Desmentido
No suelo decir tacos. Bueno, no suelo, no. No los digo nunca. O casi nunca, no me vayan a pillar en un renuncio. De hecho si se me escapa alguno suele ser algo voluntario y extraordinario. En realidad creo que mi repertorio es bastante limitado, siempre los mismos, probablemente no más de tres. En esos momentos todos me miran con cara rara, como si ésa no fuese yo y un alien se hubiera adueñado de mi cuerpo. Suelen ser situaciones o conversaciones o circunstancias excepcionales. Generalmente si estoy muy enfadada o muy cabreada o muy exaltada o muy algo... pero nunca cuando grito, en realidad apenas grito, rara vez, nunca; o cuando discuto, no considero que se tenga más razón por caer en el insulto, generalmente fácil y desubicado.
Nunca he insultado a nadie a la cara, nunca le he dicho a nadie que era esto o lo otro (tampoco he sentido la necesidad). Y tampoco he pecado de pensamiento u omisión, bueno, generalmente; alguna vez sí he pensado que alguien era un gilipollas (es uno de los escasos de mi repertorio) y sólo una vez, sólo una, pensé de alguien, que era una auténtica hija de puta. Claro que eso era lo mínimo que se le podía llamar y se lo crean o no yo fui bastante comedida en mis pensamientos, que otros no lo fueron tanto con sus obras.
Sigue costándome verbalizar determinados vocablos, de uso común y corriente que seguro que están incluidos en el vocabulario cotidiano de todos ustedes. Herencia de una educación con monjas y de una familia donde lo único importante eran las formas, las apariencias y el qué dirán. Hace escasos días mi chico raro preferido decía no sé qué de "picardías" y además del ataque de risa sufrí una regresión a los años de mi infancia y/o adolescencia, donde esa palabra no se les caía de la boca a mis tías solteras (no había vuelto a oírla desde entonces), ésa y "pompis", cuando se referían a cierta parte de su anatomía o a las ajenas. Siempre me pregunté si esa palabra existía realmente, y sí, existe, aunque a las únicas personas que se la oí fuera a ellas. Ellas, que siempre decían de alguien que tenía mal café, por no decir eso de mala leche, que debía de sonar mucho peor, no sé... y eso sí se me pegó, acabé por decirlo yo... aún lo hago.
¿A qué viene todo esto? Pues no sé... o sí, pero tampoco importa demasiado aunque a mí si me importe. Porque puedo ser, de verdad, de verdad de la buena, alegre y amable, y agradable y afable (tan sólo para empezar con la a), y puede que mi sentido de la buena educación sea excesivo, pero ni modo... que mi vida es mía, y está ahí fuera.
P.D. Joan Bennett y Billie Burke
[Lou Reed supo decirlo]