domingo, noviembre 15, 2009

Acuse de recibo




Hoy, ahora, me siento 'así'. Queriendo abandonarme como barro en tus manos para ser moldeada a tu antojo, perdiendo las referencias y los sentidos. Una marioneta con las cuerdas tensadas de deseo. Con ganas de hechos, no de palabras.

Besos y quimeras



Hace ya cierto tiempo alguien me regaló un Ipod, perfectamente envuelto en su caja, con un inmenso lazo rojo y la posibilidad de grabar una frase en su parte posterior, a mi elección. En mi habitación siempre son las cuatro y diez, propongo. ¿En tu habitación qué?, preguntó con desconcierto... Y yo no pude creer, que tuviera que explicarle, mudándose a mi persona ese desconcierto.

Carezco de empatía, de capacidad para ponerme en el lugar de los demás, de tolerancia para soportar los agravios ajenos, de paciencia para esperar a que me comprendan y/o me conozcan, es decir de todo lo que en cambio exijí a los demás o al menos a algunos de esos demás. Hace demasiado que me defraudé a mi misma y creo que también he perdido la capacidad para que otros lo hagan. Cómo hacerlo cuando ya no esperas nada de nadie, porque aunque lo deseara nadie estaría dispuesto a hacerlo.

Los besos y los sueños, aunque ni unos ni otros se tornen realidad, han optado por abandonarme. A mi lado, tan sólo una silla vacía.

Despropósito



Suena Mancini desde algún rincón perdido de la casa apareciendo finalmente tras cojines, carpetas y cajas varias de embalaje. Vaya, tan sólo es mi hermano, que por cierto nunca me llama y al que veo de fin semana en fin de semana y ni tan siquiera entonces. Va en el AVE caminito a San Fernando, aunque su destino final es Chiclana, donde pasará el fin de semana, y qué quieren que les diga, yo quiero esa vida que te permite coger el tren e irte el fin de semana a las costas de Cádiz.

El misterio de su llamada queda rápidamente aclarado. Él, que habla hasta debajo del agua, se aburría y yo estaba la penúltima de su lista de llamadas cuando ya está a la altura de Córdoba. Claro que no lo dice con esas palabras y en todo caso el aburrimiento dura poco, apenas tras cinco minutos de conversación se despide porque tiene otra llamada. Últimamente todo el mundo tiene una llamada en espera cuando hablan y/o están conmigo.

La conversación que pasa brevemente por temas laborales y familiares carece de interés incluso para ambos. Realmente nunca hablamos de nada, y no es que nos llevemos mal, pero tampoco bien, lo que no es óbice para que me reciban (su novia y él) de cuando en cuando en su casa madrileña, en fines de semana frenéticos en los que no me canso de decirles que no es necesario que lo reserven para mí, que hagan su vida y que yo me las apaño sola. Que no me acompañen a todos lados y que sé cruzar sola la Gran Vía, que en Oviedo también hay semáforos, aunque yo nunca los cruce en rojo y hasta un teatro. Pero es que le caes tan bien a ella, siempre dice él. Pero es que nos gusta tanto que nos visites, dice ella. Así que los arrastro sin remedio a conciertos a los que nunca asistirían ellos, a exposiciones que nunca visitarían o a tiendas de la calle Fuencarral en las que nunca entrarían. Y no puedo evitar sentirme conmovida por esa especie de protección que quieren ejercer sobre mí, por su empeño en presentarme gente, básicamente del género masculino, sin éxito alguno, todo hay que decirlo. Aunque consigan exactamente lo contrario de lo que con todo su cariño se proponen.

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