martes, marzo 20, 2012

Tu hiciste de mi vida un cuento para niños en donde naufragios y muertes son pretextos de ceremonias adorables, escribió Alejandra Pizarnik





Siempre bromeo y digo que la semana que explicaron esa lección vital en el colegio yo debía de estar en la cama con escarlatina; y que por tanto, falta de tan básica educación, no pude o no quise (o no supe) desarrollar la habilidad o capacidad de decir sin querer decir, de callar queriendo hablar, de hablar por no callar o de contar lo que se intuye el otro quiere escuchar.

Desde bien chica me gané, probablemente bien ganada, la fama de soberbia, de ingrata, de desagradecida, de sobrada, de antipática... por decir cuando lo conveniente era callar, por no ser amiga de mis amigos si la ocasión no lo merecía; por exigir explicaciones y respuestas cuando yo en ese lugar las daría; por no conformarme con las palabras si yo quería hechos, si yo quería y exigía la verdad por amarga que fuera, la misma que estaba dispuesta a ofrecer. Que vale mil veces más un golpe certero al corazón que una programada agonía.

Sal siempre me decía (y me dice), ayer me lo repetía, que ése es el camino que conduce al abismo. Que a nadie le importa la verdad o las certezas. Que uno quiere escuchar lo que quiere escuchar (y punto). Que desde que el mundo es mundo y el hombre es hombre, se ha dado un juego de reglas tácitas no escritas aceptadas por todos excepto por mí. Empeñada en cambiar las normas, en jugar a mi modo por mi cuenta y riesgo. Condenada siempre y sin remedio a perder.

Me pone ejemplos. ¿Te acuerdas del de la teoría de los conjuntos?... ¿Cuál de ellos?... Aquél, bueno, no importa, se repite el mismo patrón, pero sí, aquél, el que se fue buscando su espacio. Otro, y son legión, abonado a la teoría del "no eres tú, soy yo"; pero que se fue sin desaparecer del todo dejando una puerta abierta. Todos lo hacen. Que aparecía de cuando en cuando asomando la patita por debajo de la puerta para decir que seguía on the road. buscando su lugar. Como si a mí me importase, como si fuese necesario. Cuando lo único que hubiese estado de recibo era haberse despedido, haber dicho que se iba y no pensado volver.

No, así no, reniega Sal; aunque sabe que no va a convencerme. ¿Cómo es esa frase tuya?... Todo un clásico, "no te digo hasta luego porque no pienso volver a verte". ¿Cómo te crees que se siente el romano que escucha eso mientras le lanzas un beso al aire y cierras la puerta del ascensor?... ¿Acaso tiene que importarme cómo se sienta? ¿Tengo que preocuparme de los sentimientos de alguien que no sea yo? ¿Tengo que pensar que le estoy haciendo daño o hiriendo o menoscabando? No, ni modo, que en realidad le hago el favorcito de ser yo, no él. Le indico el camino de salida, le dejo libre, le hago víctima, que siempre da más juego y le brindo no más de cinco minutos de mal entendido orgullo regalándole una anécdota para contar una noche cualquiera en un bar cualquiera. ¿Sabéis lo que me dijo esa chica tan rara? Y alguien dirá que yo ya apuntaba maneras.

¿Me convertía eso en una mala persona? Puede... pero no voy a decir que seremos amigos cuando ambos sabemos que me olvidará una vez cruce esa puerta. No, no tomaremos café de cuando en cuando, ni nos llamaremos por nuestro cumpleaños. No vamos a fingir que nos importa lo que nos suceda a partir de ahora porque bien cierto es que no nos preocupa.

No puedo evitar preguntarme por qué a la gente le cuesta tanto decir la verdad, que tampoco se trata de ser un libro abierto, yo no lo soy y tampoco lo intento; pero decir lo cierto es casi tan o más simple que murmurar una disculpa.

Supongo que por eso me gusta. Porque nunca da explicaciones, ni tampoco las pide. Se tienen simplemente razones o motivos. Y ya sabes, honey, si no te gustan, lo siento, porque no tengo otros. Suele ser fácil estar a su lado porque lo único que pide es honestidad, que tan cara se vende, la misma que él ofrece. Esto es lo que soy, esto es lo que ofrezco, lo que tengo, lo que no está en venta, lo que ves... y lo que no se ve carece de importancia, eso ya sólo es mío, ya no ve la luz. Sí, era y es fácil, no hace falta fingir, ni sonreír sin ganas antes los malos chistes ajenos. Y somos amigos porque nunca nos prometimos que lo seríamos. No, no siempre se necesita prometer y jurar en falso para que ciertas promesas se cumplan; porqué él aceptó y entendió mis ritmos lentos; mi pretendida ingenuidad, un arma como otra cualquiera, una sentencia como otra cualquiera; inequívoca condena al modo espera.


Feliz día...




P.D. Jane Greer y Lizabeth Scott





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