miércoles, septiembre 15, 2010

Me gustan las tormentas... aunque no venga a cuento de nada




Hoy toca el Loco en esta ciudad que no es la mía. Un concierto de ésos gratuitos que el insigne alcalde nos ofrece con ocasión de las fiestas del patrono de la ciudad, San Mateo. Me gusta el nombre de Mateo, aunque no sé para qué o para quién. Me gusta, en todo caso.

En la plaza de la ilustre catedral de la muy noble, invicta, benemérita y todo eso, ciudad de Oviedo. El mismo lugar en el que en las noches de invierno, cuando las sombras extienden sus dominios, una se encuentra de golpe con Ana Ozores. Más de un turista la ha confundido entre la niebla con una dama decimonónica despistada de siglo o con una tardía (o precoz) celebración del carnaval. Aunque no deje de ser piedra sobre piedra hasta reducirse a cenizas.

Me gustaría ir, obvio. Rockear un poco esta noche y volver a las tantas a casa o incluso ir a trabajar sin dormir (hace mucho tiempo que no hago lo primero y años han pasado de lo segundo). Pero no me gustan las multitudes, sospecho que padezco un no precisamente ligero principio de fobia social; y ya se sabe que lo que es gratis es lo que tiene, montones de gente haciendo cola en el Rincón Cubano (aunque los mojitos no sean gratis y tenga su gracia la paradoja, que en una ciudad tan pazguata como Oviedo el rey de los chiringuitos esté regentado por el Partido Comunista), para luego irse a la Catedral a criticar, vociferar y murmurar... total, es gratis y ellos sólo pasaban por ahí.

En fin, que tendría que ir sola. Aunque he aprendido a hacer cosas sola, otras aún me cuestan. El día que conseguí sentarme a comer en un restaurante a solas, lo marqué de rojo en el calendario. Ayer me contaba un colega, de los pocos que aprecio de veras, de verdad de la buena, que se había ido a cenar un pescado él solo. Que me parecería raro, me decía. Pero no, en absoluto, y en realidad lo que le hubiese dicho es que me hubiera gustado acompañarle, ahora, que se ha quedado solo en trágicas circunstancias.

Y por mi parte hasta le he cogido el gusto a ir al cine conmigo misma. Adoro esas sesiones de media tarde, salir de trabajar a las tres y especialmente en invierno meterme en la primera sesión, en torno a las cuatro, a ver películas absurdas en una sala casi vacía. Donde el de la taquilla te mira con cara un poco rara y a su vez soy yo la que miro a las dos, nunca más de tres personas que me acompañan; y especialmente al tipo que siempre se sienta en la última fila, de cuya mirada clavada en mi nuca no logro librarme. Como tampoco logro librarme de pensar en lo qué estará haciendo con sus manos.

Pero adentrarme sola en la multitud es otra cosa, si ni siquiera voy a las rebajas (y eso es mucha renuncia para alguien como yo). Sé que algún día tendré que romper ese miedo, puede que sea esta noche, que a eso de las once baje la calle El Rosal camino al Antiguo y que soporte los empujones ajenos y las risas y los gritos que no van conmigo, y al hasta el absurdo grupo que va de telonero. O puede que no, que como siempre me quede en casa, y me siente a ver una película de ésas en blanco y negro en las que Greta la Divina se emborracha y pierde la cabeza, o me meta de nuevo una maratón de capítulos de "Sons of the anarchy", aunque me esté comenzando a aburrir, que la parejita feliz del tonto del rubiales y Miss Menken me da cada vez más pereza; que si uno es un outlaw, debe serlo con todas las consecuencias.

O tal vez, lo mejor que debería hacer es plantearme de una puñetera vez por qué me tengo tanto miedo a mí misma. Por qué me asusta tanto mirarme a los espejos o descubrir mi reflejo en los escaparates o en los probadores de las tiendas. Por qué odio tanto quedarme a solas conmigo misma, si en realidad nunca he dejado de estarlo.





P.D. Lenore Aubert

7 perdidos en el laberinto:

Anónimo dijo...

No, no estás sola. Tienes a todos tus prejucios contigo, haciéndote compañía. Tal vez si los dejas de lado, podrás comenzar a apreciar a la gente.
Saludos

Daeddalus dijo...

Tal vez...

Anónimo dijo...

Quizá no tardes en conocer a un Mateo.

A veces cuesta hacer las cosas solo, hasta que las haces y te das cuenta de que has hecho un castillo de un grano de arena. La soledad no es buena, por muy bien que sepamos vivir con ella. No, no te voy a decir que te mezcles con la multitud, que a mí tampoco me gusta, y me hace acabar con dolor de cabeza. Lo extraño es que lo que no me gusta hacer solo en mi ciudad, me apetece un montón hacerlo en una extraña, donde no conozco ni me conocen. Será que me encanta perderme por las calles.

Nebroa dijo...

Una vez que has llegado al miedo, y sabes que existe, el siguiente paso es, aun cuando sigas acojonada, hacer algo para fundirlo. Da igual que pienses siete millones de veces en él, que te auto-convenzas que es absurdo o sinónimos varios que no tengo ganas de buscar, la única manera de quebrarlo es hacer lo contrario a lo que él te esté susurrando en la oreja.
Hay que tener unos cojones cuadrados, pero si vences, habrá muchos más números rojos en el mismo calendario donde ahora habita la otra marca...
Pero claro, sólo si lo quieres de verdad. Lo de derribar murallas íntimas, me refiero :)

Vir dijo...

Amo la soledad, o igual es que no me gustan las personas. Prefiero, sin duda, los personajes, pero no existen, ahí está el problema.

Tal vez... ¡bah! ¿Pero por qué todo el mundo se cree con el derecho de juzgar a los demás? Culpable.

Beso, y al concierto

Daeddalus dijo...

Ay, Vir... el problema es que a mí se me olvida que es recíproco, que yo tampoco les gusto a ellas.

Vir dijo...

No lo creo, no lo puedo creer, a mí me gustas.

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