Anoche tuve un sueño extraño, o más bien curioso, o raro. Tal vez lo recuerde, a diferencia de otras veces, porque el despertador sonó en el medio de muchas risas, conversaciones y canciones regadas con cervezas, las que sonaban en él. Se quedó inconcluso, por tanto. No tuvo final, ni meta alcanzada. Tampoco es que sea especialmente digno de recuerdo, no fue especialmente extravagante, ni exótico, ni al despertarme mi corazón latía más de 13 veces por minuto, para ser a la manera del poeta.
Soñé con alguien que ni siquiera conozco, aunque aparecían otros, otras personas. Sonaba Bruce, de vuelta a los viejos bares de siempre, aunque también los Burning y Rammstein. Y aparecía yo, claro, con ese vestido gris y una cazadora de cuero negro caminando por la calle Mon, y frente a mí, acercándose, caminaban tres tipos.
No puedo recordar ni reconocer al primero de ellos, aunque en el sueño le conocía, parece ser, y era una cara que en realidad he visto en algún sitio, pero que no logro identificar. Al segundo, sí, el segundo era o es real, o bueno, más o menos, o lo fue, supongo, y curiosamente por él demostraba una indiferencia absoluta, no fingida, como si estuviese de paso o fuese el sobrante. Y después estaba él, un completo desconocido que me abrazaba y al que yo abrazaba como si se nos fuese el mundo en ello, como si hiciese siglos que no nos veíamos y el mundo dejase de girar a nuestro alrededor al encontrarnos y todo estuviese de más. Alguien a quien no he visto en mi vida, del que no sé prácticamente nada, sólo me hablaron en alguna que otra ocasión de él. He visto más por casualidad que otra cosa un par de fotos suyas, algún vídeo en el que sale, alguna que otra referencia... que se parece mucho a alguien, pero siendo más alto y más guapo.
Entrábamos los cuatro en el Diario Roma, o al menos en el Diario Roma de hace diez años, porque creo que no hace menos de diez años que lo piso. Y pasábamos hasta el fondo, en la planta baja, hasta esa especie de bancos y taburetes que al menos entonces había allí, entre las sombras. Y estaban todos, los de entonces, Jorge Ilegales y Charly y aquel tipo pelirrojo que nunca me hizo caso, y la chica que tenía aquel programa de radio, y Chus y la acompañante de turno, y su hermano, que nunca decía nada; y comenzaban a circular las cervezas y sonaba la música demasiado alta aunque no conseguía opacar nuestras voces. Y el real desconocido y yo hablábamos encantados de habernos conocido, como si tuviéramos mucho que contarnos, aislados del resto, ignorando su existencia... ignorándote a ti.
Curiosos los caminos que divergen de una realidad para confluir en los sueños.