Estoy intentando centrarme, bajarme de los dos palmos a ras de suelo sobre los que ando últimamente. Para no perder la costumbre no tengo sueño y no quiero perderme en la cama dando vueltas así que he abierto la ventana de par en par y me he asomado a la noche, que está fresquita y es de esos momentos en los que desearía ser fumadora. Uno es esos momentos de cigarro acodada en la ventana y con la única luz de la brasa encendiendo la noche y tener a alguien a quien escuchar, alguien a quien contarle. No sé, sé que me repito muchísimo, sé que aquí, en este rincón, desahogándome, dándole vueltas siempre a los mismos temas, mi mismidad, mi soledad y mi autocomplacencia, lo que hago es suplir esa falta, la de tener a alguien que me mire a los ojos, me escuche y me cuente. Pero también sé que no es suficiente, que no es lo mismo, que no es más que un espejismo... que yo no soy así o no lo soy todo el rato, que sé sonreír, y hasta me río aunque los chistes sean malos, y me gusta la gente, o al menos una parte de ella... Y no sé, ya no sé hacia donde mirar ni que dirección seguir.
Llevo más de diez minutos mirando una pantalla... y debería... justo lo contrario de lo que estoy haciendo.
Yo quería ser bibliotecaria. Bueno, en realidad yo quería ser muchas cosas, y ésa era una de ellas. Estuve a punto, al menos de trabajar en una biblioteca; cuando me hice funcionaria tuve la posibilidad de elegir una plaza en la Biblioteca de Asturias, pero lo descarté por prosaicos motivos. No es que me arrepintiera, pero creo que si lo hubiese aceptado y ahora me comprase un gato, pese a que odio los gatos, daría el perfil.
Me he acordado de esto porque he pasado una parte de la tarde allí, me gusta ir a leer, a estudiar, a perderme entre libros y a veces hasta para tener citas. En realidad sólo fueron un par de veces y una no lo fue propiamente. En la H de Hornby, Nick; "High fidelity", obviamente. Sí, ya sé que la gente normal queda en los cafés y en las barras de los bares; pero a mí me gusta quedar en las bibliotecas, ante una inicial insigne. Bueno, o me gustaría, en realidad me gustaría tener citas, y de tenerlas, pues eso. Cómo no voy a entender que la gente diga que soy una chica rara.
Me había pasado en casa la mayor parte del día, excepto un ratito en el que me he ido al parque a seguir descubriendo a Blue Rodeo mientras me planteaba muy seriamente la idea de comenzar a correr, y al volver a casa y estudiar, o mejor dicho, leer, otros 20 artículos, me di cuenta de que no había intercambiado palabra con nadie en todo lo que iba de día en este pueblo grande, alguien me decía hace poco que Oviedo tiene todo lo malo de los pueblos y nada de lo bueno de las ciudades. No pude estar más de acuerdo, y que me perdonen los ilustres ovetenses, pero estoy desarrollando cierto ligero odio por esta ciudad. En realidad siempre me ocurre lo mismo cuando me voy fuera, aunque sean un par de días y me vaya tan lejos como por ejemplo a Madrid. Cuando regreso todo esto me parece tan estrecho, tan agobiante, tan pequeño... las mismas caras, los mismos uniformes, las mismas aceras, los mismos acentos. He conocido más gente en Madrid en tres días (y en un 85% altamente interesante) que en los nueve meses que llevo viviendo en esta casa donde ni siquiera conozco a mis vecinos y mi relación con el portero es, digamos, pintoresca. Pero como todo, se me pasará. Hasta el próximo fin de semana fuera, donde volveré a caer en la madrileñitis aguda o barcelonitis o lo que toque, volveré con ganas de largarme y me pondré a mirar ofertas de trabajo, y pensaré que los madrileños, aunque sean de adopción, que casi todos lo son, son más altos, y más guapos, y especialmente más abiertos y más simpáticos y en definitiva, más todo...
Una ciudad en la que hay atascos a las dos de la madrugada... Sí, lo sé, tengo un problema.
P.D. Jennifer Jones
Como no soy Joan Crawford, ni Veronica Lake, ni tengo que fingir ser una heroína de ficción ni la femme fatale de una peli de cine negro... No sé, supongo que la quitaré en un rato, cuando me haya memorizado 20 artículos más o tal vez mañana o tal vez nunca... o tal vez para siempre...
Hoy ha vuelto a salir el sol, en sentido literal, no en mi vida, que sigue siendo de un nublado permanente, y ha dejado de llover. Me he levantado a las seis, entre otras cosas porque no podía dormir y a fuerza de la costumbre. Desayuné entre papeles, y ahora, que apenas pasan de las dos estoy hasta el moño de la Ley de Contratos, de la Responsabilidad patrimonial y la Expropiación forzosa. Me arrepiento, en parte, de haberme quedado estos días en casa. Realmente no tengo nada que estudiar para un examen al que simplemente voy a pasearme, pero renunciar a ellos teniendo la posibilidad ahí... esquivar durante tres días la falta de trabajo era una tentación demasiado fuerte. Aunque en realidad lo que me hubiese apetecido es irme a cualquier lado, bueno, a cualquier lado no, me hubiera gustado irme a algún lugar con sol y calorcito, a mí, que no me gusta el calor, y poder pasearme en camiseta de tirantes entre holandeses quemados por el sol (el subconsciente me traiciona, supongo) y vivir un amor de verano, de esos con fecha de caducidad, en pleno otoño. De esos que jamás contaría aquí, porque es curioso, con la cantidad de barbaridades e intimidades que he contado, con la cantidad de veces que he agredido mi privacidad, y luego soy incapaz de contar según que cosas, siento vergüenza...
Como ayer que pasé de largo ante la que fue una de mis mejores amigas, con su marido de la mano derecha y el cochecito del niño en la izquierda; por vergüenza, sí. Sólo un saludo desde lejos y una sonrisa forzada. No hubiese sido capaz de pararme y hacerle carantoñas a la criatura y que me hablasen de sus vacaciones en Denia y en cómo va el pago de su hipoteca. Que me preguntaran por mi vida con esa mirada entre la lástima y el desprecio, porque sigo sola y no llego a fin de mes; desde la superioridad moral de madre y esposa, que ya sabemos que la naturaleza es sabia y si te ha condenado sin elección a la soledad y a la esterilidad es porque eres una mujer incompleta. Y qué gusto debe darle que yo, la orgullosa que se iba a comer el mundo y que incluso se llevó su pedacito, haya acabado en un día de fiesta paseando a solas entre familias vestidas de domingo con sus perros y sus niños en un parque sin árboles escuchando a Emmylou Harris.
Aún recuerdo la última vez que hablamos, en una de esas noches de chicas que hace tiempo dejamos de hacer, haciéndonos oír por encima de la música en uno de esos bares pijos que hay en Gijón (para que luego digan que es patrimonio de Oviedo), donde la única premisa era que estaba prohibido hablar de niños y problemas domésticos. Evidentemente a mí me resultaba fácil cumplirlo, no tenía ni lo uno ni lo otro. Pero nunca se cumplía y siempre yo acababa en un segundo plano, aislada de la conversación, que tener sobrinos no es lo mismo, que yo era la chica rara, que ya apuntaba maneras, siempre decía alguien. Aunque yo nunca entendiera el por qué, si en el fondo quería lo mismo que ellas, un buen trabajo, un marido, una casa y sobre todo unos hijos.
Y ellas me aconsejaban y hasta me organizaron un par de citas a ciegas con amigos de sus respectivos, que estos últimos no entienden cómo es posible que nadie me quiera con lo estupenda que soy, aunque mucho me temo que ellas no estén del todo de acuerdo. Y me organizan una cita con un tipo al que le dicen que a punto estoy de cumplir los 35 y sigo soltera y sin pareja y que soy culta y he leído algunos libros y escuchado alguna ópera, aunque puede que sea un poquito rara porque no sé medir mis palabras y tenga la lágrima fácil y aunque no diga tacos puedo llegar a decir que ir sin bragas es la hostia, y me gusta ir al cine y ver películas en blanco y negro y pasear a solas escuchando a Emmylou Harris, y puede que resulte un poco intensa, alma, corazón y vida, o lo que quede de ello, en un pack completo al por menor y siempre en oferta; y aunque no sea ninguna belleza tampoco soy insufrible, que al fin y al cabo es una cita a ciegas con una tía a punto de cumplir los 35 aunque no los aparente, y que está sola... que el tipo en cuestión ya se imagina por tanto una cama en guardia permanente.
Y como yo, nunca se te olvide, soy de las tímidas, de ésas que se esconden bien bajo la indiferencia, bien bajo la inconsciencia más profunda; las más de las veces, bajo la segunda; no sé qué decirle a ese tipo que tengo delante, del que prefiero no saber qué ideas le habrán metido en la cabeza. Así que a la tercera cerveza ya se me han acabado todos los argumentos y todas las frases y sonrisas ensayadas ante el espejo, que una cita a ciegas es una cosa muy seria y la única duda que se plantea es si nos vamos o o no a la cama, porque lo de decirle lo que de verdad quiero y deseo, ni modo.
Después, obvio, soy una desagradecida, porque con lo majo, con lo interesante, con lo simpático, con lo interesado que estaba, con lo bien que le hablaron de mí, y yo, que ni siquiera accedí a follar con él... que lo mío no tiene nombre, qué vaya mujer más indecente, a los casi 35 y rechazar una invitación así, y ser capaz de echarle del taxi y hasta dar con las narices en la puerta, que eso tiene un nombre, no precisamente agradable, y como yo no digo palabras malsonantes... Y a la siguiente, porque a pesar de todo siempre hay una segunda, no quiero caer en lo mismo, y despliego mis malas artes, que algunos llamarían buenas, efectos colaterales de mi apatía sexual, pero que no se diga que se va a ir de vacío, y acaban por llegar las llamadas de los domingos por la tarde.
Y luego llegan los reproches, y el será porque tú quieres, y que eres una exigente y le pides peras al olmo y buscas lo que no existe y lo que tú ni siquiera estás en disposición de ofrecer. Que el mundo está lleno de hombres que suspirarían por ti y tú solita fuiste apartando a aquellos que podían quererte, tú solita echaste de tu lado al hombre que más te quiso, tú solita te fijas en tipos que jamás te corresponderán, porque tú quieres que sean más guapos, y más altos y más talentosos y más oscuros y hayan escuchado más canciones y hayan visto más películas y hayan hecho más kilómetros; cuando tú sólo eres una mujer del montón que sólo llega al azuloscurocasinegro. Y deberías mirar a los ojos cuando vas por la calle y dejar que ése que ni es tan alto, ni tan guapo, ni ha leído tantos libros te haga reír, pero claro, a ti no te interesa que te hagan reir, tú sólo quieres que te mientan, que te digan que te quieran porque nunca nadie te lo ha dicho hasta ahora.
Sí... que alguien me mienta... ¿Tampoco es pedir tanto, no?
Y es que soy muy mía y a la vez muy del cosmos, muy de las tinajas y de los moldes de galleta, de las vainas y los pomos cromados, de la cola y el carril más lento, de embalsamadores y taxidermistas, del rincón del aburrido; soy muy de los desprendidos de la crítica, fiestas provocadas y tijeretazo en casa, del orden cosas y cosas por vicio. Soy muy de todo esto y de aún más cosas. Sólo espero que alguien me reclame... sería muy violento tener que hacerlo yo misma...
Deja tus paranoias o tus deseos, gritos al aire, diarios, confesiones, declaraciones de amor o de guerra, o simplemente tu firma, tu mensaje, tus besos, saludos o consejo, bromas o entusiasmo, reminiscencias o cañones recortados, y ya descubriremos si tenemos algo de lo que hablar...
Ser ese pincel aguado por la lluvia que esboza en cada bocanada una bahía, dos volcanes y diez maneras de decir lo que deseas. Una bandada de gaviotas. La ginebra. Las noches sin futuro. Una colección de lunas llenas. Las verbenas de barrio. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Arrastrando la cobija. Tristezas a la carta por alegrías. Billie Holliday rasgando la noche. Una visita imprevista y deslenguada. Los calvos que se quitan el sombrero. Las noches "nuremberianas" al calor del Eulenspiegel repletas de ron, humo y conversaciones. Aquella voz, aquel acento."Mis" poetas: Á. González, Huidobro o Cernuda. La lluvia que parió charcos y barro. Viajar en tranvía. Volar cometas. Un par de botas sucias. El canto del urogallo. Alain Delon en "Rocco y sus hermanos". Caminar sobre hojas secas. Las tímidas que salen respondonas. Aviones que despegan. Las rosas amarillas, los lirios, las violetas. Las raras excepciones. ARJONA (con mayúsculas). Medianoche en una estación de tren. La honestidad brutal de Calamaro. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Aquella buhardilla en la Peissenbergstr. Silvana Mangano en "Arroz amargo". Pisar charcos. El 14 (y la lluvia) de abril. Mi chupa de cuero. La Coca-Cola (nadie es perfecto). Besos con risas. Silvio y Ojalá como coartada. Lengua con besos. El castellano de Umbral. Esencia de playa y sal de un lugar donde habitaban las gaviotas. Pisar charcos. Un vestido y un amor. Salitre 48. EL hombre del piano. Luka, el niño del 2º piso. Compay y Celia, el son y la salsa de luto. La primera mirada por la ventana al despertarse. Las noches que sonríen en forma de luna. Estoy Bartok de todo. El olor a tiempo desgastado. Simon & Garfunkel. Waits & Cohen. Los trenes que viajan hacia el este. Rosas a Rosalía. En Lisboa, sobre lo mar. El cambio de estaciones. Dylan y su hijo Jakob. Un amanecer en la playa del Silencio. El piano ha estado bebiendo. Puentes que se cruzan en ambos sentidos. El Urriellu. Una Delirium Tremens. Las carreteras secundarias. Un otoño de párpados caídos. Los domingos al sol en el Englischer Garten. Camarón sin camisa. Frambuesas en la tarta. Las sesiones de madrugada. Las montañas mágicas de esta tierra que plantó mi corazón recibiendo el regalo de la lluvia. Chavela por Jose Alfredo. Los labios que aprovechan los rincones más olvidados, más olvidables. Veloso y su fina estampa. El miedo, el futuro incierto, el camino, la búsqueda. Je vous ai apporté des bonbons parce que les fleurs c'est périssable. Los que pudieron ser y no han querido... Dream, baby dream.