lunes, junio 22, 2009

Adicciones, circunstancias y deseos


Poseo una larga lista de adicciones, circunstancias y deseos. En términos generales no excesivamente preocupantes (exceptuando que en ocasiones sí lo sean para mi tarjeta de crédito) y en ningún caso ilegales (aunque lo contrario no creo que me supusiera mala conciencia). Los zapatos imposibles que duermen el sueño de los justos en el fondo del armario, los sugus de cereza, los regalices o los bombones Godiva y los helados con toffe del McDonalds, ciertas causas perdidas y la coca-cola (de ambos me estoy quitando), la limonada y Bruce Sprinsgteen, los marcapáginas y subirme a aviones que me lleven lejos o la reciente devoción adquirida por los acantilados de Cornwall, se unen a la ruina (económica) que suponen para mí los vaqueros, los tejanos o los blue jeans (elijan ustedes la palabra que les plazca).

Desconozco el número de ellos que habitan en mis armarios, sólo sé que siempre que voy de compras, y voy de compras a menudo, aunque no sea mi intención comprarme unos vaqueros, siempre acabo pagando unos en la caja. Incluso a veces, si me sientan bien (dentro de lo posible) o están rebajados o cualquier otra circunstancia que (no) lo justifique por el medio, los compro por pares (lo que no me supone necesariamente ahorrarme la siguiente compra).

Si unimos lo anterior a un ligero pero ya firmemente arraigado síndrome de Diógenes en cuestiones de vestuario, nos encontramos con un número elevadísimo de pantalones vaqueros y una ínfima probabilidad de repetir atuendo. Tal extraña coincidencia se dió esta mañana, hoy me puse unos vaqueros que había estrenado exactamente el 20 de julio de 2008 y no había vuelto a ponerme hasta hoy. En fin, que fue sacarlos del armario, reconocerlos y teletransportarme a aquel fin de semana (de cuatro días) en Barcelona.

Estos pantalones, los que aún llevo puestos - Confesaré que aún estoy en el trabajo, en esa incierta hora del mediodía donde todo funcionario de bien se va a casa, nos apagan las luces (curiosos métodos de ahorro de esta Administración), por fin los teléfonos no suenan y una trata de rellenar las más de 37 horas semanales de obligado trabajo como mejor puede- podrían contar muchas historias, o tal vez tan sólo una (tal vez deberías interrogarlos a ellos y no bucear aquí en búsqueda de lo que allí pasó. No tengo ninguna intención de contarlo, al menos no por el momento).

P.D. El sábado me fui de compras. Quería comprarme un vestido. Este viernes tengo comida con mis ex-compañeras y de recibo es aparecer vestida y radiante con la sonrisa de felicidad pintada en la cara aunque sea a brochazos de autobronceador y rímmel negro. En estas situaciones una siempre tiene que regresar triunfante y destilando no sé muy bien qué, así que la elección de atuendo es crucial.

Pues eso, yo quería un vestido, y me chiflan, cuando los veo en las demás, esos vestidos extralargos a riesgo de parecer padecer un embarazo de ocho meses, pero en mí no acaban de convencerme. Ya estuve tentada el verano pasado, pero entre que estaba diseñado por Pe y Mo (las hermanísimas Cruz, motivo éste más que suficiente para negarme de plano a comprarlo) y los 80 euros que probablemente iban a quedar colgados en el armario sin llegar a ver la luz no acabé de decidirme. Este sábado fui reincidente, acabó en el vestidor y yo obviamente me fui con unos vaqueros (y una camiseta, pero ésta no cuenta). Para el viernes tendré por tanto que pintarme las uñas y elegir unas sandalias lo suficientemente altas y adecuadas al glamour que una pretende destilar en tan magno acontecimiento.

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