jueves, julio 09, 2009

True blood (Sangre fresca)



Quiero hablar de True blood, pero necesito no sentirme tan incomprendida...

De momento les dejo con los mejores créditos que he visto en tv desde Dexter.

P.D. ¿Puede considerarse que un blog ha cumplido su mayoría de edad cuando fusilan tus textos sin piedad y se apropian de ellos sin nombrarte? ¿O cuándo te invitan a una cerveza?...

En ocasiones compro en Dia. Sí, esos establecimientos llamados de descuento donde nada parece estar en su lugar, con precios ridículos, acordes con la calidad de sus productos y en general un aspecto de dejadez y de supermercado de barrio bajo que deja bastante que desear. Soy una cutre, lo confieso, pero en mi descargo diré que es lo único que me pilla de camino cuando vuelvo a casa al salir del trabajo y que pese a todas sus carencias tiene aparcamiento.

Al fin y al cabo ustedes no me conocen y semejante confesión no puede afectar demasiado a la ya maltrecha imagen que se tenga de mí. En todo caso esa ya la arruiné una vez en un fin de semana madrileño, por Ventas, no me pregunten que hacía allí a una incierta hora de la mañana, cuando por también inciertos motivos, arrastré a quien me acompañaba a un Dia cercano para comprar algo que ya he olvidado. Y es que, qué se puede esperar de alguien que compra en Dia.

Todo esto viene a cuento porque hace unos días hice un descubrimiento en la sección de congelados que ha imcrementado mi relación de amor-odio hacia Dia. Unos brownie (de chocolate, ¿sería redundante?, imagino). 40 segundos al microondas y la desconfianza ante lo desconocido. Prueba superada con éxito y una adicción más para incrementar la larga lista de las ya existentes.

Y ahora es cuando hablo de True blood... Hay placeres culpables, los brownies son un buen ejemplo, otro sería esa televisión que me roba el sueño, me priva de tiempo y a cambio me da unas alas que me llevan lejos, sin que yo haya llegado a entender por qué.

Primero fue Gossip girl, una serie de la que como dijo alguien, no se esperaba nada ofreciendo exactamente eso, por lo que se condenaba a no defraudar. Crónica de una panda de adolescentes pijos del Upper East Side neoyorquino, tan irreprochablemente impecable pese a su banalidad, que en ningún caso trata de ocultar, que es difícil no caer en su redes. Superficialidad y enredos varios a partes iguales y la mejor pareja de bad guys que ha dado la televisión en mucho tiempo como contrapunto a la insoportable, soporífera y noña parejita-protagonista feliz, la petarda de Serena Van der Woodsen (de la que lo único que se salva es su nombre y su pelo) y su novio (el hijo de ex-rockero pasado de moda en plena crisis de los 40, abandonado por su mujer con ínfulas de artista plástica y ex-amante de su consuegra, cuando ésta aún no se había divorciado tres veces ni poseía tan ilustre apellido). Estoy hablando, obviamente, de Blair Waldorf y Chuck Bass, lo mejor de los malos malísimos televisivos desde mi añorada Angela Channing y argumento más que suficiente para engancharse sin remedio a ella.

Luego llegaría la adicción definitiva, True blood. Tras el primer capítulo juré que no volvería a verla, lo mismo me dije tras el segundo cuando decidí que no soportaba a Jason Stackhouse, un tipo tan penoso. Tras el tercero mis odios se dirigían hacia Tara, absolutamente insufrible y así sucesivamente con el resto de personajes, la madre alcohólica y beata a partes iguales o la falsa santera-farmacéutica, la mentora de Tara, la propia Sookie Stackhouse con esa sonrisa partida de bobalicona perdida, Bill Compton con su mirada extraviada cuando quiere poner cara de malo y/o atormentado, la hippie-chic novia de Jason o Eric, tan poco creíble como vampiro mandamás, demasiado guapo, recuerda a aquel modelo escandinavo, Markus no sé qué, pero en rubio. Pero todo fue inútil, me tragué capítulo tras capítulo y ni siquiera el secreto mejor guardado de Sam, no se puede ser más plano, consiguió hacerme renunciar, más bien al contrario, ese giro tan ¿inesperado? me hizo aceptar la realidad, soy adicta a True Blood, pese a todo y pese a todos o precisamente por eso. Cómo resisitirse a esa mezcla tan imposible de géneros, crónica vampírica, concienciación en busca de la igualdad e integración, soft porno, comedia surrealista y negra, drama social, gore y género políciaco ambientado en un pueblo del profundo Sur de los States lleno de paletos que no prenteden ocultar que lo son. Es tan delirante y ridícula, tan sin complejos, que me rindo a sus pies.

Cuando terminó la primera temporada es cierto que titubeé. ¿Lafayette muerto?. Ya saben, peón caminero de día, cocinero de bar cutre de tarde y chapero y narcotraficante de noche. Adicto al sexo y a casi todas las sustancias. Gay amanerado y sin complejos. Y sin duda el mejor, tal vez el único, personaje que da la talla. Afortunadamente no sucumbí a mis impulsos.




"- ¿Cuando empezó a comprarse vestidos?
- Cuando tuve mi propio dinero
- ¿Sí? ¿muy joven?
- No, siempre."

Carmen Lomana, esa mujer.

Yo de mayor quiero ser como ella.


Cicatrices


La más evidente es la que tengo en el dorso de mi mano derecha, pese a que sufre cierta tendencia a difuminarse y quién sabe si al cabo de los años, muchos, no llegue a quedar rastro de ella. Fue precedida por una bronca monumental por parte de la enfermera del centro de salud de turno, por no acudir hasta pasados varios días, cuando me percaté de que todo el rosario de remedios caseros contra las quemaduras, también caseras, eran poco eficaces. Hubo que dar explicaciones ante la desconfianza con que fue formulada la pregunta, "quién o qué te hizo eso", pueden imaginarse ustedes el aspecto de mi mano.Tener que explicarle que estaba haciendo un flan, no recuerdo para quién, si cocino es que es para alguien, nunca para mí misma, al menos no exclusivamente, y que la técnica de convertir el azúcar en caramelo se me resistió.

También bastante visible, al menos si se me presta atención, es una pequeña marca en mi frente. No recuerdo su origen y nadie, ni mis padres ni mis hermanas mayores saben decirme cómo o dónde o fruto de qué caída o accidente, o desde cuando está ahí.

En una de mis rodillas, no sabría decir con exactitud en estos momentos si en la izquierda o en la derecha, queda un vestigio de una de mis muchas caídas en una infancia montada en bicicleta. Casi imperceptible, sólo cuando me pongo razonablemente morena se aprecia, pero eso hace años que no ocurre, renuncié voluntariamente a ser posible candidata a desarrollar un melanoma hace tiempo.

Tres, por el momento, un número impar de cicatrices, de las aparentes, de las que se aprecian a simple vista. Luego están las otras, las de un alma que funciona a medio gas, las de un corazón curado a base de remiendos, siempre en venta. Menos de las que son. Una fragilidad tan sólo aparente, la mejor defensa no es un buen ataque, es simplemente evitar el enfrentamiento, esconderse, huir, la cobardía como estandarte, la renuncia y el devenir del tiempo que irremediablemente ya nunca podrá ser vivido ni recuperado.

No, no presento heridas y apenas cicatrices en el alma, simplemente paso los días anestesiada, no siento, no padezco. No vivo.


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