lunes, julio 20, 2009


Al hilo de lo anterior... el tercer suceso no tan horrible.

Dispuesta a romper las normas, a hacerlo por completo. Nada de fichar y 20 minutos escasos acodada en la barra del bar deseando estar en otra barra y en otra compañía. No, mejor irse de compras. Pero no, nada de rebajas. A esa pequeña tienda donde de pasada vi ese brazalete de plata que decía "cómprame, cómprame". Resistí la tentación... entonces. Siempre me queda a desmano. Pero dando un rodeo... No tengo hambre. Nada mejor que hacer. El chico de la esquina está de vacaciones y hoy toca pollo, y con todos los respetos, estoy hasta las narices de comer pollo... No tardé mucho en autoconvencerme. Como habrán comprobado, mis argumentos eran más que convincentes.

Salir no supone ningún problema. Cuando las transgresiones se hacen en grupo son menos transgresoras, valga la redundancia. Pero entrar, a la vuelta, ésa es otra historia. Ahí está el guardia de seguridad... Saludo, por supuesto. Buenas tardes. Soy correspondida. Pero dice algo más que no entiendo ni comprendo... Sí, efectivamente me está dando el alto y me pregunta algo que sigo sin comprender. Tenía que pasarme a mí, solamente a mí.

-¿Funcionaria o colaboradora?- pregunta insistente aunque amablemente, y yo por los nervios, ni le entiendo.


-Funcionaria, funcionaria...

-Pasa, pasa- ya con una sonrisa que se debate entre el triunfo y el cachondeo (juraría yo. Y también juro que me paso el día viendo entrar y salir gente sin fichar y que nadie, nunca, les pregunta nada).


Justamente esta mañana se coló un hombre, ligeramente alcoholizado no siendo generosa, porque si lo fuera diría que estaba como una cuba. Si a esto le unimos a que el tipo de usuario o ciudadano con el que yo "trabajo" pertenece a un sector digamos peculiar, sale un cocktail, cuando menos, explosivo.


¿Y a este tipo por qué no lo paró nadie? No, se presenta bamboleante frente a mi mesa, y les describo la situación, que probablemente bien podría considerarse la cuarta cosa horrible del día (sólo espero que la quinta no sea el descarrilamiento del tren en el que me montaré en 20 minutos, los que me quedan para terminar de una vez con esta maratoniana jornada laboral). En torno a las diez de la mañana, un calor más propio de la Manga del Mar Menor (es un suponer) que de la vetustiana Oviedo, la oficina atestada de compañeros (también es un suponer) poseídos por un trabajo febril (seguimos suponiendo). Daeddalus sudando lo que no está en los escritos, abanicándose y mirando la vida pasar por la calle Coronel Aranda, privilegio de sentarse al lado de la cristalera, mientras mi ilustre compañero me habla de su última lectura, algo que tiene que ver con el Mago de Oz. Es fan de el Mago de Oz. Con eso se lo digo todo y si además agrego que la imagen de su escritorio es de no se qué del Mago de Oz ya se podrán imaginar. Si al menos fuera fan de Judy Garland, no sé, yo por ejemplo soy fan de Raffaela "hooola" Carrá y de Jane Mansfield.

No olviden el detalle de la carpeta a modo de abanico y del sudor corriendo por mi cuerpo, son importantes, así como la expresión de ausencia total provocada por una conversación tan amena. Por un lado el descuido y por otro el calor; consecuencia, más botones desabrochados de los debidos en mi blusa. Mi lugar de trabajo es territorio hostil para los escotes, demasiada vaca (o toro) sin cencerro, que diría la sin par Chus Lampreave, pero un despiste lo tiene cualquiera. Y justo lo que necesitaba el tipo ebrio y vacilante era un despiste de ese calibre. El resto, se lo pueden imaginar; creo que no recibí tantos piropos, por llamarlos de alguna manera, en mi vida. Ni yo ni ninguna de las partes de mi real anatomía, enumeradas una a una y reiteradas en una histeria sin fin, ante el regocijo del respetable. Si hubo una vez en la que deseé con todas mis fuerzas que la expresión "trágame, madre tierra" se hiciera realidad, fue ésta; a Dios pongo por testigo (es que también soy (muy) fan de Scarlett O'Hara).

(Sin)vergüenzas


Estoy en el trabajo y aún me quedan dos horas y media por delante. Sí, los funcionarios, algunos, trabajamos por las tardes, algunas, por ejemplo las de los lunes. Tengo cosas por hacer, toda una montaña de expedientes a los que hincarles el diente, pero es mi trabajo para toda la semana y tengo que administrarlo con sabiduría a lo largo de ella. En todo caso, prefiero aburrirme ahora y dedicarme por ejemplo a escribir, ya que estoy sola en la oficina, dejando el trabajo por hacer para las mañanas, rodeada de colegas fingiendo, un poco mejor que yo, estar multitareados.


Y qué les cuento... Pues que acabo de comer. Una Coca-cola light y una chocolatina (obviemos la incongruencia), de pie delante de la máquina del café y escuchando las batallas vacacionales en O Grove de una chica a la que no conozco, lo cual no impide que me lo cuente, parece que ella sí sabe quién soy yo. Supongo que mi estómago pedirá socorro a marchas forzadas en breve, pues desde las seis de la mañana sólo he ingerido un yogur de frutas del bosque, creo... la incertidumbre se refiere al contenido del yogur, no eran horas para discernimientos. Hace demasiado calor y a mí el calor me quita el hambre. En fin, que eso es lo de menos, nadie viene aquí a leer que yo me aburro o que combino el chocolate con productos light bajos en calorías, que pierdo el tiempo infamemente en mi trabajo o que no desayuno. En realidad no sé por qué vienen aquí, pero ya que lo hacen se merecen algo más, no digo mejor. Así que tal vez les cuente que hoy he hecho dos cosas horribles.

En primer lugar, aunque no en orden cronológico. Hace escasa media hora y concretamente a punto de cruzar la Avenida de Galicia, después de esperar pacientemente a que el semáforo se pusiera en verde para los peatones; mientras estos, los peatones, cruzaban en rojo, exceptuando a Daeddalus; cual estatua de sal petrificada sintiéndose un poco idiota y con complejo de centroeuropa, fingí no ver a quién vi. Traduciendo, iba yo a cruzar la calle cuando diviso al otro lado a un tipo que se acerca al semáforo esbozando una sonrisa de fingida sorpresa, ya dispuesto a saludar, a plantarme dos besos y a decirme eso de "cuánto tiempo, cómo te va la vida y un montón de bla, bla, bla...". Y qué hago yo, ¿disculparme con la excusa de una prisa que efectivamente me perseguía porque obviamente era la última persona del mundo a la que deseaba encontrarme? Ciertamente exagero, la última no, pero digamos que se encuentra en una posición aventajada en ese heterogéneo grupo de personas, de hombres concretamente, para qué negarlo, que forman parte de mi pasado con tendencia al olvido; envueltos en la nebulosa del si te he visto no me acuerdo y si me acuerdo ya te he olvidado. Pero no, para qué, pudiendo girarme tranquilamente, fingir que no he visto, cuando claramente he visto y en lugar de cruzar, el semáforo puntualmente en verde, seguir calle arriba con la mirada incrédula, ahora la sorpresa ya no es tan fingida, clavada en mis pasos. Lo sé, tengo que hacérmelo mirar.

No es probable que se pregunten qué hacía yo hace media hora bajo un sol de justicia cruzando las calles de Oviedo cuando tendría que estar trabajando. Pero como ahora seguro que ya les corroe la curiosidad, yo se lo cuento. Eso enlaza con la segunda cosa horrible cometida hoy por mí y con la prisa que sentía, aunque ésta no fuera el motivo por que el que evitara a aquél viejo amigo, amante, novio o lo que fuera. Tras salir juntos un par de veces ya quiso pasear conmigo de la mano, aún recuerdo el infausto momento, subiendo por el Rosal y ya casi en Pérez de la Sala, cuando disimuladamente, o eso se creía él, agarró la mía en un ataque de misticismo. Dejó de ser amigo, amante, novio o lo que fuera, de ipsofacto. Yo de la mano sólo llevo a mi sobrina T. que tiene dos años. Que en realidad mi acercamiento a él no fuera sino un puente para alcanzar otro objetivo; que por si les interesa les diré que alcancé, una noche en El Diario Roma, para ser más precisos, a la que siguieron unas cuantas más; no tuvo obviamente nada que ver con tan brusco rompimiento. Ni que años después, tal día como hoy, finja no reconocerle si me lo encuentro en plena calle.

Pero hablaba de mis prisas, y les cuento. Los lunes tengo que trabajar por la tarde, en realidad podría ser cualquier tarde de la semana, pero yo voluntariamente elegí los lunes, para acabar de hacerlos un poco más horribles. A eso de las tres suelo salir a comer algo, sí, lo confieso, yo soy una de esas personas acodadas en cualquier barra de un chigre de barrio comiéndose un pincho de tortilla acompañada de una botella de agua mineral, bueno, a veces cambio la tortilla por unos calamares o de pollo, lo que evidentemente no mejora el escenario. Como es de recibo, cuando salgo, ficho. Es decir, que los 20, como mucho 25 minutos que empleo en estar de pie en la barra obervando al personal mientras como y finjo escuchar lo que me cuentan tratando de averiguar si son todos tan desdichados como yo o sólo lo parecen, bueno, bien, lo admito, me han pillado, también si aquel chico tan mono de la esquina lleva alianza o tiene pinta de que alguien le planche las camisas; no computan como tiempo trabajado. Pues eso, que llevo desde febrero fichando todos los lunes cuando salgo "al pincho" pensando que era lo correcto, y ciertamente lo es, y que evidentemente todo el mundo lo hacía. Pero va a ser que no, que es como los semáforos, que la única que los cruza en verde soy yo. Cuando lo descubrí me horroricé, así va el país, así tenemos la fama que tenemos y un largo etcétera de aspavientos salieron por mi boca. Siempre he sido una ingenua, qué le vamos a hacer, meses sin enterarme, y cuando me entero, sigo cumpliendo religiosamente; igual que espero pacientemente a que el semáforo cambie de color aunque no parezca circular ningún coche y me quede sola en la acera como un náufrago. Bueno, hasta hoy, que no es que esperara el cambio de color, es que directamente no crucé y obviamente tampoco fiché.

Me creerán si les digo que me siento terriblemente culpable, no por comportarme como la idiota inmadura que soy fingiendo no ver a quién vi, sino por ejercer de funcionaria en toda regla saltándome las normas alegremente. He de confesar que esto último trajo como consecuencia una tercera cosa horrible, no tanto como las anteriores, no quiero exagerar... pero les prometí contarles dos, y ya he cumplido.

Si me sigo aburriendo, es probable, y me queda tiempo, como sé que ya lo están deseando, les cuento la tercera más tarde.




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