Non stop
M. acaba de cumplir los 18. El tiempo no pasa deprisa, sólo nos lo parece. Aún recuerdo la primera imagen de A. embarazada, aquel verano de hace 19 años, del que apenas recuerdo nada. En la estación de Zurich, cuando en Europa aún se viajaba en autobús y los trenes iban hacia el este. Tardarían todavía años en desembarcar los vuelos low cost en nuestras vidas.
Busco un vuelo para las Navidades, algo más de dos semanas de vacaciones. Todo me resulta carísimo. Volar desde Asturias es una utopía por menos de 300 euros. Iberia tiene el monopolio. La opción de quedarme no se contempla. Me gustan las Navidades. Tengo la extraña capacidad de seguir disfrutando de ellas. No sé por cuánto tiempo. Mientras las presencias superen a las ausencias.
Mi lista de prioridades se incrementa de forma inconstante. El alicatado del baño, un sofá de piel rojo, paredes pintadas de blanco y un televisor renunciable. D. no opina lo mismo. El fantasma y la Sra. Muir no es digna de verse en una pantalla de ordenador. Los televisores de ahora se cuelgan en la pared, dice. Me ahorro el mueble, cierto. Me parece una razón convincente. Pero ganan el plato de ducha y su respectiva mampara, tengo la manía de ducharme todas las mañanas y algunas tardes. Ahora todo se paga a plazos, me apunta alguien.
Mi compañero sigue hablando solo y sigue sin hablar conmigo. Tampoco yo con él. Lo intenté, al principio. Un día traté de hacerle una consulta, procedimiento sancionador abreviado. Al fin y al cabo es abogado. No supo contestarme. Fin del intento de socialización. El cine manga y los videojuegos me resultan ajenos y carentes de interés, a él todo lo demás.
Tengo que hablar con el portero. Toda una novedad tener portero físico. Prometió cambiarme la cerradura. Puede que sea una paranoica, pero no pienso pasar una sola noche en mi nueva casa sin haberla cambiado antes.
Un usuario de los servicios públicos me regala una caja de bombones por hacer mi trabajo. Él considera que le he perdonado la vida. Intento sacarle de su error. No lo consigo y me como los de chocolate blanco y con leche. Regalo el resto. El chocolate ya no me pone. Será mi comida del día. Esta tarde tengo una cita y pretendo lucir un vestido que hace un año que no me pongo.
Ayer estuve en Primark. Mi primera compra allí y la tercera vez que entro desde que la abrieran hace ya más de un par de años. Me producen urticaria esas bolsas de rejilla y los montones de ropa desordenada me confunden. La primera vez que entré las colas, la ropa horripilante y el olor a petróleo de la sección de zapatería me hicieron salir por pies sin mirar atrás. Me compré unas medias. Hace siglos que no me pongo una falda y/o vestido. Pero hace demasiado frío, no creo que las estrene. Los panties son más cómodos, aunque menos prácticos para según que menesteres. Hoy me apetece ir al cine.
Me llama M. El Mexicanito lindo ha regresado. Cómo contarle que nunca se ha ido.