Te lo debemos. Aunque ya sea tarde. Siempre es tarde para disculpas desubicadas. Para explicaciones que nunca nos pediste pero que tal vez necesites. Exigir y precisar no siempre van de la mano.
Decir que estábamos en plena intoxicación etílica cuando hallamos el resultado a la ecuación no pretende ser una justificación. Nos comportamos como idiotas. Pasadas de copas, de dignidad y de sentido común. Pero idiotas. Ni modo.
Era guay, ¿sabes? Sí, ya sé que estaba Memel. Que por aquel entonces una no era nadie si no ponía un (amigo) gay en su vida. Pero esto era diferente. Nosotras íbamos a ser diferentes porque teníamos a una lesbiana en nuestro grupo. Y eso por aquel entonces no lo superaba nadie. O eso creíamos.
Te cortabas el pelo tú misma. Siempre vestías igual, aquel peto vaquero que necesitaba urgentemente un lavado y las Martens que alguien te había traído de Londres. Tu mejor amiga (y única hasta que nosotras llegamos) era aquella Barbie rubia de nombre olvidado que lo mismo se montaba un trío con dos gays que se paseaba de la mano de morenas tan espectaculares como ella. Pero lo más importante es que nunca, nunca te habíamos visto con ningún hombre, nunca contabas batallitas de primeros novios, amores platónicos o ligues. Ese aspecto fue el definitivo para que nuestras diligentes cabecitas llegaran a la conclusión de que nos encontrábamos ante una auténtica lesbiana. Nada de una tía que con dos copas de más se morrea en plena discoteca con una desconocida o que accede a los ruegos de su último amante para montárselo con la vecina y con él en un casero ménage à trois.
Decidimos motu propio en nuestro atrevimiento y delirio que nuestra buena acción del mes sería sacarte del armario. Fue Mar la encargada de planear cuidadosamente el escenario (y no digo esto en mi descargo). Como si de una fiesta de cumpleaños sorpresa se tratase no podían faltar los invitados ni la bebida, pero tuvimos la delicadeza de que el número de asistentes fuera reducido, tan sólo Memel y el par de anfitrionas, es decir, nosotras; no así el alcohol, cerveza y vino por doquier (alguien le había regalado una caja de vino al innombrable de la que Mar muy juiciosamente se había apropiado).
El plan era simple. Nos emborracharíamos (te emborracharías) y soltaríamos nuestras lenguas (tu lengua). Entre confesiones y delirios tú tendrías que reconocer que te gustaban las mujeres y nosotras darte una palmadita en la espalda y brindar por tu salida del armario.
Cuando lo pienso ahora no puedo evitar avergonzarme. Vergüenza y arrepentimiento son dos cosas distintas y obviamente también me arrepiento porque te hicimos daño de una forma ridícula y tu dolor no fue precisamente absurdo.
A nosotras no nos debería haber importado tu orientación sexual, no era nuestro business y en segundo lugar y en el supuesto de que fueras lesbiana no tenías por qué haberlo contarlo, ni salir del armario, ni desfilar el día del orgullo gay. Pero era chic, tía, tienes que entenderlo... para nuestra mente postadolescente.
La noche comenzó bien con los huevos a la flamenca de Mar, que como recordarás era lo único que sabía cocinar. En realidad también preparaba un potaje de lentejas, arroz, salchichas y semillas de lino, pero eso sólo se lo ofrecía al innombrable. Yo pensaba que era a modo de esquiva tortura, pero no, a él le gustaba. Tras los huevos vino el postre, cortesía de Memel, tarta María Luisa (según mi receta) y la recogida de platos fue cosa mía. A esas alturas ya habíamos dado buena cuenta de un par de botellas de vino y de las cervezas del aperitivo y en aquel estado moderadamente alcóholico decidimos no salir. En realidad eso ya lo teníamos decidido pero tú no lo sabías. Y agarrando copas y botellas de vino, un par al menos por cabeza, de botellas, que no de copas, Mar sólo tenía tres copas y tú siempre bebías a morro, nos acomodamos en el suelo de su sala de fiestas particular, completamente desamueblada, llevando las almohadas a modo de cojin.
Risas, confesiones, torpezas, las ya famosas cinco primeras veces de Mar, mi inconfesable amor hacia Jan, la fobia de Memel hacia su china compañera de piso y su arroz y así poco a poco haciendo inocentes preguntas, declaración de intenciones y vivencias varias fuimos "acorralándote". En un determinado momento Memel decidió que estaba lo suficiente borracho como para "enfrentarse" a la china y que sería una pena desperdiciar esa oportunidad así que se fue dejándonos a las tres solas, a altas fiebres de la madrugada y con el alcohol corriendo libremente y a galope por nuestras venas y hacia nuestras lenguas.
No recuerdo cuál fue la pregunta, el comentario que lo desencadenó todo. No sé si fui yo o si fue Mar la que preguntó. Me pasé muchas noches tratando de borrar de mi memoria esos momentos y a día de hoy parecería que lo he conseguido. Pero aún si cierro los ojos veo a Mar sentada en una silla que nos había prestado Marcus “el brasileño”, había oído voces y risas y quiso unirse a la “fiesta” sin éxito pero ofreciéndonos asiento, debió pensar que ya que no estaba invitado a la supuesta juerga no nos merecíamos más que una. Mar se balanceaba, en una mano una copa a rebosar de vino, con la otra revisaba los vinilos, ella era la encargada de la música que sonaba de fondo. Eso si lo recuerdo, la Velvet Underground. Tú y yo sentadas en el suelo frente a ella, la espalda apoyada en la pared. Una botella de vino entre tus piernas a la que de cuando en cuando le pegabas un trago. Yo fumaba y hacía un buen rato que me había pasado a la cerveza.
De repente todo se quedó en silencio, sonaban los primeros acordes de “I’ ll be your mirror” y yo tarareaba para mis adentros, bien sabes lo que desafino. Tú comenzaste a hablar con una voz pausada. Un tono distinto, lento, acompasado, profundo, oscuro, impropio de ti, no eras tú la que hablaba, la que siempre gritaba a todas horas y se comía las palabras. No comprendíamos, no entendíamos lo que decías. Mirabas hacia el suelo con la cabeza inclinada hacia las rodillas y no podías ver el asombro que se reflejaba en nuestras caras. Subiste el tono de voz, comenzaste a llorar, a dar golpes contra la pared, a relatar, a describir, a gritar... lo que nunca habías contado, lo que nadie antes había escuchado.
A Mar se le cayó la copa y durante semanas estuvieron apareciendo trocitos de cristal por el suelo, la mancha del vino sobre la moqueta nunca se borró del todo. Yo me quemé, al menos durante medio minuto anestesiada con la lumbre del cigarro sobre la mano sin percatarme del dolor. Aún conservo la cicatriz.
Estábamos demasiado borrachas, aturdidas. No sabíamos qué decir. Ni siquiera estábamos seguras de que hubiera algo que decir.
Te levantaste, cogiste tu abrigo y murmuraste un buenas noches entremezclado con un ya os llamaré mañana. No hicimos nada por detenerte y llegó mañana, pero no llamaste y cuando el lunes nos cruzamos nos evitaste.
Mar decía que había que darte tiempo y dejarte a solas. Pero yo no estuve de acuerdo...
P.D. Cada vez nos vemos menos, a pesar de las mutuas promesas: cuando vaya a Huesca te aviso y te vienes y nos vamos a perdernos en Pirineos unos días... cuando vuele a Munich lío a Memel o me subo al tren y me acerco a Erlangen y paso unos días alojada en tu casa haciendo memoria. Y tú vuelves a Huesca sí, y me llamas a los dos días de irte de regreso a casa para decirme que te has escapado unos días apenas sin tiempo y que para la próxima debemos planearlo mejor. Y yo vuelo a Munich y te envío un correo diciendo que tal vez me acerque, pero que estoy liada y que tengo tantos pendientes, y que estoy sin coche, y que me da pereza.
Probablemente iré el 15 de agosto, no pido que me vayas a recoger al aeropuerto, pero si que reserves en aquel restaurante griego de Giesing que tanto nos gustaba, al menos una noche... Tengo muchas cosas que contarte y muchas disculpas que ofrecer...
De haberlo sabido... pero no sabíamos y entonces, no sé ahora, hubiésemos preferido no saber.