miércoles, diciembre 08, 2010

Ego te absolvo de mí, aunque probablemente no te lo merezcas... porque a mí de misma, va a ser que no.



Llego a casa, por fin, o al menos a estas cuatro paredes, de las que dos aún siguen sin pintar. No soy capaz de explicarme por qué tras diez meses aún no he sido capaz de enfrentarme a ellas, como si en realidad estuviera de paso y el día menos pensando me fuera a ir, aunque tal vez, quién sabe, acabe haciéndolo. Pero eso, que vuelvo, y con ganas, muchas ganas de rutina, aunque sea algo de lo que todos tendemos a huir y que en cambio a mí me resulta tan necesaria en algunos momentos. Nunca he entendido qué tiene de raro, de extraño o de aburrido saber de cuando en cuando qué es lo que te espera, poder disfrutar del orden y de los acontecimientos encadenados. Probablemente porque mi vida siempre se ha basado en la improvisación y el caos más absoluto, porque nunca la he tenido o disfrutado. Así que no más, por favor, que nadie más me aconseje que lo que tengo que hacer es dejarme llevar y carpe diem y vivir una aventura o cientos de ellas, que debo caminar bajo la lluvia sin buscar refugio en los portales.

Estoy cansada, sí, cansada, de las palabras y consejos ajenos. Especialmente porque yo sólo pido que me paguen con la misma moneda, que no me los den, que yo no los doy. Que seamos todos unos egocéntricos a mi modo y ejemplo, y hablemos sin parar de nosotros mismos, quitándonos la palabra, y yo más; pero nada de consejos vendo que yo no me aplico, o aún haciendo uso de ellos, porque no entiendo porque cierta gente se imagina que mi vida tiene que ser como la suya, que lo que a ellos les vale tiene porque valerme a mí. Que yo ya sé, ya sé lo que quiero sin que tú vengas a decírmelo, que ya sé lo que no quiero, aunque saber lo que se quiera y lo que no se quiera no sea ningún avance aunque algunos digan que sí. Aunque reconocer miedos y carencias tampoco te haga ascender peldaños en la escalera de la vida. Que sí, que yo estoy aquí, que sé dónde y cómo estoy, sé hacia dónde me dirijo o al menos hacia donde querría dirigirme, y... y nada, porque no te hace ser más sabia, ni más feliz, ni más segura de ti misma. Te hace cabrearte más con la vida, con el mundo, contigo misma. Te hace tener tan meridianamente claro lo que quieres, que al no alcanzarlo, al no conseguirlo, no sólo no renuncias a ello, sino que te agarras más fuertemente a lo que buscas, aunque ya se sabe que buscar es un error, que hay que sentarse a esperar a que llegue, o directamente hay que vivir, que la vida pasa, aunque sea la vida de otros o sea a su modo y manera.

Aunque eso que yo quiera no exista, que ya lo he oído tantas veces, que por eso a lo mejor no lo tengo, porque simplemente está missing, porque nunca estuvo, porque nunca ha sido y será. Pues ni modo, y aunque no se trate de pintar la vida a brochazos de blanco o negro, es sí o no, que la gama de grises, como el cielo del día de hoy es infinita, y aunque yo a menudo me vista de gris y una pared de mi dormitorio esté pintada de color plata, elijo el negro, que siempre he sido la woman in black, con paredes pintadas de blanco (las que lo están). Y me da igual que digan que eso es ser caprichosa, o ser una inmadura o negar una más que evidente realidad, porque sólo tengo dos caminos, conformarme o no conformarme, y la palabra resignación nunca ha entrado en mi vocabulario.

Y veo un capítulo de "Anatomía de Grey", que sí, que me gusta esa serie porque está llena de mujeres inseguras, emocionalmente inmaduras, atrofiadas sentimentalmente, neuróticas e insoportables, aunque brillantes profesionales, e inteligentes, sin duda, pero que se vienen abajo a la mínima, ante un atisbo de compromiso, ante los abrazos o ante los sentimientos. Y para variar ni siquiera son guapas, que los guapos son ellos, guapos y absolutamente planos, meros espectadores del devenir, una puritica comparsa al lado de las Yang y Grey que en este mundo son y han sido. Pero eso, que veo un capítulo de la séptima temporada, creo, donde Teddy se lía con el psiquiatra o terapeuta o psicólogo que han contratado para liberarles a todos del trauma de los disparos y demás. Sí, Teddy, la eminente cirujana militar lo qué sea, la que estaba enamorada de Owen, o lo que es lo mismo, Lucio Voreno pa'los restos, cuando él estaba comprometido con otra. La que estaba enamorada de él cuando él se enamoraba de Yang. La que estaba enamorada de él cuando tuvo que elegir y no la eligió a ella, y ya por fin cuando él se casa con Cristina, pues van y la lían con el terapeuta o lo que sea que estaba de paso. Y claro, ella va y se enamora de él, aunque sabe que él se va a ir, que no hay futuro, ni posibilidades, que sólo es un pasatiempo, un capricho temporal. Pero no importa, porque cae, pese a todo, pese a saber y estar informada y avisada. Y claro, no quiere despedirse, porque las despedidas duelen, aunque sean anunciadas. Y él, como si estuviera ante una de sus pacientes le recuerda que tiene un problema, que siempre se enamora de hombres comprometidos, o de hombres que están de paso, de hombres que sólo van a estar un mes en la ciudad. Como si ella no lo supiera y lo aceptara, como si eso fuese lo importante. Porque no todas medimos los tiempos, no todas las vemos venir, o aunque fuera así, no tenemos por qué renunciar a lo que sentimos o a lo que queremos sentir.

Y hace rato, obvio, que he dejado de hablar de Teddy y he pasado a hablar de mí, aunque al fin y al cabo ambas seamos personajes de ficción, porque creo que a mí ya sólo me encuentro en la pantalla. Y aunque acabe de levantarme (y esto sea una ilusión), sé que volveré a caer, no sé cuándo, dentro de una semana, o de un mes o de tres o cinco. Y seré consciente de estar deslizándome de nuevo hacia un abismo sin futuro, hacia el próximo hombre que pase por aquí siempre de paso, siempre de prisa, hacia el que me enseñe que las palabras siempre son más importantes que los hechos. Aunque llegue el final y no haya beso de Hollywood (los besos de Hollywood son los únicos que me interesan) y yo no quiera despedirme, porque las despedidas, you know, no por anunciadas duelen menos...  Pero saben qué, lo estoy deseando... así que no sé a qué estas esperando para aparecer, porque cuanto antes llegues, antes podrás irte.






P.D. La doña y Joaquín Rodríguez "Cagancho"

Parafraseando a Heine, podría decir algo parecido a que die Stadt Düsseldorf ist sehr schön, und wenn man in der Ferne an sie denkt, und zufällig dort geboren ist, wird einem wunderlich zu Muthe. Ich bin dort geboren und es ist mir, als müsste ich gleich nach Hause gehn. Und wenn ich sage nach Hause gehn, dann meine ich die Bolkerstraße und das Haus, worin ich geboren bin... aunque a mí Düsseldorf siempre me haya parecido una ciudad espantosa, de la que sólo salvo la zona portuaria, por canalla y arrabalera, obvio.



Leo, en realidad releo, a Auster; aunque quién quería que me acompañase estos días era Enrique Vila-Matas, pero por motivos que no alcanzo a comprender o que tal vez prefiera no analizar ni descubrir, cambio la "v" por la "a" y estiro la mano sin mirar hasta coger un libro, que resulta ser "Trilogía de Nueva York", aunque podría haber sido cualquier otro, "El palacio de la luna" o "La invención de la soledad" o "Brooklyn Follies" o incluso ese pequeño volumen de relatos, "The red notebook", que fue el primer libro de Auster que cayó en mis manos y que leí en algún momento impreciso de mi otra vida hará unos quince años. Y es el poder que tienen los libros, y algunas canciones, que de inmediato me veo trasladada a ese pasado, que tan remoto se me antoja ahora, en el que me enamoraba en alemán, leía a Auster en inglés y recibía cartas de un aspirante a doctor en medicina nepalí desde la verde Irlanda que se había enamorado de mí cuando nuestras miradas se cruzaban entre bostezos en las mañanas compartiendo vagón de metro... sí hubo un tiempo en el que se escribían cartas, aunque ahora supongo se nos ha olvidado y siempre haya alguien que te recuerde que en realidad ahora no todo es tan distinto, que están los emails de ida y vuelta y el ciber-sexo (aunque para mí estas últimas dos palabras nunca deberían ir unidas, entiendo son incompatibles).

Y pienso, qué bueno, que al final todo es cuestión de elegir y yo puedo elegir, para contar aquí, se entiende, entre cuatro nostalgias distintas. El pasado de hace 15 años; el de hace dos, con el que me tropecé ayer sin querer; el más inmediato que me persigue como si de mi propia sombra se tratara; y el presente, que intuyo en breve se va a convertir en pasado; así que a este último debemos darle aún una oportunidad, o más bien un receso o una tregua, y al inmediatamente anterior un descanso, que si ni siquiera soy capaz de aceptar porqué entre todas las letras escogí la "a" de Auster (el libro en concreto sí fue ya cuestión del más puro azar), pues ni modo. El de hace dos años aún me desconcierta, pero será por poco tiempo, que soy incapaz de no mirar a los ojos durante demasiado tiempo y más temprano que tarde acabaré por preguntar qué hace un chico como tú volviendo a una chica como ésta. Y todo lo demás también... que a quién carajo le va a importar lo que sucedió hace quince años cuando ya ninguno de los de entonces somos los mismos (afortunadamente, en algunos casos) y la teoría de los seis grados de separación está más presente que nunca.

Y aunque algunos de ustedes piensen que no viene a cuento de nada... es que no, nunca acabaron por gustarme "The Beatles", fíjatetúquétontería...

Y no, aclaro, esto no tiene nada que ver con el aniversario de la muerte de Lennon.






P.D. Maria Schell


[Estos días, obvio, tiene que sonar Roy Orbison...
pero siempre tuve debilidad por cómo cantaba esto Linda Ronstadt ]      

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