miércoles, mayo 09, 2012

No hemos venido al mundo a ser felices



Leo... leía. Leí, "Yo confieso", de Jaume Cabré. Alguien me lo recomienda entusiasmadamente. Hacía mucho tiempo que no oía hablar con tanta vehemencia de un libro. No le ha cambiado la vida al modo de Paulo Coelho, pero le ha descubierto, vayan ustedes a saber en base a qué, a Anne Sophie Mutter y a Karajan, que tanto le recuerda, que tanto me recordaba a mí, al otro von.

No digo que ya conozco a Jaume Cabré. No quiero romper la ilusión de su "descubrimiento". Un tipo, reitera sin tregua, que merece todo el reconocimiento del mundo; el que no tiene a cambio de que otros sí lo posean. Los Ruiz Zafón, los Vila Matas, los Rivas y hasta el joven Marías.

Yo había leído "Las voces del Pamano" hacía tiempo, tal vez dos años atrás. Unas Navidades cualquiera en familia cuando el que más o el que menos había incluido en su equipaje no menos de dos libros, tal vez para tener excusa para ausentarse de las largas sobremesas con el cuñado divagando sobre música escandinava contemporánea (me acordé de él esta mañana leyendo en el periódico que Arvo Pärt es posible, no sé si probable, candidato a los premios Príncipe).

Me lo encontré reposando sobre el brazo de una butaca. Iba a sentarme y lo aparté sin fijarme demasiado en el título, "Die Stimmen des Flusses"; aunque me llamó la atención el autor, un nombre catalán. Así que comencé a hojearlo y acabé leyéndolo quedándome con la duda, a la manera de Joan Sebastian, o con la curiosidad o la intriga, por su éxito y reconocimiento en Alemania. De hecho la publicación de su siguiente novela, “Yo confieso”, fue un auténtico fenómeno editorial y mientras aquí se vivía entre mayor o menor indiferencia allá se formaban grandes colas en las librerías y hasta se organizaron sesiones de lectura a cargo de actores consagrados. Puede que al público alemán le conmuevan tanto las españolas novelas guerracivilistas como a mí las que versan sobre la Gran Guerra sean de la nacionalidad que sean.

Debo confesar que no me gustó demasiado. Tal vez poco, nada. Un autor español más que salda su deuda de escribir sobre la guerra civil, supongo. Me divirtió al principio y me aburrió al final. No despertó en mí la curiosidad por seguir leyendo a Cabré y acabé meciéndome “En el nombre del viento” de Patrick Rothfuss. Novela que se suponía debía de subyugar a una pertinaz seguidora de “Canción de hielo y fuego” como, yo pero que acabó aburriéndome aún más que la anterior.

Con “Yo confieso” me ocurrió algo parecido a con “Las voces del Pamano”.  Me gustó al principio. La otra simplemente me había divertido las primeras doscientas páginas. Me enterneció, y mucho, el pequeño Adrià Ardèvol con su jersey de canalé color Burdeos, el que quería aprender alemán y hablar arameo. Me gustó la Trullols y la señorita Cecilia a la que imaginaba en sus años mozos como una Verónica Lake venida a menos. El valeroso y astuto jefe arapaho Águila Negra y el sheriff Carson, la Universidad Gregoriana y Túbingen me trajeron ecos de otras vidas, aunque fueran mías.

Pero Adrià Ardèvol crece y conoce a Sara Voltes.Epstein en París, y Bernat Plensa se casa con Tecla (qué nombre tan absurdo para una pianista)  y Lola Xica deja de serlo. Y yo comienzo a odiar al ya no tan pequeño Adrià que ya no usa jerseys de canalé color burdeos, que es un violinista mediocre y un coleccionista obsesivo. Tengo que llegar a la página 757 para darme cuenta de que no puedo disfrutar de la que sin duda es una gran novela porque hace un puñado de cientos de páginas en las que no se habla de Adrià Ardévol i Bosch, se habla de ti.

No me había dado cuenta hasta ahora y tenía que decírtelo.


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