sábado, diciembre 08, 2007

Despertar


"...No lloro por ti

Lloro por lo mucho que queria este momento

Y aqui estas tu de rodillas

Y me importas un pimiento"

Nacho Vegas/Christina Rosenvinge


Hoy no me maquillo
porque el pueblo es muy pequeño


Las Divas
, si de algo saben,
es de demografía:
hace tiempo que la gente emigró de los teatros
por su culpa.

Divas de David Refoyo



Supongo que tendría que habértelo dicho. Las personas que me gustan, cuando menos lo intentan, aunque no siempre lo consigan. Pero me parecía tan evidente. No esperes nada si no estás dispuesto a recibir. No exijas aquello que tú no estas dispuesto a dar.

Fue todo tan rápido. Tras años, cuántos, dos o tres, tal vez más, de pronto todo se precipitó y a principios de verano fingimos, porque no dudo que ambos fingimos, descubrir en el otro algo que antes nunca habíamos visto. Probablemente tan sólo necesitábamos creer encontrarlo. Fue lo que se dice estar en el lugar adecuado en el momento indicado, y todo lo demás carecía de importancia.

Recién finalizado tu primer año post-divorcio, arrastrando palabras y huéspedes que te acompañarán hasta el final de tus días no eras el tipo más recomendable al margen de nuestra proximidad laboral. Pero yo no tenía ni la más mínima intención de enamorarme de ti y que tú lo hicieras francamente no me importaba.

Rápidamente aprendimos nuestro papel lleno de palabras veladas y medias sonrisas, tardes de sol y cenas de viernes. Bien decías que nuestra ¿relación? era perfecta, que en ella no cabían formalismos, saludos ni despedidas pero un buen día debiste olvidarlo o tal vez te tomaste demasiado en serio a ti mismo.

Te enfadabas, estoy convencida de que realmente lo hacías aunque a los cinco minutos te disculpases y a los diez se te hubiese olvidado, hasta al próxima vez al menos, y digo bien, te enfadabas porque yo prescindiera precisamente de todo eso de lo que orgullosamente proclamabas carecía nuestra relación. Si no me despedía al irme a casa, si no te buscaba para darte los buenos días, si no te acompañaba en la hora del café, si no te adelantaba mis planes para un fin de semana en el que yo no contaba para tus planes.

Por el contrario rara vez recibía tus buenos días o un beso de despedida, nunca me avisabas con antelación si cancelabas una cita en el último momento porque tu querido F. necesitaba un hombro con el que llorar y tras un escueto no puedo, F. me necesita, desaparecías durante no más de un par de horas para después llenar mi buzón de tu aburrimiento y hartazgo de F. detallándome como si a mí me importase o te hubiese preguntado todas tus supuestas circunstancias con él. Por el contrario era muy de agradecer que nunca me interrogases acerca de mis “desapariciones”, tras tu enfado inicial, puchero de niño chico, optabas por el silencio, como si prefirieses no saber, como si no sabiendo no hubiese pasado, como si te importase y ojos que no ven, corazón que no siente.

Pero claro que no te importaba, lo mismo que a mí no me importaban tus escapadas con F. que por ratos se travestía de Carmen, de Paula o de Sofía. Que una cosa es aceptar las reglas de un juego y otra es creérselas. Y yo, que juego mal hasta el parchís, pronto me cansé de jugar. Tú por el contrario parecías encantado, te alejabas para volver de nuevo con más exigencias y volver a alejarte, yo tan sólo esperaba que en una de esas desaparecieras del todo aunque tuviera que seguir viéndote todos los días en el trabajo, tengo una capacidad infinita para ignorar a las personas si me late.

Consideraba, aunque a esas alturas ya lo dudaba seriamente, que éramos dos personas adultas y que actuábamos con conocimiento de causa. No estaba acostumbrada a tratar a tipos como tú, suelo rodearme de personas, hombres y mujeres, supuestamente maduras y consecuentes de sus actos y francamente estaba más que cansada de esa situación llena de reclamos y sin que en ningún momento tú me preguntases qué era lo que yo sentía o quería, y no te culpo, porque si bien tú no preguntabas yo tampoco contaba. Porque ese era el juego y aunque a ti se te debió olvidar, a mí no, querido, a mí no se me olvida nada...

Todas las pelirrojas son unas ninfómanas




Había una película, juraría que la había, en la que se decía esa frase o una muy parecida. Y no, no estoy hablando de una peli porno ni nada por el estilo, sino de una película clásica.

Tan sólo recuerdo una escena, un padre y un hijo frente a una chimenea, el padre recriminando a su hijo que se ha enamorado de una mujer equivocada porque como vehementemente afirma, todas las pelirrojas son unas ninfómanas.

No recuerdo el título, ni los actores, ni el género. ¿Alguien sí?.

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