jueves, diciembre 01, 2011

No es oro todo lo que reluce


[Para C., ahora que ya no es C. 
A la que nunca tuve valor de decirle que dejara de serlo.]


No me gustan las mentiras. No soporto que me mientan. Me considero una persona lo suficientemente cabal y con cierto encaje para la verdad, por desagradable, impulsiva o dolorosa que pueda llegar a resultarme. No comulgo con las personas que hacen uso y abuso de la impostura, de los fuegos de artificio para llegar a sus metas. Si quieren algo de mí sólo tienen que pedirlo, aún a riesgo de que les niegue; pero no, estas personas prefieren las carreteras secundarias, los caminos no transitados para alcanzar lo que persiguen justificándose a sí mismas cuando tienden la mano izquierda en lugar de la derecha; cuando exhiben su falta de principios y hacen gala de la más infame cobardía. Claro que ellas consideran que SU fin justifica SUS medios y aunque no lleguen a creerse sus propias mentiras venden su “verdad” a precio de saldo; orgullosas de sí mismas, sin fisuras; seguras de su determinación, de que la pobre imbécil del otro lado, la presunta ingenua que pasaba por aquí, se las creerá a pie juntillas, sin dudas ni cuestiones.


Pues no, señores, que sepan que abomino de toda esa panda de idiotas que consideran ser merecedores de reverencias a su paso. Que te detesto a ti, a ti, al otro también, a ti y a usted que posiblemente me leas o pases por aquí. Y no, no confundas mi silencio, mi gesto de asentimiento o mi forzada sonrisa (sonrío mejor cuando no quiero sonreír) con una mala entendida buena educación o una meditada hipocresía por tanto. No, te desprecio tanto que no tengo el menor interés en demostrártelo.


P.D. Carole Lombard y Robert Montgomery en "Mr. and Mrs. Smith"


[Acá tendría que sonar la gran Paquita... 
o aquello de teatro, lo tuyo es puro teatro] 

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