Para vivir
Dicen algunos que la infancia es nuestra patria, y yo añado a esos algunos que tal vez lo sea sólo para determinadas personas. Lo sea o deba serlo, al menos para los que por caprichos del destino habitamos este bien o mal llamado primer mundo. Nos brindan cariño, protección, un mundo a nuestra medida, caprichos y deseos; en algunos casos educación o respeto.
Pero a veces la vida opta por tomar caminos raros, no esperados, para los que no estamos preparados ni a los que sabemos o no nos han enseñado (o dado el suficiente valor) a enfrentarnos. Y ahí es cuando todo se desbarata y se viene abajo sin trincheras ni refugios. Se buscan soluciones que no se hallan pues difícil es encontrarlas para problemas a los que cuesta siquiera identificar. Se tienden manos de consuelo, consejos desubicados o pretensiones de ayuda. Al final tan sólo queda el silencio como el telón que cae sobre el escenario poniendo fin a la función ocultando camerinos y tramoyas.
Pero a veces la vida opta por tomar caminos raros, no esperados, para los que no estamos preparados ni a los que sabemos o no nos han enseñado (o dado el suficiente valor) a enfrentarnos. Y ahí es cuando todo se desbarata y se viene abajo sin trincheras ni refugios. Se buscan soluciones que no se hallan pues difícil es encontrarlas para problemas a los que cuesta siquiera identificar. Se tienden manos de consuelo, consejos desubicados o pretensiones de ayuda. Al final tan sólo queda el silencio como el telón que cae sobre el escenario poniendo fin a la función ocultando camerinos y tramoyas.
La felicidad en ocasiones se alía con la suerte, con el azar, o con los Dioses a los que algunos rezan. Y yo, que siempre sostengo que la suerte no existe o que en su defecto hay que buscársela, la reclamo hoy y ahora. A veces no hay esquinas que doblar para encontrársela y es necesario conjugarla para que venga a nuestro encuentro. Ojalá ésta sea una de ellas.
[Acá debería sonar Lucinda... Lake Charles]