jueves, diciembre 09, 2010

Va a ser eso, el paso del tiempo es mi condena




Hace un tiempo, en una noche madrileña, en un garito cualquiera de la Latina, durante la cuarta cerveza (a la segunda paso a ser amable, a la tercera simpática y a la cuarta divertida) C. me presenta a un tipo bastante aparente, aunque algo bajito para mi gusto, y muy, pero que muy simpático, y amable y atento y divertido e interesante. Éste es *, me dice, y acá, su novia. Una chica guapísima y simpática e igualmente divertida, que hace mucho que acepté como una fatalidad incorporada e inevitable, que los tipos aparentes y divertidos y simpáticos e interesantes siempre tienen novia, o están casados o son gays. Pero la novia se aleja y nos quedamos los dos hablando de esto y de lo otro, de ciudades, de viajes Asturias-Madrid, de Berlín y Barcelona, de libros y el gran Gastby, de pistachos, del violeta como el color de mi olvido, del azul de los amaneceres... y vuelve C. con otro tipo casi igual de aparente, y ése sí es alto, y parece que no comprometido y heterosexual, y toca en una banda de rock que no conozco y que él nombra a la segunda frase que pronuncia mientras C. se aleja y me deja con los dos, haciendo gala yo de mi más profunda ignorancia musical y un "¿debería conoceros?" de pretendida y genuina ingenuidad, que tipo aparente número dos no se toma demasiado bien, aunque tendrá oportunidad a lo largo de la noche de descubrir que simplemente yo soy así, yo hablo así; mi mano izquierda nunca acierta a entender lo que digo con la derecha.

Pasamos a hablar de música por tanto, de salas y conciertos, de la policía local y estúpidas normas que regulan los ruidos; y en un determinado momento, tipo aparente número uno, habla de un concierto que dará en la sala Galileo en breve y al que por supuesto estoy invitada. Tal día, a tal hora, que tienes que venirte, haz el esfuercito para pasar ese finde acá en Madrid; y yo, que de cuando en cuando trato de no cometer dos veces seguidas el mismo error, y es más, hasta lo consigo en ocasiones, finjo saber de qué me está hablando. Y esto, debo de ser muy convincente, aunque siempre me he considerado una pésima actriz, y él comienza a hablarme de sus bolos y sus discos y sus historias, y yo asiento y afirmo que haré lo posible por ir a ese concierto. Y el tipo aparente número dos vuelve a nombrar a esa banda de la que forma parte y pasa a hablar de no sé qué concierto en no sé qué sala, y yo sigo asintiendo, aunque en este segundo caso no necesito fingir, ya ha quedado antes meridianamente claro que soy una ignorante provinciana. Así que cuando tipo aparente número uno enfila la calle del brazo de su guapísima novia y yo me quedo con tipo aparente número dos que me está hablando de su colección de guitarras, me escapo por momentos para preguntarle a C. "quién carajo era tipo aparente número uno". Y ella me dice que es *, y a mí lo cierto es que ese nombre me suena vagamente, pero vamos, que lo más probable es que no le haya escuchado en mi vida y le confunda con otro. Pero parece ser que sí, que es famosete, que tiene un par de discos y hasta ha sonado en las radiofórmulas. Pero en qué mundo tú vives... Sí, va a ser eso.

Tiempo después me lo encuentro en un noche de insomnio y zapping radiofónico, le están entrevistando en no se qué programa que encuentro al azar dándole vueltas al dial. Y parece ser que sí, que el tipo aparente número uno es conocido. En un determinado momento de la entrevista se nombra a Quique González, que son muy colegas, dice, y cuenta un buen número de anécdotas y pianos compartidos, y a mí, claro, me falta tiempo para reclamar a C. una vez escuchado el nombre de Quique. Pero es madrugada y no voy a despertarla en medio de la noche, así que le mando un SMS diciéndolo que la próxima vez que vea a * le pregunte por Quique González, algo así como si vas a Calatayud, pregunta por la Dolores. Y C. me llama al día siguiente y va la tía y me pregunta, quién c* es Quique González... y bueno, es cierto que nuestros gustos musicales son tan dispares que jamás compartimos coche por eso de que a ambas nos resulta insufrible la música que la otra escucha. Nuestra relación, musicalmente hablando, es del tipo C. le dice a Dae: "Qué emoción, tenemos entradas para ver a los Arcade Fire, pero lo cierto es que no hemos pensado en ti, como a ti sólo te gusta Bruce Springsteen, pero puedes venirte ese fin de semana si quieres igualmente". Y claro, yo, aunque tú no lo sepas, mataría por ver a los Arcade Fire, y cuando después de pedir unas innecesarias disculpas se compromete a que me sacará una entrada a modo de desagravio, ya están agotadas. Y así ni modo, pero cómo contarte, cómo decirte, cómo c* es posible que no sepas quién es Quique González.

Uy, pues no, no me dice mucho, pero claro, a mí tampoco me dicen mucho los Depeche Mode, pero vamos, que eso es lo de menos... y en definitiva, qué quieres que le diga, un autógrafo, un disco firmado, una foto. Pues no sé, no, nada de eso, que eso sólo son chorradas, supongo... ¿Y entonces? Nada, déjalo, si al fin y al cabo Quique González también es muy bajito... Si tú lo dices.

Y sí, es que últimamente yo lo digo todo, aún sin decir, y es más, cuando me dicen, pues como que no sirve de mucho, porque yo ya sé lo que van a decir, y ni modo, así no hay manera de seguir caminando sin retroceder. One step up, two steps back...


[Y si hay alguien ahí fuera que no sepa quién es Quique González, que calle para siempre]



Y que después me atracaran a la manera del poeta, tus labios, o la vida...




No sé porqué se me ha ocurrido pensar de pronto que me gustaría que alguien se tatuase algo en mi honor. No me refiero a mi nombre enmarcado en un corazón, aunque mi nombre sea cortito y mono y entrara perfectamente en un corazón de no exageradas dimensiones. Pero no, no pretendería que alguien tuviese semejante mal gusto, que los tatuajes deben tener su punto macarra, pero no hortera. Me refiero, no sé, a algo que hiciera referencia a mi persona, que cuando yo me fuera o me echaran, se quedara y no fuese tan incómodo testigo del devenir del futuro como esas tres letras.

Se lo comento a alguien, que me mira torciendo el gesto y restándome probablemente puntos del escaso crédito que aún debo tener, que ya debo de andar en negativos. Y no, yo jamás me tatuaría nada, le tengo demasiado miedo al dolor físico y a lo más que llegué fue a un piercing en el ombligo que hace bastante tiempo me quité. Pero no sé, sí, me gustaría, supongo, como me gustarían tantas otras cosas...



Related Posts with Thumbnails