Cicatrices
La más evidente es la que tengo en el dorso de mi mano derecha, pese a que sufre cierta tendencia a difuminarse y quién sabe si al cabo de los años, muchos, no llegue a quedar rastro de ella. Fue precedida por una bronca monumental por parte de la enfermera del centro de salud de turno, por no acudir hasta pasados varios días, cuando me percaté de que todo el rosario de remedios caseros contra las quemaduras, también caseras, eran poco eficaces. Hubo que dar explicaciones ante la desconfianza con que fue formulada la pregunta, "quién o qué te hizo eso", pueden imaginarse ustedes el aspecto de mi mano.Tener que explicarle que estaba haciendo un flan, no recuerdo para quién, si cocino es que es para alguien, nunca para mí misma, al menos no exclusivamente, y que la técnica de convertir el azúcar en caramelo se me resistió.
También bastante visible, al menos si se me presta atención, es una pequeña marca en mi frente. No recuerdo su origen y nadie, ni mis padres ni mis hermanas mayores saben decirme cómo o dónde o fruto de qué caída o accidente, o desde cuando está ahí.
En una de mis rodillas, no sabría decir con exactitud en estos momentos si en la izquierda o en la derecha, queda un vestigio de una de mis muchas caídas en una infancia montada en bicicleta. Casi imperceptible, sólo cuando me pongo razonablemente morena se aprecia, pero eso hace años que no ocurre, renuncié voluntariamente a ser posible candidata a desarrollar un melanoma hace tiempo.
Tres, por el momento, un número impar de cicatrices, de las aparentes, de las que se aprecian a simple vista. Luego están las otras, las de un alma que funciona a medio gas, las de un corazón curado a base de remiendos, siempre en venta. Menos de las que son. Una fragilidad tan sólo aparente, la mejor defensa no es un buen ataque, es simplemente evitar el enfrentamiento, esconderse, huir, la cobardía como estandarte, la renuncia y el devenir del tiempo que irremediablemente ya nunca podrá ser vivido ni recuperado.
No, no presento heridas y apenas cicatrices en el alma, simplemente paso los días anestesiada, no siento, no padezco. No vivo.
También bastante visible, al menos si se me presta atención, es una pequeña marca en mi frente. No recuerdo su origen y nadie, ni mis padres ni mis hermanas mayores saben decirme cómo o dónde o fruto de qué caída o accidente, o desde cuando está ahí.
En una de mis rodillas, no sabría decir con exactitud en estos momentos si en la izquierda o en la derecha, queda un vestigio de una de mis muchas caídas en una infancia montada en bicicleta. Casi imperceptible, sólo cuando me pongo razonablemente morena se aprecia, pero eso hace años que no ocurre, renuncié voluntariamente a ser posible candidata a desarrollar un melanoma hace tiempo.
Tres, por el momento, un número impar de cicatrices, de las aparentes, de las que se aprecian a simple vista. Luego están las otras, las de un alma que funciona a medio gas, las de un corazón curado a base de remiendos, siempre en venta. Menos de las que son. Una fragilidad tan sólo aparente, la mejor defensa no es un buen ataque, es simplemente evitar el enfrentamiento, esconderse, huir, la cobardía como estandarte, la renuncia y el devenir del tiempo que irremediablemente ya nunca podrá ser vivido ni recuperado.
No, no presento heridas y apenas cicatrices en el alma, simplemente paso los días anestesiada, no siento, no padezco. No vivo.
2 perdidos en el laberinto:
No se si hay nada peor que eso.
Vivir como anestesiada...
Pero puede que sea cíclico,no?
Lo digo para animarte y por que también pasopor ello más a menudo de lo que querría.
No me gusta. Aunque me encanta lo que cuentas...
Tan verdadero que duele.
Creo, Daed, que de una manera o de otra llegaremos a uno de los finales con algunas cicatrices más de las que ahora tenemos. Aunque sólo sea UNA más, me valdrá. Sólo una más...
Publicar un comentario