Cuenta atrás para un alma furtiva
Nunca me ha gustado la primavera. De siempre su llegada nunca ha sido bien recibida. No me gusta esa apartente alteración del comportamiento colectivo y tener que duplicar la dosis de autobronceador o de factor de protección solar. Los cambios de temperatura que te hacen salir a las siete con bufanda y a las tres llegar a casa sudando como un pollo y despojándote de capas cual cebolla en ensalada. Y sí, ya sé que no son razones que compitan con la llegada de más horas de luz, con los fines de semana que se alargan, con el optimismo que el buen tiempo trae a la gente de bien o con el ramillete de flores silvestres que recogí hace unos días y que ya languidecen marchitándose en ese improvisado jarrón.
No, nunca me ha gustado. Yo siempre he sido del otoño; que ya se sabe, que a veces, en octubre, es lo que pasa. De los días escasos de luz, de la niebla que todo lo envuelve como una realidad desdibujada, de las horas que se acortan y la humedad que te recuerda el paso de los años, siempre los mismos, nunca iguales; de los paseos apurados por las calles empinadas bajo el orbayu, buscando refugio en la calidez ajena; de los malabarismos para no pisar las hojas caídas, de inciertos colores, siempre traicioneras y dispuestas a que tus huesos acaben en el suelo... tan dispuesta como estoy en esta primavera del 2011 a hacer el esfuercito por disfrutar de ella.
Y quién sabe... tal vez hasta lo consiga.
Y quién sabe... tal vez hasta lo consiga.
P.D. Betty Grable