Nunca he sido capaz de descolgar un teléfono y llamar a alguien simplemente para hablar, para oír la voz de alguien querido, para que me escuche y escucharle, para llorar, para quejarme, para contar todas las cosas que cuento aquí, supongo que si hiciera esto último me colgarían sin demasiados miramientos.
A lo mejor es que no tengo a nadie lo suficientemente cercano como para contarle mis tonterías o que me sentiría ridícula llorándole a alguien y hablándole de lo cansada que estoy, de esto y de lo otro. Aunque curiosamente alguna que otra persona sí lo haga conmigo, me llame o me invite a un café para sentarse frente a mí y contarme lo cansada que está y me hable de esto y de lo otro. Pero nunca siento que hay reciprocidad. No siento que a esa persona vaya a interesarle lo que yo pueda contarle. Yo creo que escucho con interés, y no juzgo y trato de no dar consejos absurdos e inútiles, sólo escucho y asiento y me posiciono si no tengo más alternativa. Pero no cuento, casi nunca, aunque me pregunten qué tal estoy, porque en realidad estoy bien, tengo dos brazos y dos piernas, y una cabeza sobre los hombros y un trabajo estable y una hipoteca a fin de mes y una familia que me quiere y mis ternuras, que van y vienen, aunque últimamente están tardando en regresar. Y en el fondo no me pasa más de lo que me pasa, que estoy sola, sí, como tantos, y que echo de menos, sí, que no he sido yo quién ha inventado la nostalgia.
Ayer por ejemplo me llamó E., cuando ya era tarde y yo luchaba con mis desvelos. Quería venirse aquí, él vive en otra ciudad y necesitaba compañía. Bien sé que yo soy siempre la primera opción en ese caso, él también la fue en el mío en su momento, pero de eso hace demasiado tiempo. Y no es que no me apeteciera verle, nada más lejos de la realidad, bienvenida sea la compañía, anoche la necesitaba, pero no la que él estaba dispuesto a ofrecerme. Nunca he acabado de entender del todo porque mis (ex)amigos llegan a la conclusión de que el hecho de estar y vivir sola, ser soltera, sin compromisos aparentes y ser una chica triste y solitaria desemboca en que mi cama esté siempre de guardia. Que lo que tú necesitas es un polvo, me dicen siempre, ellos, y especialmente ellas. No acabo de entender por qué todo se reduce al sexo, cuando a día de hoy y en este preciso instante es en lo último que pienso. Anoche decía que no quería dormir sola, y era cierto, como hoy tampoco quiero hacerlo, como tampoco quiero estar sola estos días, aunque lo vaya a estar y nadie vaya a ocupar el lado izquierdo de mi cama. Pero una cosa es querer compañía, afectos, abrazos, cariño y otra todo lo demás. Que lo segundo es fácil de encontrar, sexo salvaje en el que te sientas completamente sola, en el que no haya afecto, ni un abrazo, ni cariño, ni siquiera besos, que yo como las putas, no beso en la boca a quien no quiero y sólo deseo. Y no entiendo por qué lo segundo me resulta tan fácil y lo primero tan esquivo.
E., que siempre dice que somos iguales, almas gemelas, aunque yo no lo crea y nunca se lo discuta pese a eso, contándome ayer el capítulo XXVIII de una cualquiera de sus muchas historias, me decía que el problema que teníamos ambos es que le teníamos tanto miedo al compromiso que siempre nos fíjábamos en personas que jamás se comprometerían con nosotros y que por tanto nos hacían de forma inconsciente el trabajo sucio. Teoría alternativa a la otra, que creo que va más conmigo, que es la de colgarme de tipos inalcanzables que por tanto refuerzan mi falta de autoestima y la creencia de que no merezco ser querida. Puede que lo primero se aplique a él, pero sin duda no a mí, yo soy más de lo otro.
No sé por qué me da tanto miedo estar sola pero al mismo tiempo no caigo en el error de irme detrás del primer tipo no tan aparente que me mire a los ojos. No, no puede gustarme ese tío tan simpático que me llama cada poco para invitarme a salir, para tomar una cerveza o ir al cine; o el vecino del cuarto que me sonríe tres segundos más de lo cordial cada vez que compartimos puerta o ascensor. Que son cercanos, afables, que están ahí... no, tiene que gustarme alguien que no voy a tener nunca, alguien a quién nunca he buscado, un completo extraño que está demasiado lejos de aquí.
Voy a salir a la calle y cruzo los dedos para que el primer tipo con el que me cruce me mire a los ojos.