High fidelity
Un anónimo lector me pregunta vía email… Inciso, ¿a ustedes también les ocurre?, quiero decir, que si también les comentan en privado a pesar de tener la opción de hacerlo en público. Y no, no va por ti, no eres el único que ante aseveraciones públicas da respuestas privadas… Segundo inciso, tengo un lector lo suficientemente presuntuoso como para darse siempre por aludido… Será por anónimos lectores, digo…
El anónimo lector, educadamente, me pregunta si es cierto que soy fan de Raffaella Carrá. No puede salir de su incredulidad. No comparte, pero entiende, que lo sea de la caprichosa Scarlett. No nombra, intuyo que por desconocimiento, a la fatal Jane Mansfield (la probrecilla acabó decapitada, es lo que tiene el satanismo mal entendido, que en lugar de una muerte ritual y a la altura de las circunstancias, te brinda un vulgar accidente de coche mal parado).
Qué quieren que les diga. Si fuera una persona sin un mínimo de dignidad lo hubiese negado. “Holaaa, Raffaella , noooo… sólo era una broma de pésimo gusto” y evidentemente estaría mintiendo como una bellaca. Pero como ya me miento a mí misma con relativa frecuencia, hace tiempo renuncié a mentir a los demás, en la medida de lo posible. Aunque como ustedes sabrán, lo posible es un concepto muy elástico.
No sé si mi respuesta le decepcionó. “Pues claro que lo soy, ¿algún problema?”… Me temo que he bajado unos cuantos enteros en el concepto que el anónimo lector, ingenuamente, tiene de mí. ¿Pero acaso es incompatible escuchar a Sibelius para conciliar el sueño, despertarse con Extremoduro, ducharse con Raffaella, conducir con Bruce, comer con Dylan (Bob) y cenar con Billie (Hollieday)… entre otros? Parece ser que para él, sí.
Que yo adoro a Bruce no es ningún secreto. Por algo es el Jefe, aunque para mí sea la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (aun a riesgo de cometer incesto). Y luego, no necesariamente por este orden, están Bob y Pete y Van y Quique y Caetano y... John, Jacques, Rebeca, Rufus, Eva, Jakob, Tom, Aurora, Leonard, Brandie, Mark, Lorenna, Javier, Tracy, Neil, Amy, John, Lila, Elvis, Jolie, Johnny, Carmen, James, Janis, Eric, Joni, Ricardo, Joan, Josh, Carly, Andrés, Allyson, Charlie, Mary, Gram, Lhasa, Lou, Toli, Patty, Elvis, Natalie, Paolo, Sawhn, Ryan, Katie, Jackson, Emmylou, Silvio, Nancy, Enrique, Lucinda, Miguel y Herbert... y alguno más que seguro se me escapa, incluso un tiempo hubo hasta un tal Joaquín, y Aute, of course, del que ya hablé en otra ocasión… jueguen si les apetece a colocarles los apellidos.
Pero también están Raffaella. Y Raphael. Nunca superaré que Olvido “Alaska” Gara y (Enrique) Bunbury decidieran un buen día que era cool y que había que versionear sus canciones y hacerse fotos a su lado. Raphael era patrimonio de los incomprendidas como yo. Sólo nosotras éramos capaces de apreciar que tras su histrionismo se ocultaba una estrella no digna de esta galaxia, a la que tan sólo alguien como Juan Gabriel podría hacer sombra.
Y no, no me gusta la Pantoja. Pero sí la copla. Y los fados y el danzón. Y hasta hubo un tiempo que escuchaba a Cheb Khaled (y leía a Erich Fromm), pero sólo era pose con afán impresionista. Hasta una vez quise ser arponera. Y la música vaquera, la bossa-nova y cómo no, las rancheras.