Tiempo y silencio
"Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita..."
Sobre mi mesa reposaba una antología de Ángel González, todavía no se había muerto y nadie se había apropiado de su memoria, hace cuatro años de esto. Él se acercó con su sigilo habitual, su media sonrisa y un educado buenas tardes. Tomó el libro entre sus manos con una mal fingida sorpresa. No recuerdo si fue quién me contó que lo había tenido de profesor en la Universidad en sus años de estudiante a su vuelta de Alburquerque, tal vez fue el otro, el Jefe, no me imagino al insigne poeta dando clases en la Facultad de Filosofía. En todo caso habláramos de lo que habláramos seguro le escucharía atentamente, sonreiría sin parar y asentiría a cada una de sus palabras invadida por la turbación que su presencia siempre me ha infringido y de la que nunca he podido librarme pese a la aparente ausencia de motivación para ello.
El libro se abrió, como no podía ser de otra manera por "Muerte en el olvido". Ni que decir que ambos estábamos de acuerdo en que ése era nuestro preferido... ahora ya ni recuerdo por qué estoy hablando de esto. Si recuerdo en cambio su voz recitando esos últimos versos finales, pocos meses después su mujer le dejó por otro.