Hasta que yo cumplí los 12 años, más o menos, no llegaron los restaurantes chinos a las Asturias de Oviedo. Así que eso de comer con palillos sólo se veía en las películas americanas o cuando ibas a la capital o cruzabas fronteras. Recuerdo que mi hermana, una de ellas, que tengo varias, que debía de andar por los 15 o 16, se pasó dos días enteros practicando en todas y cada una de las comidas, incluyendo merienda, cena y desayuno, con unos palillos improvisados y ante la complacencia de mi madre. Su único objetivo, parece ser, era impresionar al ligue de turno.
Ya ven, cosas más absurdas se han hecho con tal de deslumbrar a un tipo. Yo por ejemplo me leí enterita la bibliografía de Erich Fromm. Claro que fue unos cuantos años más tarde y el tío en cuestión era una mezcla entre Carlos Tarque y Calamaro; por si alguien dudaba de la oportunidad de tamaño esfuerzo. También es cierto que a día de hoy dudo seriamente que lo hubiera hecho, no ya por él, sino por cualquiera. Y no sólo leer a Erich Fromm, o a quién fuese; sino hacer algo a lo mejor no tan absurdo tan sólo por afán de impresionar. O tal vez sí, quién sabe que podría llegar a hacer con tal de impresionarte a ti. Aunque suponer que pudiera impresionarte de forma alguna, me temo, es suponer en demasía.
A raíz de aquel episodio, mi hermana, una de ellas, y parte de mi familia, aprendieron a comer con palillos. Yo juro que lo intenté, pero mi torpeza no tiene límites, y mi constancia en cambio sí. Así que abandoné bien pronto pensando que si se habían inventado el cuchillo y el tenedor, y hasta la cuchara, aunque yo sólo la use para la sopa, por qué iba a empeñarme en un absurdo, que además tanto me costaba. Y para ser sincera, tampoco tenía a nadie a quien impresionar; y cuando lo tuve, me resultó más fácil leer "El arte de amar" y evitar los restaurantes chinos.
Muchos años después, en un restaurante chino de ésos con los patos colgados secando ante la cristalera, en un Chinatown cualquiera de una ciudad cualquiera de los States, recibí una clase magistral del dueño del restaurante. Obsesionado con que su pato lacado a la pekinesa no podía ni debía ser comido a la manera occidental. Pero como yo estaba más preocupada en explicarle que without the skin, que en atender sus explicaciones, no aprendí nada que no supiera. Que es lo que tiene evitar los restaurantes chinos, que una desconocía que precisamente era eso lo que se comía.
Y de este modo, aunque me encanta la comida oriental, aún me queda por descubrir en Oviedo un buen restaurante chino con servicio a domicilio, y me apasiona el sushi, no me verán nunca en un restaurante del ramo. Y las veces que por inciertos motivos he caído, he acabado, en el segundo caso, comiendo con las manos los mokis; que será poco ortodoxo, pero siempre queda como una extravagancia frente al uso convencional del cuchillo y tenedor.
P.D. Ni siquiera contigo, o tal vez sí, que al fin y al cabo, no podría, ni aunque me lo propusiera, hacer más el ridículo. Que al fin y al cabo me "debes" una comida. Aunque en todo caso, por favor, si en algún momento decidieras saldar tu "deuda", que no sea comiendo sushi.