[Hubo un tiempo, casi toda la vida de este blog, en el que yo establecía una suerte de diálogo aquí. Yo escribía y alguien, quien quiera que fuese, leía. A veces se daría por aludido, otras no. En ocasiones la presunción le podría, otras, la desazón.
Ahora que no hay un alguien que me lea, retomo la costumbre... quién sabe, tal vez algún día le haga llegar todo esto. De momento está bien así, ¿no?. Yo escribo, ustedes leen y alguien se queda].
Se dice, se comenta, se rumorea... sostienen al más puro estilo Pereira los hombres, que nosotras, las mujeres; y sí, soy mujer, pese a lo que pueda parecer y que a veces recuerde a un androide que sobrevivió a Rick Deckard; nos acusan de no saber lo que queremos y de que cuando llegamos a saberlo o a tenerlo, cambiamos de prioridades. Nosotras en cambio os acusamos a vosotros de ser simples, que no simplistas; de ser todosloshombressoniguales y de estar en celo permanente. De ser unos de Venus y otros de Marte, y eso parece ser, es algo que nos hace casi incompatibles. Aunque supongo que el casi está el matiz o la diferencia.
Yo siempre he sabido lo que quería. Siempre quise parecerme a Veronica Lake, una vez descartado que jamás sería la reencarnación de Audrey Herpburn y dejé de soñar con ser una princesa por las calles de Roma (acertó Sabina, las niñas ahora sueñan con calzarse unos Jimmy Choo). Quería cantar como Emmylou y que las letras de mis canciones las escribiera Leonard Cohen, y pasearme por un escenario al lado de Mr. Cash y que Bruce me invitara a subirme a su coche. Quise mentir tan bien como Joan Crawford y llevar a la perdición a tipos como Joseph Cotten. Quería bajar las escaleras como lo hacía Bette Davis, y emborracharme como la Garbo y tener las piernas de Cyd Charisse y envejecer tan mal como Lucinda. Quise tener todo lo que no estaba a mi alcance y quería volar lejos y vestirme de azul y que me besaran como Cary Grant besó a Ingrid Bergmann... como yo te besaría a ti.
Me encuentro con "Una música constante". Un libro que en su momento me prestaron con promesa de devolución incluida y que dos años después sigue en una de las tres cajas con libros y papeles que han permanecido inamovibles tras aquella lejana mudanza.
Recuerdo haber asegurado que me había encantado, aunque no fuera cierto o no del todo. La persona que me lo dejó lo tenía como referencia y libro de cabecera. No supe o no quise decepcionarle.
Lo encontré opresivo. Casi deprimente. Es extraño como la música y la literatura ejercen efectos diferentes en mí. No conozco mejor método para combatir la melancolía vital que la música, a ser posible triste y desgarradora, bien sea Chavela Vargas o Billie Hollieday. En cambio no puedo leer un libro sobre histerias y tristezas ajenas cuando yo me siento así.
Me recuerdo en el tren de ida o de vuelta, leyendo, con un nudo en la garganta y los ojos empañados de lágrimas. Una historia de amor inacabada como tantas... Una ciudad en la retaguardia, Viena.
No fue en Viena, podría haberlo sido. Hay demasiadas ciudades que se parecen unas a otras.
No fue en invierno, me hubiera gustado. Me gustaba aquella ciudad sumida en la penumbra invernal; las huellas sobre la nieve que ésta siempre se encarga de borrar, la humedad que cala hasta los huesos y los tranvías como refugio. El frío va bien con la decadencia, las fachadas de las mansiones recicladas para un futuro no mejor entre jardines abandonados a su suerte y los tilos bordeando el río lucen mal ante la luz del estío. La oscuridad desdibuja las formas, opaca los defectos... tal vez por eso me gustaba.
Decía, cantaba, el cansautor Ismael Serrano hace cierto tiempo “... como todas las historias de amor, al menos las más bellas, la nuestra por supuesto también acabó en tragedia”. Y es que es tópico extendido y aceptado que las grandes historias de amor deben de ser trágicas. Aunque a mí sinceramente me parezca una bobería. Siempre he considerado que eso del amor era algo hermoso, probablemente la boba por tanto sea yo, pensarán ustedes. Aunque más temprano que tarde llegaran las rebajas y acabáramos en saldos de compra-venta (depende de la opción que cada cual eligiera o le tocara); que está muy bien eso del cariño, cantaba el otro. En todo caso de vez en cuando y sin plantearme ni de lejos eso de matar o morir por amor si me gustaría vivir una pasional, que no trágica, historia de amor. Ese ni contigo ni sin ti al estilo Richard Burton vs. Elisabeth Taylor, y no como la boba de Julieta que acabó suicidándose por Romeo. Al menos Liz, la de los ojos violeta, se volvió a casar otras siete veces (¿o fueron seis?).
Creo que a todos nos debería corresponder al menos vivir una a lo largo de nuestra vida, como aquellos cinco (¿o eran quince?) minutos de fama. Seguramente, o no, aprenderíamos lo suficiente como para no repetir los míseros errores que arrastramos una y otra vez. La mía incluso tendría banda sonora, la discografía completa de esa inconmensurable dama llamada Paquita la del Barrio, a ella pues, en cuestiones de despechos no le gana nadie.
Recién sonaba “Tres veces te engañé”, mítica canción entre muchas de las suyas, y a mí que siempre he cerrado puertas y heridas en la más absoluta de las discreciones me entran tremendas ganas, tras unas Pacífico de más, de tener a un tipo delante y cantarle con auténtico sentimiento todas esas lindezas. Pero no tengo a nadie, por no tener no tengo ni oído, ni voz, ni sentimiento... y aunque busque y rebusque en mi pasado no lo encuentro, nadie se ganó mi odio, ni mi rencor eterno; nadie se ha hecho merecedor de ser tildado como una rata de dos patas, y qué lástima, que el mío haya sido el único corazón de hotel.
Y es que soy muy mía y a la vez muy del cosmos, muy de las tinajas y de los moldes de galleta, de las vainas y los pomos cromados, de la cola y el carril más lento, de embalsamadores y taxidermistas, del rincón del aburrido; soy muy de los desprendidos de la crítica, fiestas provocadas y tijeretazo en casa, del orden cosas y cosas por vicio. Soy muy de todo esto y de aún más cosas. Sólo espero que alguien me reclame... sería muy violento tener que hacerlo yo misma...
Deja tus paranoias o tus deseos, gritos al aire, diarios, confesiones, declaraciones de amor o de guerra, o simplemente tu firma, tu mensaje, tus besos, saludos o consejo, bromas o entusiasmo, reminiscencias o cañones recortados, y ya descubriremos si tenemos algo de lo que hablar...
Ser ese pincel aguado por la lluvia que esboza en cada bocanada una bahía, dos volcanes y diez maneras de decir lo que deseas. Una bandada de gaviotas. La ginebra. Las noches sin futuro. Una colección de lunas llenas. Las verbenas de barrio. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Arrastrando la cobija. Tristezas a la carta por alegrías. Billie Holliday rasgando la noche. Una visita imprevista y deslenguada. Los calvos que se quitan el sombrero. Las noches "nuremberianas" al calor del Eulenspiegel repletas de ron, humo y conversaciones. Aquella voz, aquel acento."Mis" poetas: Á. González, Huidobro o Cernuda. La lluvia que parió charcos y barro. Viajar en tranvía. Volar cometas. Un par de botas sucias. El canto del urogallo. Alain Delon en "Rocco y sus hermanos". Caminar sobre hojas secas. Las tímidas que salen respondonas. Aviones que despegan. Las rosas amarillas, los lirios, las violetas. Las raras excepciones. ARJONA (con mayúsculas). Medianoche en una estación de tren. La honestidad brutal de Calamaro. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Aquella buhardilla en la Peissenbergstr. Silvana Mangano en "Arroz amargo". Pisar charcos. El 14 (y la lluvia) de abril. Mi chupa de cuero. La Coca-Cola (nadie es perfecto). Besos con risas. Silvio y Ojalá como coartada. Lengua con besos. El castellano de Umbral. Esencia de playa y sal de un lugar donde habitaban las gaviotas. Pisar charcos. Un vestido y un amor. Salitre 48. EL hombre del piano. Luka, el niño del 2º piso. Compay y Celia, el son y la salsa de luto. La primera mirada por la ventana al despertarse. Las noches que sonríen en forma de luna. Estoy Bartok de todo. El olor a tiempo desgastado. Simon & Garfunkel. Waits & Cohen. Los trenes que viajan hacia el este. Rosas a Rosalía. En Lisboa, sobre lo mar. El cambio de estaciones. Dylan y su hijo Jakob. Un amanecer en la playa del Silencio. El piano ha estado bebiendo. Puentes que se cruzan en ambos sentidos. El Urriellu. Una Delirium Tremens. Las carreteras secundarias. Un otoño de párpados caídos. Los domingos al sol en el Englischer Garten. Camarón sin camisa. Frambuesas en la tarta. Las sesiones de madrugada. Las montañas mágicas de esta tierra que plantó mi corazón recibiendo el regalo de la lluvia. Chavela por Jose Alfredo. Los labios que aprovechan los rincones más olvidados, más olvidables. Veloso y su fina estampa. El miedo, el futuro incierto, el camino, la búsqueda. Je vous ai apporté des bonbons parce que les fleurs c'est périssable. Los que pudieron ser y no han querido... Dream, baby dream.