domingo, diciembre 02, 2007

Puedo ser o no ser yo


Me encontré estas palabras en el blog de Lia... sin tan siquiera pedir permiso acá las reproduzco, como es habitual alguien se me adelantó y expresó (mejor, mucho mejor de lo que yo nunca lo haría) lo que yo hace tiempo trato de hacer comprender.


"...Yo soy de las tristes, pero no de las débiles,
sino de las que también hacen falta.
Soy de las que marchan con coraza de hielo,
hasta encontrar el final del camino..."


Aunque yo prefiera decir:

"...Eu sou das tristes, mas não das débeis,
mas das que também fazem falta.
Sou das que marcham com couraça de gelo,
até encontrar o final do caminho..."

Alta traición


Llevamos toda la mañana peleándonos con la máquina de fax. Alguien al otro lado de la línea telefónica intenta infructuosamente una y otra vez enviar un documento. Ya he perdido la cuenta de las veces que me he levantado y acercado comprobando que hay papel, que éste está bien introducido, que el problema no es de nuestro fax puesto que hemos recibido y enviado otros a lo largo de la mañana.

El teléfono sigue sonando implacable. Ya se hacen apuestas. ¿Entrará esta vez?, ¿Se dará por vencid@ sea quién sea el que está al otro lado?... seguro que es del S. L. que Floricienta no sabe ni mandar un fax.

Vuelve a sonar el teléfono. La Viudita alegre contesta. Pero ella, que es eficiente como no lo llegaré a ser yo nunca en mi condición de funcionaria de ventanilla y vuelva usted mañana. La “princesita” del Jefe como suele llamarla Blancanieves sin los siete enanitos, extremadamente educada y correcta, frente a terceros fundamentalmente y a la que nunca le faltan sonrisas hacia el atribulado usuario con un “déjelo en mis manos”, consejos varios y alguna que otra solución ha debido de dejarse olvidadas esta mañana las buenas maneras sobre la mesilla de noche.

Ante la incrédula mirada de cuantos la rodeamos cuelga el auricular con mirada asesina y mascullando un “qué gilipollas llega a ser la gente…, ni siquiera sabe enviar un fax”. Al instante nos dice que la supuesta gilipollas es la tipa, porque es mujer, aclara, que lleva toda la mañana intentando enviarlo. Y como el teléfono sigue sonando y el ya famoso fax sigue sin hacer acto de presencia nos regala no menos de 20 minutos de improperios varios dirigidos a la presunta gilipollas, que resulta ser una funcionaria interina (esta información también nos la brinda) que trabaja para los exiliados de la tiza, esto lo sabré a la mañana siguiente cuando finalmente el fax en cuestión llegue a nuestras manos.

Nadie le prestó demasiada atención al incidente, pero yo no pude evitar darle vueltas a la idea de qué algo más habría de haber tras esa tensa conversación telefónica. No es propio de ella perder la compostura de esa forma a causa de una desconocida o de un fax que nadie reclama y no acaba de llegar. Claro que mi malsana curiosidad laboral dura hasta las tres de la tarde, hora de salida, que ese día por cierto se adelantó a las dos. Cuando me montaba en el coche ya ni me acordaba de su salida de tono.

Por una vez la intuición, que tan esquiva me resulta, no iba a fallarme.

Un buen día ella decidió renunciar a su reciente condición de viuda, que no a su alegría. Esa determinación, que como viene a ser lógico a nadie en su entorno laboral debería haber importunado, causó un auténtico terremoto en la oficina cuyos efectos, años después, aún perduran.

Por aquel entonces yo aún no trabajaba allí, pero ya en mi primer día de trabajo se me informó puntualmente acerca de su estado civil y sentimental, por este orden. Había cometido el grandísimo atrevimiento de enamorarse de un colega casado, aunque algunas sostienen que en realidad lo suyo no es ni fue amor, sino “encoñamiento”. Ni que a mí me importara, digo.

Podría importarme, en todo caso, si me importasen las vidas ajenas, dado que trataba con cierta asiduidad y cordialidad a la por entonces sufrida esposa, actual exmujer y había tenido noticias precisamente por boca de ella sobre ese presunto “affaire”, que resultó ser no tan presunto y acabó con una demanda de divorcio o separación o lo que fuera (no manejo bien yo determinados asuntos legales) y las maletas del colega en la puerta. Ambas acciones emprendidas por su señora esposa, que si por él fuera, me temo, aún seguiría con su santa sirviéndole la cena todos los días. No siendo precisamente primerizo en aventuras laborales extraconyugales desconozco la razón por la que esta vez fue la definitiva y no ninguna de las anteriores. O más bien por qué ella tardó tanto en tomar esa decisión, o no la tomó él. O tal vez por qué un matrimonio evidentemente roto se mantiene unido año tras año sin tener nada que decirse. En todo caso no es mi intención entrar a diseccionar matrimonios ajenos ni analizar las políticas de convivencia de una pareja. Acepto que cada cuál vive según sus códigos que evidentemente a mí se me escapan.

A él siempre le he mirado con cierta curiosidad tratando de adivinar o más bien de ver lo que ella debe encontrar en él. Será que es más bajito que yo y no suelo fijarme en hombres a los que tenga que mirar por encima del hombro, pero lo cierto es que no acabo de encontrarle yo el “punto”, o tal vez como dice la Reina del Sur, éste no esté a la vista. En cambio a ella, a ellas, a la viuda y a la ex siempre les he tenido afecto. Con una convivo laboralmente, con la otra me encuentro de cuando en cuando, con ambas mantengo una relación afectuosa y no suelo preguntar demasiado, ni ellas contar, acerca de esa circunstancia que las une.

Algunos dicen que las victorias pueden resultar muy amargas...

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