Hoy me he reído como pocas veces en mi vida laboral, que ciertamente no me ha dado demasiadas alegrías.
Ya se sabe que una parte sustancial de la mañana de un funcionario es hacer repaso a los periódicos, comentar las noticias con el respetable y repasar la vida, obra y milagros de los no presentes y ausentes; y en definitiva, que con el curita adicto al sexo, cleptómano y prostituto de 15 centímetros de dotación me he reído como hace tiempo que no lo hacía (teniendo en cuenta que no tengo demasiados motivos para reírme).
Y de repente tuve una idea de esas que igual que me vienen se me van (afortunadamente), porque si hoy en día hasta los curas venden su cuerpo, eso sí, metiendo tripa, por qué no hacerlo yo. De golpe me encontraría con una solución a mi maltrecha economía y a mi falta de vida sexual. Pero no quiero ni plantearme la pregunta de si alguien pagaría por acostarse conmigo, no vaya a ser que no y prefiero quedarme con la duda (a lo mejor debería preguntarme si alguien estaría dispuesto a hacerlo sin más); y en todo caso con lo remilgada que soy yo... en fin, que si alguien me preguntara cuáles son mis límites, como Tanya a Ray Dreker en esa pequeña joya que es "Hung" (tendré que consultar con mi psicoanalista por qué siempre me atraen los perdedores) no creo que la respuesta de la normalidad fuera convincente. ¿Qué es lo normal?
P.D. Shirley MacLaine en "Irma la dulce".