¿Qué será, será, será?
Llega la cuasi sagrada media hora de descanso que todos llaman "hora del café", nombre que me parece bastante impropio puesto que en la práctica no es una hora, sino media y no necesariamente hay que dedicarla a tomarse un café, al menos no en mi caso.
Se me acerca la viudita alegre y me pregunta si la acompaño a tomarse un te. Acepto y cojo el bolso y me pongo la gabardina. Llega la Carola encaramada en unas maravillosas botas de Mascaró y envuelta en un no menos maravilloso chaquetón de Ángel Schlesser. Dadas las coordenadas expuestas es lógico que mi sentido del gusto se vea tremendamente alabado cuando elogia (sinceramente) mi gabardina. Tras un sinfín de: ideal, fashion, chic,... la interrumpo diciéndole lo poco que me ha costado. Pero lo cierto es que no recuerdo lo que me costó, y aunque no creo que el precio hubiese sido especialmente excesivo no recuerdo que fuese una ganga. Ellas y yo somos incompatibles.
Me dice que si ha sido barata le gusta el doble. No entiendo esa respuesta como no he entendido la que a mí inconscientemente me ha salido. Y es una conversación que muchas veces he vivido. Alabas algo, generalemente una prenda de ropa o zapatos o un bolso y de inmediato la usuaria se jacta o presume de lo poco que le ha costado, mentira cochina probablemente la mayor parte de las veces.
¿Por qué lo hacemos? Acaso es una forma de aliviar nuestra conciencia por las cantidades de dinero que nos gastamos (algunas) en zapatos imposibles, bolsos que no necesitamos y ropa que llena nuestros armarios esperando su turno de salir a la calle.