El sábado fui al Teatro, lo que en sí es un lujo en esta Asturias nuestra, quedándose pequeño el Jovellanos para tanta pseudointelectual pijería gafapasta (haré aquí un inciso, desde que Isabel Coixet confesó que sus gafas son metálicas y pitan en los aeropuertos se me ha caído un mito).No se preocupen, no voy a dar mi opinión acerca de la obra, básicamente no acabó de convencerme. Crítica feroz y feraz a los tiempos actuales de violencias de género y explotación de esos que algunos no consideran nuestros iguales, basada en todo caso en una obra con dos siglos a sus espaldas, todo está inventado. La compañía Animalario, Teatro de la Abadía, ya saben, la de Alberto "no sin mi subvención" San Juan, entre otros... lo más entretenido, los actores haciendo de chinitos entre el público al inicio tratando de vender esos artilugios imposibles de lucecitas sin fin. Bien, hasta aquí los detalles técnicos.
Que la noche apuntaba maneras debería haberlo intuido cuando hubo que repartir los asientos. Éramos cinco, pero no con asientos contiguos por eso de las indecisiones, voy o no voy y espero que me llame... con lo que una entrada se sacó a última hora y se correspondía con un solo asiento varias filas por delante del resto, aislada y sola entre un maremágnum de gente, detalle que no debería ser problema para cinco mujeres adultas y que no lo acabó siendo porque a mí me importaba bastante poco tener que sentarme sola aunque a las demás parecía que se les iba la vida en ello. Para que algunos hombres se pregunten por qué las mujeres siempre van al aseo de dos en dos, al menos eso sí que tiene una explicación lógica.
Nos despedimos pues en el hall del teatro con la premisa de reencontrarnos al final de la obra y me encaminé a mi asiento, a pesar de llegar dando las 20:30, hora de inicio programada, los asientos a mi alrededor estaban vacíos. Escasos minutos después llegó el primero de sus ocupantes. El prototipo perfecto de lo que llamo "marinero noruego", barba y jersey de cuello vuelto incluido... cierto es que instantes después llegó su acompañante femenina y la amiga de ésta última, que curiosamente tenían sus asientos entre él y yo. Dudé si ofrecerme a cambiar de asiento, para que pudieran sentarse juntos, supongo que es lo propio en persona cortés y bien educada, pero me dije, qué co*, si él no dice nada, yo tampoco, y él dijo, pero no eso, y sonrió, y yo sonreí y dije, pero no me ofrecí a cambiar de asiento y hasta el falso chino insistió para que le comprara uno de esos imposibles artilugios de lucecitas sin fin a "su chica", o sea, yo, y él siguió sonriendo y no dijo lo propio, no es mi chica, fíjeseustedquetontería, pero ambos sonreímos y yo pensaba, no sé él, cuánto hace (y dice) una simple sonrisa.