martes, febrero 02, 2010
Rompiendo el silencio
Fue en uno de aquellos trayectos de fin de semana de ida y vuelta. En Donauwörth o Regensburg, la memoria me falla. En cualquier caso en una estación de paso camino a Nürnberg, de transbordo obligado, en la tarde de un domingo cualquiera de aquel invierno.
Pese a mi querencia por los andenes helados, tres pasos hacia delante, dos por detrás, me había refugiado en el cálido interior de la pequeña estación. Tal vez el tren llegaba con retraso o el antojo de una Brezn fuera más fuerte. Lo cierto es que estaba parada en medio del hall, fascinada por aquella mujer sentada en un banco de la estación con sus manos enguantadas sujetando un bolso a lo Kelly, reposando mansamente sobre sus rodillas, zapatos de medio tacón y uno de esos sombreros ridículos con los que las mujeres de cierta edad en Centroeuropa se adornan los domingos y fiestas de guardar para acudir a los cafés, pulcramente vestidas y almidonadas, a saborear su Sachertorte y su taza de café. Pero esta mujer no era tal, ni la peluca ni el maquillaje ensombrecían una barba incipiente, y el collar de perlas, de una sola vuelta, apenas disimulaba una prominente nuez. Yo la miraba embobada en su altivez, mirada al frente, sin pestañear, segura de sí y ajena a mi mirada provinciana fascinada por su dignidad.
De pronto un alboroto golpea mi espalda, se abre la puerta de la calle y una corriente de aire helado me despierta. Detrás de mí... aquella voz, aquel acento.
Un último trayecto compartido...
P.D. Me gusta esta canción. Me ha perseguido todo el día y yo no he sido más rápida... me he acordado de ti.
Publicado por Daeddalus 5 perdidos en el laberinto
Etiquetas: Persigo un sueño... mañana seguiré
Pasaba por aquí
Una de las cosas que más me gustan es no hacer nada. Sentarme y mirar la vida pasar. Imaginar vidas, conceder gracias y defectos. Trazar historias sobre las personas que pasan ante mí o se sientan a mi lado. Aeropuertos, estaciones de tren, el banco de un parque o la terraza de un café, pueden ser los lugares elegidos.
Ahora que he vuelto a pisar la biblioteca, por motivos no del todo relacionados con los libros, he vuelto a sentarme en una de sus mesas, he fingido estudiar y a ratos leer, y he vuelto imaginar los motivos, las circunstancias de los otros. He asignado y distribuido, siendo juez y parte, los personajes del libro que tenía entre manos, reservándome siempre para mí uno secundario, involucrándome, inmiscuyéndome en las vidas ajenas, que equivocadamente, imagino. Viviendo, sin vivir en mí... y ni tan siquiera en las pieles de otros.
P.D. Saco de la estantería 'La edad de la inocencia'. Literatura inglesa, en la W, de Wharton, Edith. Me reservo a la Condesa Olenska, como no podía ser de otra manera. Hubiese sido una buena elección, tras la H, de Hornby, Nick, y su 'Alta fidelidad' y 'La invención de la soledad', en la A, de Auster, Paul.
Y en realidad no era esto lo que quería contar.
Publicado por Daeddalus 8 perdidos en el laberinto
Etiquetas: Afinidades electivas
V.O. (II)
Digo yo, que si alguien se toma la molestia de escribirme anónimamente vía email, la dirección aparece en el perfil, que por una vez no sea para “pedirme explicaciones”. Podría, estimado Anónimo, invitarme a cenar u ofrecerme un plan absolutamente indecente, que ya me encargaría yo de rechazarlo, o no. Pero mientras esas proposiciones llegan, que no llegarán, me temo, le aclaro al Anónimo, por requerimiento, qué se encontró el portero, al que por cierto no dejo de encontrarme desde entonces en todo momento y lugar. Bajo a sacar la basura con nocturnidad y alevosía, y allí está él con esa media sonrisa. Salgo furtivamente camino del trabajo a las siete menos cinco de la mañana y me doy de morros con él al salir del ascensor. ¿Es que este hombre nunca descansa?
El desorden generalizado no me suponía un problema. Ni la exposición de zapatos, de botes de pintura vacíos, de plásticos y cartones o de puertas fuera de su quicio. No, lo malo ni tan siquiera era que hubiese hecho la colada y a falta de un 'tendedero' cualquier lugar fuera bueno para colgar la ropa a secar. Había lavado lo que mi madre llamaría 'la ropa blanca' y al margen de una colección de vaqueros mojados colgados de los lugares más insospechados, ofrecía una exhibición de ropa interior colgada de los radiadores. Los mismos que él, uno por uno, revisaba para comprobar si efectivamente se calentaban, apartando con delicadeza bragas, tangas, sujetadores, medias y hasta un liguero. Exhibir pública e involuntariamente mi ropa íntima no se encuentra precisamente entre mis aficiones preferidas.
Plantada en jarras delante de la puerta del dormitorio. Virgencita, virgencita, que aquí no entre, aunque mi 'humillación' no pudiera ya incrementarse porque viera donde dormía. Qué ingenuidad por mi parte. No hubo manera de detenerle. 'Hay que revisarlos todos', murmuraba mientras se daba de bruces con el colchón en el suelo, eso sí, la funda nórdica cuidadosamente doblada sobre él. A un lado, a modo de mesilla de noche, una caja. Sobre ella, el despertador, dos teléfonos, laca de uñas, las gafas de leer, media naranja, la pinza para el pelo, libros desparramados, crema hidratante, la Ley de Contratos del Sector Público, una caja de moscovitas vacía y ya saben, mujer blanca soltera busca, los preservativos desperdigados y el vibrador en conveniente posición erecta... Creo que tardaré mucho en atreverme a mirarle a la cara.
Publicado por Daeddalus 17 perdidos en el laberinto
Etiquetas: Geografía privada