A veces se me olvida y desprecio cuanto ignoro, y juzgo, y clasifico y etiqueto... y ni siquiera me arrepiento
Estaba ahí, en ese bar de barrio y esquina que nunca cierra, escribiendo en servilletas, sentada en la barra y pidiéndole al camarero canciones de Lucinda Williams entre el segundo y el tercer gin-tonic. Él estaba al fondo, no le vi al entrar. No sé si lo hizo detrás de mí o si ya estaba allí cuando yo lo hice, sólo recuerdo que de pronto se acerca a saludar a alguien a mi lado y me ve o me descubre con aparente sorpresa. Los dos besos y el 'feliz año' de rigor; el 'cómo tú por aquí', aunque en realidad estamos en su barrio. Las vacaciones bien, gracias. No tanto como las tuyas, los profesores, ya se sabe. La familia, los traslados y las inquietudes pasadas y perdidas. El silencio, y de nuevo los dos besos, sin más nada que decir. Me ha alegrado mucho verte. Lo mismo digo y lo mismo te deseo...
Se aleja y vuelve a su rincón al fondo de la barra donde le espera una rubia. Parece mayor. Siempre me decía que yo no aparentaba la edad que tenía, que parecía más joven. Perfectamente peinada, vestida de un negro que resalta sus mechas y manicura francesa frente a mis uñas pintadas de un burdeosocurocasinegro, mis vaqueros con camiseta remangada y brazaletes tintineantes en mis muñecas. Y será que voy por el tercer gin-tonic, pero pienso que su sonrisa es forzada, y que no, definitivamente no le va nada, que no le pega. Como si a mí me importara o me importase. Como si yo tuviese algo que decir u opinar al respecto. Como si dos mujeres tan distintas no pudiesen gustar al mismo hombre.
P.D. Sofia Loren y Jane Mansfield