El disfraz que me puse estaba equivocado (ya lo escribió Pessoa)
No recuerdo la edad que tenía
la primera vez que visité Portugal, era tan sólo una cría y las imágenes que
atesoro de aquella primera visita son muy vagas. Una playa bañada por las frías
aguas del océano, el sabor de los melones, los peregrinos arrastrándose por las
carreteras acercándose a Fátima, alguna que otra historia macabra sobre Pedro
I, rey de Portugal y el omnipresente obrigada.
Recuerdo sin embargo lo que
no vi, lo que no conocí, y aquella no visita me persiguió durante años hasta
que finalmente un buen día pude volver a donde nunca había estado.
No hubo tiempo aquella
primera vez. Una mala planificación, tal vez un regreso antes de lo previsto; a
los niños desgraciadamente se les da pocas explicaciones sobre lo que
verdaderamente importa y demasiadas sobre lo accesorio. Podía haberme quedado
sin conocer Évora o Nazaré, Sagres o Braganza, y tal vez entonces hubiese sido
alguno de estos el nombre que me perseguiría durante años desafiando mi
memoria. Supongo que mi desconocimiento total del portugués contribuyó a que
aquellos nombres despertaran lo más oculto de mi imaginación y pasaran a formar
parte durante muchos años de mi imaginario y por supuesto acabé volviendo a
Sintra por primera vez, y regresé una segunda y una tercera, y volví siempre que
vuelvo a Portugal y a Lisboa.
Aquel volverasasintra me
acompañó, aún me acompaña, durante muchos años al otro lado del espejo, y cada
vez que alguien me pedía mi dirección de correo electrónico y yo decía eso de volverasasintra@hotmail.com, a pesar de que
algún despistado o despistada preguntaba dónde estaba o qué era eso de Sasintra, la imaginación se disparaba y de inmediato el interlocutor o interlocutora se montaba una película en su cabeza sobre amores imposibles, distancias insalvables y saudades a raudales. La gente, a mi favor, solía ser discreta y pocos preguntaban o apenas insinuaban; o tal vez esperaban que yo contase lo que no podría contar porque no era real sino imaginado, aunque los amores imposibles y las distancias insalvables sean mayormente espejismos y los sueños inalcanzables acaben convirtiéndose en nostalgias crónicas y variadas. Yo siempre decía, si alguien finalmente preguntaba sin preguntar quién me esperaba en Sintra, que era una historia muy larga y poco interesante. Lo cual era rotundamente cierto y no faltaba a la verdad; a nadie interesaban mis incursiones lusas, francamente aburridas excepto para mí y casi nunca había tiempo y lugar a contar que todo provenía de una frustrada no visita de la niñez más olvidada. Y que en todo caso no, nadie me esperaba en Sintra.
Debía decirlo sin mucha aparente convicción porque nadie me creía, e incluso tantos años después amigos cercanos y queridos que la distancia ha destinado a lugares lejanos y con los que la comunicación verbal ha sido sustituida por la escrita, siguen preguntando cuándo volveré a Sintra.
Y yo... hace mucho que regresé de Sintra.