No hemos venido al mundo a ser felices
Leo... leía. Leí, "Yo confieso", de Jaume Cabré.
Alguien me lo recomienda entusiasmadamente. Hacía mucho tiempo que no oía
hablar con tanta vehemencia de un libro. No le ha cambiado la vida al modo de
Paulo Coelho, pero le ha descubierto, vayan ustedes a saber en base a qué, a
Anne Sophie Mutter y a Karajan, que tanto le recuerda, que tanto me recordaba a
mí, al otro von.
No digo que ya conozco a Jaume Cabré. No quiero romper la
ilusión de su "descubrimiento". Un tipo, reitera sin tregua, que
merece todo el reconocimiento del mundo; el que no tiene a cambio de que otros
sí lo posean. Los Ruiz Zafón, los Vila Matas, los Rivas y hasta el joven
Marías.
Yo había leído "Las voces del Pamano" hacía
tiempo, tal vez dos años atrás. Unas Navidades cualquiera en familia cuando el
que más o el que menos había incluido en su equipaje no menos de dos libros,
tal vez para tener excusa para ausentarse de las largas sobremesas con el
cuñado divagando sobre música escandinava contemporánea (me acordé de él esta
mañana leyendo en el periódico que Arvo Pärt es posible, no sé si probable,
candidato a los premios Príncipe).
Me lo encontré reposando sobre el brazo de una butaca. Iba a
sentarme y lo aparté sin fijarme demasiado en el título, "Die Stimmen des
Flusses"; aunque me llamó la atención el autor, un nombre catalán. Así que
comencé a hojearlo y acabé leyéndolo quedándome con la duda, a la manera de
Joan Sebastian, o con la curiosidad o la intriga, por su éxito y reconocimiento
en Alemania. De hecho la publicación de su siguiente novela, “Yo confieso”, fue
un auténtico fenómeno editorial y mientras aquí se vivía entre mayor o menor
indiferencia allá se formaban grandes colas en las librerías y hasta se
organizaron sesiones de lectura a cargo de actores consagrados. Puede que al
público alemán le conmuevan tanto las españolas novelas guerracivilistas como a
mí las que versan sobre la Gran Guerra sean de la nacionalidad que sean.
Debo confesar que no me gustó demasiado. Tal vez poco, nada.
Un autor español más que salda su deuda de escribir sobre la guerra civil,
supongo. Me divirtió al principio y me aburrió al final. No despertó en mí la
curiosidad por seguir leyendo a Cabré y acabé meciéndome “En el nombre del
viento” de Patrick Rothfuss. Novela que se suponía debía de subyugar a una
pertinaz seguidora de “Canción de hielo y fuego” como, yo pero que acabó
aburriéndome aún más que la anterior.
Con “Yo confieso” me ocurrió algo parecido a con “Las voces
del Pamano”. Me gustó al principio. La otra simplemente me había divertido las primeras doscientas páginas. Me enterneció, y mucho, el pequeño Adrià Ardèvol
con su jersey de canalé color Burdeos, el que quería aprender alemán y hablar
arameo. Me gustó la Trullols y la señorita Cecilia a la que imaginaba en sus
años mozos como una Verónica Lake venida a menos. El valeroso y astuto jefe
arapaho Águila Negra y el sheriff Carson, la Universidad Gregoriana y Túbingen
me trajeron ecos de otras vidas, aunque fueran mías.
Pero Adrià Ardèvol crece y conoce a Sara Voltes.Epstein en
París, y Bernat Plensa se casa con Tecla (qué nombre tan absurdo para una
pianista) y Lola Xica deja de serlo. Y
yo comienzo a odiar al ya no tan pequeño Adrià que ya no usa jerseys de canalé
color burdeos, que es un violinista mediocre y un coleccionista obsesivo. Tengo
que llegar a la página 757 para darme cuenta de que no puedo disfrutar de la
que sin duda es una gran novela porque hace un puñado de cientos de páginas en
las que no se habla de Adrià Ardévol i Bosch, se habla de ti.
No me había dado cuenta hasta ahora y tenía que decírtelo.