El camino a casa
Una de las mejores cosas del verano, al margen de que mal que bien el laburo obliga a coger las vacaciones y poner tierra de por medio, es el regreso de todos los exiliados involuntarios. Básicamente Madrid, pero también Cádiz, San Diego, Alicante, Berlín, Viena, Monterrey o Johanesburgo. Por supuesto Londres y hasta Sofía, capital de Bulgaria. No faltan regalos, pequeños detalles, las buenas nuevas, a veces no tan buenas, los recuerdos de un pasado común cada vez más lejano, los planes para un futuro que ya es presente. La promesa mil veces repetida de ese viaje, o ese encuentro o esa visita... mil veces más una traicionada.
Yo me fui, pero volví, de nuevo me fui y de nuevo regresé. Exiliada involuntaria en mi propio hogar, en mi patria, en mi tierra. No fue una elección, al menos no exactamente... de haberlo sabido.
A veces, aunque hoy no haya sido uno de esos días, hoy está siendo un buen día, últimamente abundan los buenos días o tal vez yo he decidido creerlo así, siento que me he traicionado a mí misma, que no es posible acabar de nuevo aquí, en el lugar donde empezó todo y echo de menos mis vidas pasadas en otras ciudades con otra gente y en otras lenguas cuando el futuro era lo suficientemente incierto como para soñar con una vida mejor.