lunes, enero 07, 2008

Noa

(En permanente) Deconstrucción



Mañana de domingo que coincide con la de Reyes. Quedamos para desayunar, saludable costumbre heredada de tiempos pasados y centroeuropeos. Introducimos haciendo honor a la tradición un roscón de Reyes en el menú aunque a mí no me gusta y tal vez por eso me encuentro la figurita escondida. Nunca he llegado a saber con certeza si eso implica que debes pagar tú o si por el contrario implica buena (o mala) suerte. Más tarde aparecerá una segunda, una especie de judía. Parece que el reparto está claro.

Tópica conversación post-vacacional aludiendo a la pereza de tener que volver a trabajar y yo sólo puedo decir que en realidad lo estoy deseando, volver al trabajo. Me encontré con unas vacaciones inesperadas, también necesitadas, cierto. Pero ahora anhelo volver a mis rutinas, al orden que impone un despertador sonando a las siete menos cuarto de la mañana, a las comidas rápidas y a las cenas en soledad delante de la televisión, a mi única compañía.

Dos pares de ojos me miran con desconfianza aún dormidos y con efectos de una reciente y visible resaca diciendo sin querer decir que estoy peor de lo que se temían. Intercambian un gesto de asentimiento y la propietaria de uno de esos pares me dice, también sin querer decir, que anule todos los planes para el lunes, si es que los tengo, porque me lo han comprometido sin mi consentimiento ni conocimiento… -“Porque estarás de acuerdo conmigo en que lo que necesitas es un buen polvo.”

Bien, ya estaban ahí las mágicas palabras de las que echar mano ante cualquier crisis existencial. El sexo es mano de santo (según ella y para ella), tan sólo seguido del alcohol y la más absoluta de las improvisaciones.

Y qué decir que ella ya no sepa. Que yo ya no me emborracho, que raramente lo hice y tan sólo por accidente. Que tan sólo deseo (y busco) aunque sólo sea por momentos sentir que el suelo no se mueve bajo mis pies y saber no ya qué pasará dentro de una semana, pero sí mañana. Y que odio las citas a ciegas, aunque alabe su buen gusto y sus mejores intenciones y que un polvo, incluso aunque sea bueno, a mí no me arregla nada. Pero no digo nada y quedo para comer (dentro de una hora) con un ilustre desconocido. Espero que a eso de las 15:30 suene mi teléfono móvil y la artífice de la cita me de la posibilidad de una excusa si el desconocido no resulta tan ilustre, aunque ella así lo afirme.


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