De vuelta a casa tras un fin de semana madrileño alargando el domingo y apropiándose del lunes, que a su vez se viste de martes.
Deseando volver a mi rinconcito de Ikea, a mi no tan viejo, pero cansado y maltratado, ordenador, declarado en huelga y a la espera de que unas manos expertas, no las mías, le ofrezcan algún remedio.
Una llamada pendiente, preludio de esa cita que ya se va postergando dos meses (y debo recordar pagar la viñeta y mirar los vuelos a Londres para el 30 de mayo).
Los agradecimientos de rigor. A Y. y a C., que una vez más y ya he perdido la cuenta de cuántas van, me ofrecieron su hospitalidad, su casa, sus risas, cervezas y comida china. A G., que no permitió que fuera sola al concierto y aguantó estoicamente las dos horas y hasta aplaudió por momentos.
Ricardo, tan bello mi Arjona, que hizo posible lo imposible, verle en vivo y en directo en todo su esplendor de metro noventa, marcando bíceps de camiseta negra con una acústica excelente, mejores músicos y sin defraudar con la puesta en escena, no tanto con el set list. Lleno en el Palacio de los Deportes, entradas agotadas por un respetable de puriticos emigrantes, aunque españoles haberlos, habíalos, incluido uno de Parla. Se me hizo corto, apenas rozó las dos horas (supongo que G. no opinará lo mismo).
Daba la impresión de que allí había dos tipos de público, las que agradecían y coreaban a voz en grito haber cumplido los 40 y una minoría de españoles desubicados a los que probablemente Arjona nos guste por otros motivos, y de esos no nos ofreció demasiados. En todo caso agradeciendo que desorganizase lo organizado, la jam-session improvisada a base de Galería Caribe, el Mojado a guitarra y voz y la inmortal Historia de taxi.
Espero que ése fuera el comienzo de una larga amistad y a partir de ahora cruzar el charco pase a convertirse en algo habitual.
Imperdonable por cierto el que en la pista obligasen a estarse quietecitos y sentados, lo que en mi opinión le restó calor al concierto. No fue lo mejor de mi vida, pero pese a todo repetiría (y repetiré), y a escasos dos metros, sólo reiterar lo que repetía sin cesar una colombiana a mi vera con su dulce acento… qué bello.
Deseando volver a mi rinconcito de Ikea, a mi no tan viejo, pero cansado y maltratado, ordenador, declarado en huelga y a la espera de que unas manos expertas, no las mías, le ofrezcan algún remedio.
Una llamada pendiente, preludio de esa cita que ya se va postergando dos meses (y debo recordar pagar la viñeta y mirar los vuelos a Londres para el 30 de mayo).
Los agradecimientos de rigor. A Y. y a C., que una vez más y ya he perdido la cuenta de cuántas van, me ofrecieron su hospitalidad, su casa, sus risas, cervezas y comida china. A G., que no permitió que fuera sola al concierto y aguantó estoicamente las dos horas y hasta aplaudió por momentos.
Ricardo, tan bello mi Arjona, que hizo posible lo imposible, verle en vivo y en directo en todo su esplendor de metro noventa, marcando bíceps de camiseta negra con una acústica excelente, mejores músicos y sin defraudar con la puesta en escena, no tanto con el set list. Lleno en el Palacio de los Deportes, entradas agotadas por un respetable de puriticos emigrantes, aunque españoles haberlos, habíalos, incluido uno de Parla. Se me hizo corto, apenas rozó las dos horas (supongo que G. no opinará lo mismo).
Daba la impresión de que allí había dos tipos de público, las que agradecían y coreaban a voz en grito haber cumplido los 40 y una minoría de españoles desubicados a los que probablemente Arjona nos guste por otros motivos, y de esos no nos ofreció demasiados. En todo caso agradeciendo que desorganizase lo organizado, la jam-session improvisada a base de Galería Caribe, el Mojado a guitarra y voz y la inmortal Historia de taxi.
Espero que ése fuera el comienzo de una larga amistad y a partir de ahora cruzar el charco pase a convertirse en algo habitual.
Imperdonable por cierto el que en la pista obligasen a estarse quietecitos y sentados, lo que en mi opinión le restó calor al concierto. No fue lo mejor de mi vida, pero pese a todo repetiría (y repetiré), y a escasos dos metros, sólo reiterar lo que repetía sin cesar una colombiana a mi vera con su dulce acento… qué bello.