Ego te absolvo de mí, aunque probablemente no te lo merezcas... porque a mí de misma, va a ser que no.
Llego a casa, por fin, o al menos a estas cuatro paredes, de las que dos aún siguen sin pintar. No soy capaz de explicarme por qué tras diez meses aún no he sido capaz de enfrentarme a ellas, como si en realidad estuviera de paso y el día menos pensando me fuera a ir, aunque tal vez, quién sabe, acabe haciéndolo. Pero eso, que vuelvo, y con ganas, muchas ganas de rutina, aunque sea algo de lo que todos tendemos a huir y que en cambio a mí me resulta tan necesaria en algunos momentos. Nunca he entendido qué tiene de raro, de extraño o de aburrido saber de cuando en cuando qué es lo que te espera, poder disfrutar del orden y de los acontecimientos encadenados. Probablemente porque mi vida siempre se ha basado en la improvisación y el caos más absoluto, porque nunca la he tenido o disfrutado. Así que no más, por favor, que nadie más me aconseje que lo que tengo que hacer es dejarme llevar y carpe diem y vivir una aventura o cientos de ellas, que debo caminar bajo la lluvia sin buscar refugio en los portales.
Estoy cansada, sí, cansada, de las palabras y consejos ajenos. Especialmente porque yo sólo pido que me paguen con la misma moneda, que no me los den, que yo no los doy. Que seamos todos unos egocéntricos a mi modo y ejemplo, y hablemos sin parar de nosotros mismos, quitándonos la palabra, y yo más; pero nada de consejos vendo que yo no me aplico, o aún haciendo uso de ellos, porque no entiendo porque cierta gente se imagina que mi vida tiene que ser como la suya, que lo que a ellos les vale tiene porque valerme a mí. Que yo ya sé, ya sé lo que quiero sin que tú vengas a decírmelo, que ya sé lo que no quiero, aunque saber lo que se quiera y lo que no se quiera no sea ningún avance aunque algunos digan que sí. Aunque reconocer miedos y carencias tampoco te haga ascender peldaños en la escalera de la vida. Que sí, que yo estoy aquí, que sé dónde y cómo estoy, sé hacia dónde me dirijo o al menos hacia donde querría dirigirme, y... y nada, porque no te hace ser más sabia, ni más feliz, ni más segura de ti misma. Te hace cabrearte más con la vida, con el mundo, contigo misma. Te hace tener tan meridianamente claro lo que quieres, que al no alcanzarlo, al no conseguirlo, no sólo no renuncias a ello, sino que te agarras más fuertemente a lo que buscas, aunque ya se sabe que buscar es un error, que hay que sentarse a esperar a que llegue, o directamente hay que vivir, que la vida pasa, aunque sea la vida de otros o sea a su modo y manera.
Aunque eso que yo quiera no exista, que ya lo he oído tantas veces, que por eso a lo mejor no lo tengo, porque simplemente está missing, porque nunca estuvo, porque nunca ha sido y será. Pues ni modo, y aunque no se trate de pintar la vida a brochazos de blanco o negro, es sí o no, que la gama de grises, como el cielo del día de hoy es infinita, y aunque yo a menudo me vista de gris y una pared de mi dormitorio esté pintada de color plata, elijo el negro, que siempre he sido la woman in black, con paredes pintadas de blanco (las que lo están). Y me da igual que digan que eso es ser caprichosa, o ser una inmadura o negar una más que evidente realidad, porque sólo tengo dos caminos, conformarme o no conformarme, y la palabra resignación nunca ha entrado en mi vocabulario.
Y veo un capítulo de "Anatomía de Grey", que sí, que me gusta esa serie porque está llena de mujeres inseguras, emocionalmente inmaduras, atrofiadas sentimentalmente, neuróticas e insoportables, aunque brillantes profesionales, e inteligentes, sin duda, pero que se vienen abajo a la mínima, ante un atisbo de compromiso, ante los abrazos o ante los sentimientos. Y para variar ni siquiera son guapas, que los guapos son ellos, guapos y absolutamente planos, meros espectadores del devenir, una puritica comparsa al lado de las Yang y Grey que en este mundo son y han sido. Pero eso, que veo un capítulo de la séptima temporada, creo, donde Teddy se lía con el psiquiatra o terapeuta o psicólogo que han contratado para liberarles a todos del trauma de los disparos y demás. Sí, Teddy, la eminente cirujana militar lo qué sea, la que estaba enamorada de Owen, o lo que es lo mismo, Lucio Voreno pa'los restos, cuando él estaba comprometido con otra. La que estaba enamorada de él cuando él se enamoraba de Yang. La que estaba enamorada de él cuando tuvo que elegir y no la eligió a ella, y ya por fin cuando él se casa con Cristina, pues van y la lían con el terapeuta o lo que sea que estaba de paso. Y claro, ella va y se enamora de él, aunque sabe que él se va a ir, que no hay futuro, ni posibilidades, que sólo es un pasatiempo, un capricho temporal. Pero no importa, porque cae, pese a todo, pese a saber y estar informada y avisada. Y claro, no quiere despedirse, porque las despedidas duelen, aunque sean anunciadas. Y él, como si estuviera ante una de sus pacientes le recuerda que tiene un problema, que siempre se enamora de hombres comprometidos, o de hombres que están de paso, de hombres que sólo van a estar un mes en la ciudad. Como si ella no lo supiera y lo aceptara, como si eso fuese lo importante. Porque no todas medimos los tiempos, no todas las vemos venir, o aunque fuera así, no tenemos por qué renunciar a lo que sentimos o a lo que queremos sentir.
Y hace rato, obvio, que he dejado de hablar de Teddy y he pasado a hablar de mí, aunque al fin y al cabo ambas seamos personajes de ficción, porque creo que a mí ya sólo me encuentro en la pantalla. Y aunque acabe de levantarme (y esto sea una ilusión), sé que volveré a caer, no sé cuándo, dentro de una semana, o de un mes o de tres o cinco. Y seré consciente de estar deslizándome de nuevo hacia un abismo sin futuro, hacia el próximo hombre que pase por aquí siempre de paso, siempre de prisa, hacia el que me enseñe que las palabras siempre son más importantes que los hechos. Aunque llegue el final y no haya beso de Hollywood (los besos de Hollywood son los únicos que me interesan) y yo no quiera despedirme, porque las despedidas, you know, no por anunciadas duelen menos... Pero saben qué, lo estoy deseando... así que no sé a qué estas esperando para aparecer, porque cuanto antes llegues, antes podrás irte.
Estoy cansada, sí, cansada, de las palabras y consejos ajenos. Especialmente porque yo sólo pido que me paguen con la misma moneda, que no me los den, que yo no los doy. Que seamos todos unos egocéntricos a mi modo y ejemplo, y hablemos sin parar de nosotros mismos, quitándonos la palabra, y yo más; pero nada de consejos vendo que yo no me aplico, o aún haciendo uso de ellos, porque no entiendo porque cierta gente se imagina que mi vida tiene que ser como la suya, que lo que a ellos les vale tiene porque valerme a mí. Que yo ya sé, ya sé lo que quiero sin que tú vengas a decírmelo, que ya sé lo que no quiero, aunque saber lo que se quiera y lo que no se quiera no sea ningún avance aunque algunos digan que sí. Aunque reconocer miedos y carencias tampoco te haga ascender peldaños en la escalera de la vida. Que sí, que yo estoy aquí, que sé dónde y cómo estoy, sé hacia dónde me dirijo o al menos hacia donde querría dirigirme, y... y nada, porque no te hace ser más sabia, ni más feliz, ni más segura de ti misma. Te hace cabrearte más con la vida, con el mundo, contigo misma. Te hace tener tan meridianamente claro lo que quieres, que al no alcanzarlo, al no conseguirlo, no sólo no renuncias a ello, sino que te agarras más fuertemente a lo que buscas, aunque ya se sabe que buscar es un error, que hay que sentarse a esperar a que llegue, o directamente hay que vivir, que la vida pasa, aunque sea la vida de otros o sea a su modo y manera.
Aunque eso que yo quiera no exista, que ya lo he oído tantas veces, que por eso a lo mejor no lo tengo, porque simplemente está missing, porque nunca estuvo, porque nunca ha sido y será. Pues ni modo, y aunque no se trate de pintar la vida a brochazos de blanco o negro, es sí o no, que la gama de grises, como el cielo del día de hoy es infinita, y aunque yo a menudo me vista de gris y una pared de mi dormitorio esté pintada de color plata, elijo el negro, que siempre he sido la woman in black, con paredes pintadas de blanco (las que lo están). Y me da igual que digan que eso es ser caprichosa, o ser una inmadura o negar una más que evidente realidad, porque sólo tengo dos caminos, conformarme o no conformarme, y la palabra resignación nunca ha entrado en mi vocabulario.
Y veo un capítulo de "Anatomía de Grey", que sí, que me gusta esa serie porque está llena de mujeres inseguras, emocionalmente inmaduras, atrofiadas sentimentalmente, neuróticas e insoportables, aunque brillantes profesionales, e inteligentes, sin duda, pero que se vienen abajo a la mínima, ante un atisbo de compromiso, ante los abrazos o ante los sentimientos. Y para variar ni siquiera son guapas, que los guapos son ellos, guapos y absolutamente planos, meros espectadores del devenir, una puritica comparsa al lado de las Yang y Grey que en este mundo son y han sido. Pero eso, que veo un capítulo de la séptima temporada, creo, donde Teddy se lía con el psiquiatra o terapeuta o psicólogo que han contratado para liberarles a todos del trauma de los disparos y demás. Sí, Teddy, la eminente cirujana militar lo qué sea, la que estaba enamorada de Owen, o lo que es lo mismo, Lucio Voreno pa'los restos, cuando él estaba comprometido con otra. La que estaba enamorada de él cuando él se enamoraba de Yang. La que estaba enamorada de él cuando tuvo que elegir y no la eligió a ella, y ya por fin cuando él se casa con Cristina, pues van y la lían con el terapeuta o lo que sea que estaba de paso. Y claro, ella va y se enamora de él, aunque sabe que él se va a ir, que no hay futuro, ni posibilidades, que sólo es un pasatiempo, un capricho temporal. Pero no importa, porque cae, pese a todo, pese a saber y estar informada y avisada. Y claro, no quiere despedirse, porque las despedidas duelen, aunque sean anunciadas. Y él, como si estuviera ante una de sus pacientes le recuerda que tiene un problema, que siempre se enamora de hombres comprometidos, o de hombres que están de paso, de hombres que sólo van a estar un mes en la ciudad. Como si ella no lo supiera y lo aceptara, como si eso fuese lo importante. Porque no todas medimos los tiempos, no todas las vemos venir, o aunque fuera así, no tenemos por qué renunciar a lo que sentimos o a lo que queremos sentir.
Y hace rato, obvio, que he dejado de hablar de Teddy y he pasado a hablar de mí, aunque al fin y al cabo ambas seamos personajes de ficción, porque creo que a mí ya sólo me encuentro en la pantalla. Y aunque acabe de levantarme (y esto sea una ilusión), sé que volveré a caer, no sé cuándo, dentro de una semana, o de un mes o de tres o cinco. Y seré consciente de estar deslizándome de nuevo hacia un abismo sin futuro, hacia el próximo hombre que pase por aquí siempre de paso, siempre de prisa, hacia el que me enseñe que las palabras siempre son más importantes que los hechos. Aunque llegue el final y no haya beso de Hollywood (los besos de Hollywood son los únicos que me interesan) y yo no quiera despedirme, porque las despedidas, you know, no por anunciadas duelen menos... Pero saben qué, lo estoy deseando... así que no sé a qué estas esperando para aparecer, porque cuanto antes llegues, antes podrás irte.
P.D. La doña y Joaquín Rodríguez "Cagancho"