miércoles, diciembre 31, 2008

Un nuevo fin


Lo habitual es que a uno le encante la Nochevieja aunque odie la Navidad; que ya sabemos que lo políticamente correcto es declararle la guerra a estas fechas para firmar una tregua el último día del año justo antes de atragantarse con las uvas. Al fin y al cabo la Nochebuena implica familia, al menos tradicionalmente, la Nochevieja amigos, y se supone que a los segundos uno puede elegirlos, frente a los primeros que vienen impuestos.

Yo no soy de esa opinión. Encuentro tremendamente inquietante el último día del año y suelo refugiarme en casa nada más dan las 12. Cumplo con el rito de comer religiosamente las 12 uvas, nunca consigo llevar el ritmo de las campanadas y mientras la gente a mi alrededor brinda y se felicita el nuevo año yo sigo tranquilamente haciéndome cargo del buen número de uvas que aún quedan en mis manos.

Será que se impone mi sentido trágico de la vida, pero en lugar de pensar que esa noche supone el inicio de un nuevo año lleno de las posibilidades que queramos tener, sólo puedo pensar que seré un año más vieja, que todo, probablemente, seguirá igual y me entra una profunda melancolía que se disipa con las primeras luces del día de año nuevo. Me deprimen tremendamente las celebraciones de turno, esa falsa alegría con la que todos parecen festejar, esos absurdos mensajes llenos de deseos improbables que colapsan el móvil y muy especialmente las indumentarias con las que ellas y ellos hacen gala. Las lentejuelas, los brillos, los dorados, los generosos escotes e imposibles tacones, las corbatas y trajes con los que los aún adolescentes se disfrazan y que les sientan peor que a un santo unas pistolas, si exceptuamos obviamente a mi bendito Malverde.

En todo caso y aunque yo no lo disfrute le deseo al lector una feliz entrada y salida de año (cómo me ha gustado siempre esta frase) y un año, cuando menos, lleno de dignidad. Por mi parte y tras las 12 uvas y sus correspondientes campanadas acompañada de un par de botellas de champagne (no cava, y rosado a ser posible), mazapán de Toledo (una tiene sus debilidades) y cierto número de películas, entre 3 y 5, me monto un maratón cinematográfico. El año pasado le fui infiel al ritual, por estar en tierras extrañas y tener que adaparme a las costumbres locales, pero el anterior me tragué todas seguidas y ya no recuerdo el orden: Ser o no ser, El fantasma y la Sra. Muir, Mogambo y Sed de mal (sé que está fue la última porque me quedé dormida a mitad de la película, muy fuerte ver a Marlene Dietrich haciendo de mexicana). Para este año aún no tengo perfilada la cartelera, dudo en sustituir las películas por un maratón de Los Soprano, pero me apetece ver Centauros del desierto, tal vez Desde Rusia con amor (ver a Pedro Armendáriz al lado de Sean Connery no tiene precio, y no digamos a Lotte Lenya la malvada Rosa Klebb, merecedora sin duda de un post dedicado si yo tuviese más ingenio y talento), tal vez una peli de safaris, agradecería si alguien me recomendase alguna (clásica), y que no fuese Las minas del Rey Salomón (el sosainas de Stewart Granger me da mucha pereza).

sábado, diciembre 27, 2008

A una ilustre desconocida


...por el momento más surrealista y delirante que he vivido en mucho tiempo.

Cuando vivía fuera de España una de las situaciones que más pudor me producía tenía lugar a la hora de comprar ropa cuando me dirigía con ella a los probadores. Por una razón que nunca llegué a comprender y a diferencia de las tiendas comunes y corrientes que yo frecuento los cubículos utilizados como probadores no tenían espejo y una tenía que salir a una especie de vestíbulo en el mejor de los casos o de simple pasillo en el resto para poder mirarse en uno. Fue entonces cuando adquirí la costumbre de comprarme la ropa sin probarla, ya la devolvería en el caso de que no me sirviera y/o convenciera. Costumbre que por cierto resulta muy útil en época de rebajas. Te llevas todo lo que puede gustarte sin aguantar colas y sin riesgo de quedarte sin tu supuesta talla entre tanto entrar y salir del probador. He de decir que he importado esta forma de actuar con gran éxito.

Hablaba de pudor que me produce no tanto verme ante un espejo dando vueltas y decidiendo si la falda es demasiado larga (o corta) o si realmente necesito esos pantalones, como ver a los demás en la misma circunstancia. Y sin poder opinar, que es lo que más me cuesta. Por qué cómo quedarse callada ante una pareja de amigas de las cuales una asiente mientras la otra embutida en unos pitillo dos tallas menores a la que realmente necesita proclama un “¿me sientan bien, no?”.

Si a esa pareja, porque siempre es una pareja (una madre y una hija, un par de amigas, muy de cuando en cuando un trío) la trasladamos de los probadores a los baños públicos de una biblioteca, también pública, a los que una entra entra con urgencia y cargada de libros, mi coeficiente de pudor, especialmente el ajeno, se dispara.

Supongo que la mayoría pensará que es altamente improbable que alguien utilice los baños de la biblioteca municipal como vestidor, pero les aseguro que en Oviedo, los jueves por la mañana y en los baños de la planta baja de la Biblioteca de Asturias situada en la Plaza del Fontán (y en su ubicación radica precisamente el motivo de tal invasión) ocurre y hay auténticas colas. En los femeninos al menos. En los de hombre, lo desconozco, no los frecuento (al menos no en ese lugar ni a esas horas).

Curada de espantos me creía yo respecto a lo que se podía encontrar una en esos baños cuando esta mañana después de más de media hora dando vueltas por sus pasillos y salir cargada de libros, ninguno de ellos el que había ido a buscar, decidí entre la urgencia y las prisas entrar en el baño camino de la salida. Estaba completamente vacío cuando entré y cuando me dispongo a salir me encuentro con que ha entrado alguien, una mujer, que con todos los grifos de agua abiertos se dispone a lavarse, o algo parecido, y para ello no ha dudado, en un tiempo record, en desnudarse por completo.

Ante mi asombro la tipa tararea una canción mientras va dando saltitos, ¿debido al frío?, y se enjabona a la inglesa con toda su ropa hecha un ovillo en el suelo. No puedo maravillarme de la prisa que se ha dado en desnudarse, pues tuvo que entrar detrás de mí y apenas habían pasado un par de minutos.

Yo me quedo parada sin saber si volver a entrar en el retrete o salir, pero dado que el espacio es muy pequeño si ella no se aparta tomar la salida es imposible. De pronto repara en mi presencia y me reclama un cigarrillo. Le digo que no fumo y ella suspira mientras murmura tampoco un mechero por tanto. Me hace un gesto, que espere viene a decir, mientras termina de lavarse o lo qué esté haciendo. Me apoyo pacientemente en la pared sin saber hacia donde mirar y de pronto alguien comienza a aporrear la puerta. Parece ser es el guardia de seguridad o algo así, le reclama que salga, y ella impasible sigue con sus saltitos hasta que a modo de respuesta le grita a través de la puerta: "Despacio, que la están peinando". Yo no puedo contener ya no la risa, sino las carcajadas. Aunque me corto enseguida, no vaya a ofenderse. Pero nada más lejos de la realidad, pues me mira y por momentos parece recuperar la cordura, si es que en algún momento la perdió, me sonríe, se coloca detrás de la puerta y me indica la salida mientras me dice que mejor salga, no vaya a meterme en un lio.

Con una mano abro la puerta, con la otra hago equilibrios con los libros y el bolso y me encaro con un buen montón de gente que me mira con cara asombrada mientras un tipo vestido de gris me agarra del brazo. Con mi pose más digna le doy los buenos días, me zafo de su mano y me dirijo a la salida entre los cuchicheos y murmullos de los presentes mientras el tipo de la seguridad consciente de su error vuelve a aporrear la puerta.

miércoles, diciembre 24, 2008




"Wir haben die Wahrheit

so gut es ging verlogen

es war ein Stück vom Himmel,

dass es dich gibt."

Der Weg de Herbert Grönemeyer



Las cosas se pueden decir de tantas formas diferentes... Las mismas palabras acompañadas de una sonrisa, de un gesto de despreocupación, de unas manos que se tienden nunca resultan ser iguales. Y aunque lo sé a la perfección y pongo todo mi empeño en ello siempre elijo el gesto equivocado pese a que mis palabras sean las acertadas.

Tenía un buen puñado de frases en el bolsillo. Las adecuadas, las que todos queríamos escuchar. Había ensayado sonrisas, gestos y hasta la entonación en el espejo, arrastrando las “s”. Cumplí con el papel asignado. Es lo que tenemos las chicas tímidas, nos preparamos a fondo cuando tenemos que dar la cara para no defraudar(nos).

Lo demás, lo que callaste… lo que nunca llegaré a escuchar se me antoja sería algo parecido a lo que cantaba Herbert Grönemeyer, y prefiero quedarme con esas palabras y sustituir tu voz por la suya, al fin y al cabo la nieve acaba borrando todas las huellas y me han dicho que no para de nevar desde hace días.



viernes, diciembre 19, 2008

Pese a todo



Tú no lo sabes. Probablemente no lo llegues a saber nunca. No por mi parte. Iba a llamarte yo. Dígase con el convencimiento con que una pronuncia la frase que el otro quiere escuchar. Nada más lejos de la realidad. Pensé en hacerlo, durante breves instantes. Descarté la idea. Te borré de la lista prioritaria de llamadas de felicitación navideña y te coloqué en la cara B, los que reciben un triste mensaje telefónico (si tengo espíritu, un email, no lo tuve, evidentemente). Pero llamaste tú. Y me alegré de ello aunque yo no lo hiciera. Me reconcilió contigo. Me alegro, mucho, por ti. Meses repitiendo la frase con escasa convicción y demasiada osadía. Me alegraba, me alegro, cierto, pero no del todo porque aunque pretendiera ser sincera no lo era. Irremediablemente. Sin poder evitarlo. Y bien sabe ese Dios al que algunos le rezan que si alguien se merece todo lo bueno que a uno le pueda pasar ésa eres tú.

jueves, diciembre 18, 2008

Tras las ventanas



Nunca he sabido tratar el dolor ajeno. El mío no, el mío es diferente. Yo sólo lloro cuando hace frío y en los cines. Elijo meticulosamente la película, todo un drama, y esa primera sesión de la tarde, con la sala vacía, apenas dos o tres espectadores que te miran de reojo tras su enorme bolsa de palomitas. No me gustan, ni esas Coca-colas gigantes y desprovistas de gas que hay que beber a través de una paja. Pero llorar allí es tan fácil…

Sin saber qué decir con una medio sonrisa más que cercana a la mueca. Los abrazos no acompañan en el sentimiento, no digamos los dos besos de rigor (uno por mejilla). Las frases son vacías mientras unos reciben mensajes, el irritante pitido de los sms, el teléfono que no deja de sonar desde un bolso de Loewe abandonado encima de una mesa y que nadie reclama. No hay coches para todos, la necesidad de llamar a un taxi se pierde entre los saludos. Tanto tiempo sin verte. Te has cortado el pelo. Cuándo has llegado de allá. Quién recoge a quién en el aeropuerto. Haré todo lo posible por ahorrarle el trago. Y tú cuándo vuelves. El lunes seguro tendrás que trabajar. Llega esta noche de Roma, el resto, conducen, todos, desde Madrid. Un email desde la distancia es demasiado impersonal. Haz el favor de llamar por teléfono. A mí me nombra, me sorprende. Tiene mal aspecto. Estoy hablando por hablar y es que aún no me lo creo. Ya la conoces, trabajamos juntas. No llegamos a coincidir, él se jubiló el año anterior. Éramos vecinos. Tienes que pensar en positivo. Ya sabes, para lo que quieras. Una corona decía… te quisimos siempre, no te olvidaremos nunca.

miércoles, diciembre 17, 2008

¿La última cena?


Ya decía que no pretendía ser original en mis fobias navideñas, porque mi segundo malquerer lo debo compartir con la casi totalidad de curritos de esta España nuestra que cantaba la malograda Cecilia, a saber las cenas de empresa. Como ven, poco original y bastante inoportuna, porque casi todas las cenas de empresa que han sido ya se han celebrado, en su gran mayoría la semana pasada.

En mi caso tan magno acontecimiento tuvo lugar el pasado viernes, aunque no fue una cena propiamente dicha, sino una comida que empezó a eso de las cuatro, el laburo obliga, y terminó a una hora inexacta a altas fiebres de una madrugada bañada en orujo, al menos para algunas. Tampoco se puede hablar exactamente de comida de empresa, porque la premisa de que sea la empresa para la que uno trabaja la que pague tampoco se cumple, por un lado y por otro una no trabaja para una empresa sino para una administración pública, aunque pese al escepticismo de algunos y la denodada lucha de otros trata cada vez más de parecerse a ellas. Pero ni modo, pagamos nosotros, a partes iguales, aunque uno se haya metido entre pecho y espalda un chuletón, otras el plato más caro de la carta, besugo al horno, y las más modestas, la Viudita alegre y yo, unos humildes “huevos esgonciaos”, acompañados eso sí, de “pixín” y langostinos. Claro que una no bebe, que hay que conducir, no toma café, que se desvela, ni bebe el traguito de orujo cortesía de la casa, que produce urticaria, así que definitivamente la “no cena de empresa” me resultó enojosamente cara. Aunque eso fuera lo de menos.

Yo entiendo que en determinadas circunstancias pueda resultar hasta agradable eso de irse por ahí de juerga con los colegas, en el hipotético e improbable caso de que tu relación con ellos sea buena y vaya más allá del buenos días o el hasta mañana de rigor. Pero para qué mentir, eso no suele ser lo habitual, porque que levante la mano el que disfrute de un ambiente laboral sano y envidiable, con jefes encantadores incluidos.

Yo no me llevo especialmente mal con nadie, tampoco bien. En un alto porcentaje la ignorancia es mutua y sostenida y en el resto se hace fuerte una frase que una vez oí, si no puedes con tu enemigo, únete a él, aunque muchos no me lo perdonen, que en mi trabajo se aplica eso de que los enemigos de tu enemigo son tus amigos. Hablamos claro está de un pequeño reducto funcionarial donde unos pocos hacen el trabajo de unos muchos cuyo mayor pasatiempo es espiar, denunciar y contabilizar a los demás aunque el alcohol haga milagros (y estragos) y dibuje sonrisas y falsos ánimos y cariños donde antes sólo había palabras malintencionadas. Y eso si que hace extraños compañeros de cama.

Aún nos queda un vino español, esta vez sí, cortesía de la Consejería de turno, a la que estamos todos invitados y al que hay que asistir con media hora de antelación para colocarse en posición estratégica si quieres degustar el jamón y demás, porque a los cinco minutos de empezar parecería que el mismísimo Atila ha pasado por allí. Una vez atracado el buffet las hordas se dirigen hacia la bebida, nunca antes, que todavía hay prioridades. Es frecuente oír la frase, hoy no como, mientras se mastica a dos carrillos, las manos sobre sendos canapés y la mirada vigilante sobre un cuarto. Cambiaría gustosamente el ilustre ágape por algo tan vulgar como una cesta de Navidad. Me haría una ilusión tremenda recibirla, mira que una es simple para algunas cosas, pero desde mis excelsos tiempos de becaria, chica para todo y contratada en prácticas en la empresa privada nunca más volví a tener una en mis manos y de mi propiedad, aunque lo que en aquellos tiempos recibiera distara bastante de ser una cesta propiamente dicha. Se lo insinué bastante claramente a mi jefe uno de los días pasados, y él se me quedó mirando con cara inicialmente de “qué me estás contando” para pasar luego a una cara de “tal vez no sea mala idea, pero deberías encargarte tú del asunto” y contestar con un manido, “me lo pensaré”, que en su lenguaje quiere decir “olvídate". Yo insistí, lo justo, unos simples bombones estarían bien, “me lo pensaré”, reiteró esta vez sin palabras, y casi mejor que se lo piense, porque yo ya me hacía a la idea de unos Godiva, y creo que él se hubiera decantado por unos Ferrero Roché.

lunes, diciembre 15, 2008

Repitiéndome

Estoy demasiado cansada para decir (contar) lo que debería decir, y como es evidente que lo que "toca" ahora es hablar del espíritu navideño que nos acecha voy a hacer trampa y recuperar lo que escribí hace un año, literalmente copio y pego, al fin y al cabo se mantiene vigente...


No soy nada original en mis fobias navideñas y como no podía ser de otra forma odio a Papá Noel o Santa Claus o el gordo de rojo que se cuela por las chimeneas, cómo se le quiera llamar. Me temo que de los cuasitreintañeros para arriba pocos son los que le tienen apego a ese invento.

Soy fan declarada y confesa de los Reyes Magos, los auténticos héroes de mi infancia, junto al protagonista de V de cuyo nombre no quiero acordarme, aquella terrorífica
[1] serie de ciencia ficción donde unos alienígenas invadían la tierra y aunque parecieran humanos en realidad eran lagartos que se comían ratones (vivos y enteros) y daban mucho miedo, especialmente Diana, la mala de la película, y en realidad protagonista absoluta, o como bien dicen en los culebrones venezolanos, antagonista, una especie de Angela Channing sin mayordomo y en versión juvenil.

Pero volviendo a los Reyes Magos, ellos si que tenían clase, no Papá Noel. En primer lugar porque eran magos, y en un tiempo en el que la Rowling aún no había soñado ni con hacerse rica ni con un mundo donde convivieran muggles y magos, eso era un punto. A saber, Papá Noel parecía ser que tenía una fábrica allá por Laponia llena de enanitos o duendes o lo qué sea trabajando para él, y vaya usted a saber en calidad de qué y qué convenio laboral tendrán suscrito. Pero los Reyes no, que para eso eran magos y no necesitaban de nadie, bueno, tan sólo de sus camellos, cuestiones de logística básicamente. No me negarán que venir de Oriente en camello es mucho más divertido y exótico que surcar los cielos desde Laponia en un trineo tirado por renos. Aunque los pobrecillos a estas alturas deban de tener francos problemas de orientación, no son buenos tiempos para escrutar las estrellas. Ni de la estrella polar puede fiarse una.

Tampoco hay que olvidar que la popularidad de Santa nos viene de los States, donde es el arquetipo de wasp, mientras que los reyes ya eran sin saberlo, políticamente correctos con su diversidad cultural y étnica (seguro que además Gaspar era gay). Y aunque una sea bebedora compulsiva de Coca-cola (nadie es perfecto) no se me olvida que la imagen que todos tenemos del personaje en cuestión, barriga y barba, incluido su atuendo rojo y blanco (los colores corporativos de la marca) son producto de la imaginación de un diseñador de una campaña de publicidad de la popular bebida en tiempos no excesivamente lejanos. Lo que si es cierto es que existió un tal San Nikolaus, en Grecia o Turquía, no recuerdo exactamente, santo venerado en la tradición católica de Centroeuropa y concretamente en Alemania donde se celebra el 6 de diciembre, se hacen pequeños obsequios a los niños, aunque no juguetes, dulces básicamente. En algunos casos y como si fuera esa tal Suzanne, te y naranjas, al menos me tocó recibir a mí en alguna ocasión.

¿Y qué me dicen de esos Papás Noeles suicidas colgados por doquier en ventanas y fachadas? Hace unos tres años era un fenómeno minoritario y que una esperaba que no se extendiese como atentado a la estética y al buen gusto. Una cosa son las luces navideñas, mal menor al que le he cogido gusto, obra de los ayuntamientos, de por sí dados al despilfarro. Pero que los particulares, primero tímidamente, y ahora en tropel, al lado del arbol sintético
[2], pero por la parte de fuera, nos coloquen ese horror es algo que me hiere en lo más profundo. La primera vez que mi vista se tropezó con uno tratando de colarse por la ventana de un primer piso (y yo que siempre había pensado que Papá Noel entraba por la chimenea) tuve que detener el coche para asegurarme que lo que veían mis ojos era cierto y no se trataba del producto de mi imaginación o de un ladrón o un tipo a punto de suicidarse vestido de rojo, con la consiguiente algarabía de pitidos e improperios (mujer tenías que ser) que se generó tras de mí.

En definitiva, que yo me quedo con los tres Reyes, unos auténticos caballeros que nunca me fueron infieles durante todas las madrugadas de los seis de enero de mi infancia, aunque por su culpa sufriera la mayor contrariedad de mi vida cuando a los seis años la hermana que me precedía que a sus nueve años se había caído del guindo (o alguien la había tirado) no pudiendo soportar la envidia que le provocaba mi ingenuidad e ilusión ante la noche de reyes me soltó la frase que todos los niños tememos: “los reyes son los padres” y no contenta con ello y ante mi negativa e incredulidad me retó a buscar los regalos supuestamente escondidos por los reyes, que eran los padres, en algún rincón, tarea nada fácil en mi caso por vivir en una destartalada y enorme casa llena de sótanos, garajes, desvanes y rincones oscuros. La búsqueda tuvo sus frutos, pero mi hermana no contaba con que yo, inasequible al desaliento, tuviera una capacidad infinita para creer lo que quería creer, así que aunque el desencanto hizo mella afronté esa noche y el resto de noches hasta que decidí hacerme adulta con la casi misma inalterada ilusión de los primeros seis años de mi vida. Incluso esperé pacientemente tres años, hasta que mis dos mejores amigas cumplieran los nueve, para vengarme, aunque fuera a través de persona interpuesta, y poder decirle a alguien esta vez yo, mira que sois tontas, si los reyes son los padres… ellas no me creyeron, obviamente.

[1] Aún tengo pesadillas cuando recuerdo la noche nupcial de Diana.

[2] Antes muerta que con un árbol sintético. Árbol y Belén deben coexistir pacíficamente en esta España nuestra, pero un árbol de verdad. Abeto, a ser posible.

miércoles, diciembre 10, 2008

Glück



Was immer du denkst, wohin ich führe,
wohin es führt, vielleicht nur hinters Licht.
Du bist ein Geschenk, seit ich dich kenne,
seit ich dich kenne, trage ich Glück im Blick.

Ich kläre den Nebel, änder so schnell ich kann
und was sich nicht ändert, an dem bin ich noch dran.
Kleb an den Sternen, bis einer dann fällt,
der mir die Brust aufreißt.
Ich zöger nicht lang, ich setzte die Segel,
pack den Mond für dich ein, zerschneide die Kabel,
will allein mit dir sein.
Und wenn du nichts für mich tust, dann tust du es gut.

Was immer du denkst, wohin ich führe,
wohin es führt, vielleicht nur hinters Licht.
Du bist ein Geschenk, seit ich dich kenne,
seit ich dich kenne, trage ich Glück im Blick.

Du hast mich verwickelt in ein seidenes Netz,
das Leben ist gerissen, aber nicht jetzt,
es kriegt endlich Flügel, fliegt auf und davon,
das sind deine Augen - so blau und so fromm.
Und du lachst und du strahlst,
setzt den Schalk ins Genick,
schenkst mir Freudentränen und nimmst keine zurück
und du tust mir nichts und das tust du gut.

Was immer du denkst, wohin ich führe,
wohin es führt, vielleicht nur hinters Licht.
Du bist das Geschenk, aller Geschenke,
aller Geschenke, ich trage Glück im Blick.

Und wird dein Kopf dir irgendwann zu eng und trübe
Und du weißt, dass der Regen sich verdrängt,
färbe ich sie ein, deine schrägen Schübe,
du bist alles in allem, das bist du nicht.

(was immer du denkst)
Du lachst und du strahlst,
setzt den Schalk ins Genick,
(wohin ich führe)
schenkst mir Freudentränen nimmst keine zurück
(wohin ich führe)
und du tust mir nichts und das tust du gut.
Und ist dein Kopf dir irgendwann zu eng und trübe
Versuche ich, dass der Regen sich verdrängt,

Du bist das Geschenk, aller Geschenke,
seit ich dich kenne, trage ich Glück im Blick
Oh, du bist das Geschenk, aller Geschenke,
seit ich dich kenne, kenne, trage ich Glück im Blick.

Herbert Grönemeyer

P.D. Dentro de una semana estaré haciendo las maletas, dos aviones y tres aeropuertos, escasas tres semanas por delante teñidas de blanca Navidad. Aún tengo por delante una comida de confraternización laboral y despedida. Dos citas pendientes. Una conversación que nunca se producirá. Un funeral.

Necesito irme... para poder regresar.


martes, diciembre 09, 2008

Josephine



Take me back Josephine
To that cold and dark December
I am missing someone but I don't know who
Now I'm standing alone and I'm trying to remember
Sometimes I wonder how I ever started loving you

Noontime wind can you blow
For me one mroe time
And take me on back to the start
Where the midnight moon shines so bright
Nearly pulled us up to Heaven
By the strings of our heart

Take me back Josephine
To that cold and dark December
I am missing someone but I don't know who
Now I'm standing alone and I'm trying to remember
Sometimes I wonder how I ever started loving you

Morning sun shine on me
Come light inside my window
And rest on my brow
Kiss my eyes when I sleep
And carry me back home
If my dreams will allow


Take me back Josephine
To that cold and dark December
I am missing someone but I don't know who
Now I'm standing alone and I'm trying to remember
Sometimes I wonder how I ever started loving you

Take me back Josephine
To that cold and dark December
I am missing someone but I don't know who
Now I'm standing alone and I'm trying to remember
Sometimes I wonder how I ever started loving you
Someone help me understand why I'm still loving you.


Brandi Carlile

lunes, diciembre 08, 2008

Aquí y ahora



Hoy estás aquí. Mañana, si quiere, que vuelva el olvido a besarme.

domingo, diciembre 07, 2008

Life is the fast lane


Si los deseos pudiesen hacerse realidad... querría que mañana fuese un lunes cualquiera, de los de despertador puntual a las 6:45, desayuno rápido, rimmel apurado y dudas existenciales del tipo me voy o me quedo aunque hace mucho que decidí irme. Pero no, mañana es fiesta y no hay curro ni hay que madrugar y se alarga un poco más este fin de semana que desearía borrar. De hacerlo no me perdería absolutamente nada.

Ha sido, está siendo y (probablemente) será aburrido, inquietante y asocial pese a las casi tres horas de conversación (en la distancia, obvio, verse cara a cara y no digamos tocarse, como poco debe de haberse convertido en contagioso y si me apuras hasta mata) y la promesa arrancada a mi persona entre probabilidades varias de vernos tras mi vuelta de vacaciones. Sí, va a ser eso, el contacto humano mata. Hace dos meses que no nos vemos.

Ayer invité a un tipo a tomar una cerveza. Me había dado su teléfono tiempo atrás y siempre he tenido la firme creencia que los teléfonos brindados sin pedirlos previamente tienen el derecho y/o deber de ser usados para invitar a cuasi/desconocidos a perder un tiempo compartido. Su respuesta, alguien se me había adelantado, le habían invitado a ir al fútbol... "puedo anularlo"... no, no seré yo quien me interponga entre un hombre y la sacrosanta función de que éste anime un partido de fútbol. No me quedó claro, tampoco pregunté, si era en directo o viéndolo desde un bar, lo segundo atentaba contra mi maltrecha dignidad. También aludió al bochorno de que fuera yo, la chica, la que le invitara a él. Entiendo que según sus reglas de juego era él el que debía dar el primer paso; pero acá entre nos, estoy demasiado cansada para atender estúpidas reglas, nunca folles en la primera cita, nunca le des el teléfono a un desconocido si él no te lo da antes y por supuesto nunca llames tú en primer lugar.

Lecturas compartidas



Durante estas últimas semanas me he hecho experta en dejar la vida pasar manteniédome yo al margen de su curso. No tomo decisiones, no devuelvo las llamadas y no leo los periódicos. Hoy, caída en la más absoluta de las apatías sólo he salido de casa para acercarme a comprar El mundo. Sí, lo confieso, mi nivel de frikismo alcanza límites insospechados. He acabado comprando ese periódico desde hace tres fines de semana y tengo intención de seguir haciéndolo hasta el mes de abril, si las cuentas no me fallan, con el objeto de coleccionar unos discos que ya tengo, en algunos casos, por ejemplo el Born to run, por triplicado, sin contar las copias pirateadas que tengo en el disco duro.


La kioskera me ofreció la opción de recortar el cupón sin necesidad de comprar el periódico, debió de verme con cara de no lectora de El mundo, si es que hay alguna cara que se identifique con eso, pero dije que no era necesario, no me parecía ético. En ocasiones no me reconozco ni yo misma.

De este modo he ido acumulando en un rincón periódicos atrasados y no leídos. Hace un rato y ante la perspectiva de una visita me ha dado por el orden y la limpieza y los he enviado sin remordimientos al rincón del reciclaje, salvando antes los dos suplementos culturales de El País de los dos útimos sábados, Babelia, aún sin leer. Echándoles una ojeada descubro toda una sorpresa en el ejemplar del 29 de noviembre pasado. Aquí el link del artículo en cuestión, de Rosa Montero y mi más sincera recomendación de que se lean estos libros, que yo no sea objetiva no la hace menos válida.

Los libros de los que hablo son "La edad media en el cine" y "La antigua Roma en el cine", de Juan J. Alonso, Enrique A. Mastache y Jorge Alonso Menéndez de T&B Editoress, merecen la pena.

I hope that I don't fall in love with you



Well I hope that I don't fall in love with you
'Cause falling in love just makes me blue,
Well the music plays and you display
your heart for me to see,
I had a beer and now I hear
you calling out for me
And I hope that I don't fall in love with you.

Well the room is crowded, there's people everywhere
And I wonder, should I offer you a chair?
Well if you sit down with this old clown,
take that frown and break it,
Before the evening's gone away,
I think that we could make it,
And I hope that I don't fall in love with you.

Now the night does funny things inside a man
These old tomcat feelings you don't understand
I turn around and look at you, you light a cigarette
Wish I had the guts to bum one, but we've never met
And I hope that I don't fall in love with you

I can see that you are lonesome just like me,
and it being late, you'd like some some company,
Well I've had two, I look at you,
and you look back at me,
The guy you're with has up and split,
the chair next to you's free,
And I hope that you don't fall in love with me.
And I hope that you don't fall in love with me.

Now it's closing time, the music's fading out
Last call for drinks, I'll have another stout.
Turn around to look at you,
you're nowhere to be found,
I search the place for your lost face,
guess I'll have another round
And I think that I just fell in love with you.


Tom Waits





sábado, diciembre 06, 2008

8 y medio



Miro al techo que hoy ha vuelto a gotear,
hacía tiempo que no llovía así.
Y cada gota golpeando contra los cacharros de metal
me hace pensar unas veces en sangre y otras veces en ti.

Lo que en realidad viene a ser lo mismo.
Lo que, por crueldad, ahora viene a dar igual.

O puede ser un ángel que una vez perdió la fe y fue
expulsado, y que ha venido a agonizar justo encima de mi
hogar y estas gotas sean sus lágrimas.

O puede que sea por hacer entrar ya en razón
y llegar a comprender que dentro de este horror no hay
literatura, no, y eso tú lo sabes bien a fuerza de caer una
y otra vez en una trampa mortal que en el tiempo dura ya
ocho años y medio.

Seré muy breve: te quiero, y esto duele.

Y vino un pájaro a posarse en mi ventana.
Tenía una ala rota y su plumaje era gris y azul.
Y al acercar mi mano y comprobar que no, no echaba a volar
supe de inmediato que lo enviabas tú.

Lo tomé entre mis garras y lo dejé morir,
y cuando lo hizo aún llovía aquí.
Y la sangre al gotear entre zarpas de animal presagió mi
suerte, como una ave que voló de Madrid hacia Gijón aun herida de muerte,
rescribiendo la espiral de prometer hacerlo bien,
de cometer un nuevo error, de no saber pedir perdón o pedirlo
demasiadas veces.

Y aunque ahora escupo una oración helado de terror ningún dios
responde aún.
¿Soy yo el que no ve o es que todavía no se hizo la luz?

Seré muy breve: te extraño, y esto duele.

Y trato de encontrar una salida
pero no recuerdo ni por dónde hemos entrado aquí.
Y contemplo junto a mí el cadáver del que fui,
según tú, en una ocasión,
y es la mancha de humedad la de la herida mortal
impregnada en el colchón,
y ahora que te oigo llorar en lugar de ir hacia ti
me vuelvo a anestesiar y me limito a subir el volumen
del televisor,
o me concentro en recordar, para no pensar en ti,
que tendría que llamar y que alguien venga a reparar
la gotera de una puta vez, que ya cansé de recoger litros de
agua gris, gris como un metal
que un día relució y que ahora es suciedad.
¿Qué se hace para amar lo que quise despreciar ya una
y mil veces?

Seré bien breve: te he perdido, y esto duele.

Murueca


Equí termina'l mundu,

nos frutales baltaos

nel güertu n'abertal.


Esta tierra ye entera un gritu

de páxaru que cai.


Mira la casa ferida,

l'horru escundarmáu.

Artos y ortigues texen

silenciu nes parés.


Per equí pasó la muerte

y yá nunca naide vendrá

que llevante estes teyes,

los cabrios y les trabes,

que prenda de nuevo'l candil.


Cierra los güeyos.


El mio corazón tamién

ye'l país más derrotáu.


Murueca de Antón García

Dream, baby, dream


Él quería ir a Florida. Lo repetía continuamente, Florida, quiero ir a La Florida, como si a fuerza de ello acabara convenciéndonos a todos y contagiándonos de su deseo. Rumbo al Sur, las cosas buenas siempre tienen lugar allí, decía... En cambio para mí sólo existía el Norte, la lluz al Norte dexando quietu l'hibiernu na puerta entreabierta, y una gabardina verde, no azul, olvidada en Chelsea Avenue.

Debíamos decidir, elección ante la que yo declaraba mi más firme abstención, y sí, ya sé que cualquiera conduce un coche de cambio automático, pero yo no pensaba hacerlo con ninguno de esos bichos enormes, yo no soy cualquiera. Vosotros elegís, tú conduces, yo elijo la música y tal vez acabemos en Florida, sólo tal vez...

Tras media hora decidiendo, discutiendo y analizando pros y contras sobre motores, habitáculos, modos de frenado y carrocerías, bajo un sol de justicia, pacientemente esperando sentada sobre mi maleta, no se llegó a ningún acuerdo. Aunque al menos ya tan sólo había dos posibilidades, un Chevy, no era del 69, y un Dodge, reconoceré aquí mi ignorancia automovilística, no había oído nombrar a esa marca en mi vida, pero no estaba dispuesta a pasarme otra media hora más allí sentada mientras la carretera nos esperaba. Aunque tuviera que elegir a cara o cruz, echándolo a suertes.

En realidad resultó más fácil de lo que imaginaba, los maleteros estaban abiertos, bastó echar un vistazo... éste lo tiene más grande, y mi maleta, con diferencia, es la más grande, nos quedamos con éste. Bajé la puerta y allí estaba la matrícula, the Sunshine State, supongo que estábamos predestinados...

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