculta aunque en realidad ahora sé que no es así, que sigo siendo yo. Aunque hable de otras cosas, uso el mismo lenguaje. Y aunque no fuera así tampoco me importaría, ya no, aunque siga siendo más fácil no hablarle a nadie, y más terapéutico, sin duda.
Por eso a ti no te voy a hablar de esta esquina, no te voy a pedir que cuando te canses de amores baratos de un rato, parafraseando a tu admirado Sabina, tomes mi dirección y te envuelvas en mis letras, miedos y miserias. No más yo escribo porque tú me lees o yo no escribo porque sé que me vas a leer. No al menos mientras dure este dèjá vu en el que desde ayer me veo inmersa, que al fin y al cabo sé que se irá de improviso, sin anunciarse, sin esperarlo, igual que ha llegado... y que eso pasará bien pronto.
Ayer me preguntaba en qué se diferenciaba este martes del martes anterior... para los que no se hayan pasado el día envenenándose de azules... en nada.
Y es que soy muy mía y a la vez muy del cosmos, muy de las tinajas y de los moldes de galleta, de las vainas y los pomos cromados, de la cola y el carril más lento, de embalsamadores y taxidermistas, del rincón del aburrido; soy muy de los desprendidos de la crítica, fiestas provocadas y tijeretazo en casa, del orden cosas y cosas por vicio. Soy muy de todo esto y de aún más cosas. Sólo espero que alguien me reclame... sería muy violento tener que hacerlo yo misma...
Deja tus paranoias o tus deseos, gritos al aire, diarios, confesiones, declaraciones de amor o de guerra, o simplemente tu firma, tu mensaje, tus besos, saludos o consejo, bromas o entusiasmo, reminiscencias o cañones recortados, y ya descubriremos si tenemos algo de lo que hablar...
Ser ese pincel aguado por la lluvia que esboza en cada bocanada una bahía, dos volcanes y diez maneras de decir lo que deseas. Una bandada de gaviotas. La ginebra. Las noches sin futuro. Una colección de lunas llenas. Las verbenas de barrio. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Arrastrando la cobija. Tristezas a la carta por alegrías. Billie Holliday rasgando la noche. Una visita imprevista y deslenguada. Los calvos que se quitan el sombrero. Las noches "nuremberianas" al calor del Eulenspiegel repletas de ron, humo y conversaciones. Aquella voz, aquel acento."Mis" poetas: Á. González, Huidobro o Cernuda. La lluvia que parió charcos y barro. Viajar en tranvía. Volar cometas. Un par de botas sucias. El canto del urogallo. Alain Delon en "Rocco y sus hermanos". Caminar sobre hojas secas. Las tímidas que salen respondonas. Aviones que despegan. Las rosas amarillas, los lirios, las violetas. Las raras excepciones. ARJONA (con mayúsculas). Medianoche en una estación de tren. La honestidad brutal de Calamaro. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Aquella buhardilla en la Peissenbergstr. Silvana Mangano en "Arroz amargo". Pisar charcos. El 14 (y la lluvia) de abril. Mi chupa de cuero. La Coca-Cola (nadie es perfecto). Besos con risas. Silvio y Ojalá como coartada. Lengua con besos. El castellano de Umbral. Esencia de playa y sal de un lugar donde habitaban las gaviotas. Pisar charcos. Un vestido y un amor. Salitre 48. EL hombre del piano. Luka, el niño del 2º piso. Compay y Celia, el son y la salsa de luto. La primera mirada por la ventana al despertarse. Las noches que sonríen en forma de luna. Estoy Bartok de todo. El olor a tiempo desgastado. Simon & Garfunkel. Waits & Cohen. Los trenes que viajan hacia el este. Rosas a Rosalía. En Lisboa, sobre lo mar. El cambio de estaciones. Dylan y su hijo Jakob. Un amanecer en la playa del Silencio. El piano ha estado bebiendo. Puentes que se cruzan en ambos sentidos. El Urriellu. Una Delirium Tremens. Las carreteras secundarias. Un otoño de párpados caídos. Los domingos al sol en el Englischer Garten. Camarón sin camisa. Frambuesas en la tarta. Las sesiones de madrugada. Las montañas mágicas de esta tierra que plantó mi corazón recibiendo el regalo de la lluvia. Chavela por Jose Alfredo. Los labios que aprovechan los rincones más olvidados, más olvidables. Veloso y su fina estampa. El miedo, el futuro incierto, el camino, la búsqueda. Je vous ai apporté des bonbons parce que les fleurs c'est périssable. Los que pudieron ser y no han querido... Dream, baby dream.