lunes, agosto 13, 2007

De ratones y hombres (III)

Comienza a contarme que desde hace meses ya no sale con otras mujeres y que esta historia va en serio. Le interrumpo y le pregunto desde hace cuántos meses,  porque no puedo creerme que tenga “novia” desde hace tanto tiempo y no me lo haya contado. Y no, no me creo que sea porque le daba vergüenza hablar de ello dado que la conoció a través del portal cibernético ése de citas que anuncian en TV como el nº 1 para encontrar pareja... según me voy enterando a medida que avanza la historia.


No, la vergüenza no se debe a eso. Tampoco a que desde !!!febrero¡¡¡ no haya sido capaz de decirme nada del asunto a mí, su mejor amiga, o eso creía hasta ese momento... La pregunta inevitable, obivo, es saber si le ha hablado de mí, su mejor amiga (reitero).


-“Sí, bueno, claro, sabe que existes y que de cuando en cuando nos vemos, pero no le gusta demasiado. Es un poco celosa.”


Me quedo más tranquila... ya entiendo por qué no nos ha presentado. Claro, si la chiquilla (tiene sólo !!!21¡¡¡ años) me conoce, correría el riesgo de sufrir tremendo ataque de celos ante semejante “mejor amiga”, a saber, tan sexy, guapa, inteligente y divertida. No sé si le tranquilizaría saber que a mí no me van los rubios y que Jens y yo ya estamos a estas alturas por encima de todo eso. 


De pronto comienzo a entender. Todo empezó aquella mañana en la que fingió una gripe para no ir a trabajar y se quedó en casa perdiendo el tiempo, entre otras cosas en internet, y cuando sin querer llegó hasta esa página de contactos y comenzó a fisgonear entre fotos y perfiles de chicas de su ciudad hasta encontrarse con la foto de la innombrable Camelia (la texana).


A día de hoy desconozco los mecanismos mentales que le llevaron a consultarme a mí en calidad de fisonomista, pero una vez yo le confirmé sus sospechas, sí, era ella, su cabeza entró en ebullición. Me pregunta qué creo yo que puede estar haciendo la Camelia en ese sitio, recordándome por si lo había olvidado que tenía novio, el otro, y que de eso no cabía duda.


-"Pues no sé, chico, tal vez no le vayan bien las cosas, o sea un divertimento o busque amigos o un polvo, yo qué sé. No soy la persona más indicada para intentar comprender los actos e ideas de Camelia. Nunca fuimos grandes amigas y apenas hubo confidencias entre nosotras. Ya sabes que no nos llevábamos precisamente bien. Teníamos ambas (buenos) motivos."


Le deja a él por el otro (lo que no cuenta Jens es que llegó a él dejando a otro tipo), y estando con ese otro, se anuncia en internet en busca de morenos entre 26 y 32.


Con esa idea que a mí pronto se me olvida, pues regreso a la discusión con Jesucristo Superstar, dimos por concluida la conversación “mensaggeriana” y al menos por mi parte le di carpetazo a la historia.


Jens cerró el Messenger y decidió pensar. La idea de que Camelia no fuera feliz con el otro le carcomía y pensó que tal vez la posibilidad de reconquistarla estuviera ahí en una pantalla de ordenador y en ese portal, el nº 1 y bla bla bla… así que ni corto ni perezoso se montó un perfil semifalso con más mentiras que verdades para tratar de adaptarse a la supuesta búsqueda de Camelia.


Aquí hay un salto al vacío en la historia que me cuenta Jens... además Finito ha entrado a matar y los abucheos son ensordecedores. Pitos, gritos de “vete pa casa mocín”, “arrímate más, ho”, “vete a vender exclusivas en el Hola”, “nun vales pa ná” y un largo etc. Cortó una oreja pese a todo (y eso creo que es bueno) aunque por el tendido se decía que no se la merecía. Y comenzó a llover.

Cuando Jens vuelve a la historia se salta varios meses de los que no merece la pena añadir detalles. Obviamente el acercamiento a Camelia fue inútil pero no así a un buen número de féminas. Y entonces apareció, llamémosla Nora… y lo que sigue es muy vulgar y manido y no lo contaré aquí. Chico encuentra chica y aún siguen en esa fase.


Llega el quinto de la tarde y la genial propuesta de Jens de que debería hacer lo mismo.


-“ ¿Qué es lo mismo que debería hacer mi querido holandés errante?”.


-“Poner un anuncio en ese portal nº 1 para buscarte un novio decente y dejar a esos “babayos” con los que te acuestas, porque supongo que no haces otra cosa con ellos”.


-“Una gran idea, querido, gran idea. Pero de poner un anuncio en busca de algo o de alguien no sería en busca de novio sino de algún tipo aparente dispuesto a pagar conmigo a medias una hipoteca, que me temo va a acabar siendo la única posibilidad para agenciarse una casa.”


Jens se ríe y me replica que habla en serio, yo le contesto que yo también lo hago y que tal vez no sea mala idea intentarlo. Así que cuando llego a casa esa noche me dispongo a abrirme un perfil en ese portal nº 1 en la búsqueda y supongo que encuentro de parejas.


Me senté frente al ordenador, busqué la página y me dispuse a hacerlo. Pero un ataque de cordura de escasos dos segundos de duración me lo impidió y me dedique a otros menesteres más provechosos y placenteros.


Al día siguiente, el domingo, tenía previsto ir a la playa. O mejor dicho y de ser sincera, había quedado con unos amigos, en el caso de que hiciera buen tiempo, cosa harto improbable según las previsiones meteorológicas y precisamente en base a esas predicciones había aceptado su invitación con el convencimiento de que al final no iría.


Son una pareja encantadora, mis amigos, digo. Pero tienen un pequeño gran defecto. Un hijo. Y no me entiendan mal, a mí me encantan los niños, los adoro. Pero éste queda bastante lejos de ser precisamente eso, un niño. Es un pequeño monstruito consentido, maleducado, avaricioso y tirano, y bien sé que una criatura de ocho años no es precisamente la responsable de su educación. Pero tras varias experiencias algunas de ellas playeras con ese reyezuelo de escasa estatura se me han quitado las ganas de encontrarme con ellos si hay niño por el medio. No es francamente agradable tener que pasearse con un crío que va rompiendo y dando patadas a todos los castillos de arena que a su paso han construido sus congéneres o cuya mayor diversión es cargar con todos los utensilios playeros de estos últimos, negándose rotundamente a devolverlos bajo la mirada reprobadora de sus padres, a la que le sigue un alzamiento de hombros a modo de disculpa. Una no sabe si hacerse un agujero en la arena y meterse en él cuando el niño celebra sus gamberradas con un grito que se oye en toda la playa de “mira lo que hago, tía” (que yo no soy tu tía, carajo, que ya tengo sobrinos y bien educados por cierto) y lo que hace es tirar cubos llenos de arena y agua en los bañistas que toman el sol. Es decir, que fue un alivio que amaneciera nublado y “orbayando”. Llamada de disculpa, ya nos veremos otro día… La cordura que me había invadido la madrugada anterior se disipó y me dispuse seriamente a buscar a mi media naranja vía internet (y bien sé que somos o deberíamos ser naranjas completas).

Bueno, mi media naranja según Jens y un tipo aparente con el que compartir hipoteca, según yo.

De ratones y hombres (II)

Jens y yo nos vemos poco últimamente, así que aprovechamos la comida, la posterior fase de embriaguez y parte de la corrida, para hacer eso que algunos llaman ponerse al día.

Lo cierto es que yo me siento terriblemente culpable por vernos tan poco, llevo unos meses bastante liada, apenas salgo, comienzo a padecer principios de agorafobia y reniego sistemáticamente de todos los planes que me ofrecen si no se me permite ir con mis leyes y apuntes debajo del brazo. También sé que él tiene problemas laborales que le traen por la calle de la amargura y que una parte de su vida social está irrenunciablemente destinada a sus muchas novias. Así que cuando no soy yo, es él el que tiene algún compromiso irrenunciable y apenas nos vemos en un café apurado y con prisas a la salida de su trabajo o del mío.

Nuestra conversación pasa inevitablemente por el plano sentimental. Sé que entre esas muchas novias hay alguien especial desde hace cierto tiempo, pues se le escapa su nombre de pila en ocasiones y eso no es habitual en él. Como tampoco es frecuente que reincida con la misma chica tras un par de semanas. Pero al margen de su nombre, poco más se le ha escapado en estos últimos meses, así que me sorprende con un “quiero hablarte de ella pero me da vergüenza”. Conociendo mínimamente a este holandés de 190 cm cuesta creer que haya algo que le avergüence, suele hacer de su capa un sayo y que nadie se de por aludido. Mi cara de incredulidad lo decía todo.

-“¿Recuerdas aquella vez que vimos una foto de Camelia (la texana) en un portal de esos de búsqueda de parejas?” Me pregunta.

Sí, recuerdo. Me llama una mañana al trabajo diciéndome que por favor, si es posible, me enchufe al Messenger, que tiene algo importantísimo que mostrarme. En ese momento estoy en plena discusión con Jesucristo Superstar por un quítame allá ese destornillador (algún día tendré que hablar de él, especialmente ahora que se nos va a ir) y no estoy para zarandajas de ese tipo. Pese a todo Jens es Jens y enciendo el messenger y espero a que me muestre eso tan importante. Resulta ser una foto de una chica parapetada tras unas gafas de sol ridículas, redondeadas a lo Lennon.

-“¿La conoces?, ¿Te recuerda a alguien?”.

No soy especialmente buena fisonomista, pero yo diría que esa es la innombrable, Camelia “la texana”, su ex. La ex de todas sus ex. Que lo dejó por otro, aunque se supone que esto Jens no tiene que saberlo, pero lo sabe. Que para eso es cinéfilo irredento y admirador hasta el tuétano de Sam “Bogart” Spade y sus ademanes detectivescos.

Hay que aclarar que Camelia, ni se llama Camelia ni es texana, y acá entre nos, me jugaría el pellejo a que ni siquiera sabe dónde está Texas. El nombre fue cosa de Jens, en honor a la protagonista de Contrabando y traición, el narcocorrido de Los tigres, donde la tipa se fuga con el dinero y la droga, no hay que olvidar que la traición y el contrabando son cosas incompartidas. Yo intuyo que también tiene algo que ver eso de los siete balazos con algo de índole erótico-festiva, pero como tanto Jens como yo somos de natural discreto, ni él cuenta ni yo pregunto.

De ratones y hombres (I)

Me “mensajea”, Jens (mi cultamigo), semanas atrás: "¿Hacen unos toros?" Jens es un holandés políglota afincado en España desde hace cierto tiempo, y a veces, me temo, aún se confunde con las palabras. Porque, qué quiere decir con eso de “hacen unos toros”.

Lo que quería decir, aclaración tras un par de mensajes y una llamada, es si quería ir a los toros. La respuesta es no, y la verdad es que tampoco le imagino a él en la plaza, así se lo hago saber y él me lanza un rollo macabeo que pasa de puntillas por la antropología y acaba en Cayetano Rivera Ordóñez, hijo de los difuntos Paquirri y Carmina "sois unos desahogaos" Ordóñez.

Más tarde me enteraré de ser la única persona a la que ha convencido. Claro está que yo no puedo fallarle y que paga él las entradas en tendido de sombra, que yo no sé qué es, pero que cuestan un riñón. Sólo pongo una condición, en realidad dos. La primera que tiene que invitarme a comer antes y a emborracharme después, que yo sobria no asisto ni a rastras a ese supuesto espectáculo, y la segunda, tras consultar el cartel, que vayamos el domingo 12 de agosto, que torea el ya mencionado Cayetano. Meses atrás le ví en unas fotos que publicó la revista dominical de El País y sólo pude decir: eso es un hombre y yo quiero verle (ir a los toros era mejor alternativa que asaltar la puerta del hotel cual groupie enloquecida, que una no tiene quince años, ni ganas).

Y fuimos a los toros, pero no el domingo, que ya no quedaban entradas. El furor por ver a Cayetano Rivera Ordóñez debía haberse extendido por toda la ciudad y sé que más de una tras gastarse una cantidad ingente de dinero se subió por las paredes cuando supo que no toreaba por estar convaleciente de una cogida y tenía que ser sustituido por otro torero de desconocido nombre.

De la terna de toreros que a nosotros nos tocaron sólo conocía a Finito de Córdoba, y por las revistas del colorín, de los otros dos no recuerdo ni el nombre. Sólo puedo decir que uno de ellos, de los dos que no recuerdo, salió a hombros. Y eso debe querer decir que lo hizo bien. Pero no voy a hablar de toros y mucho menos de toreros, y aunque no me gustan los toros porque me gustan los toros, no negaré que me divertí con el respetable. Había un tipo cerca de nosotros entrado en años y en carnes con un enorme farias en la boca cuyos improperios, insultos y lindezas varias dedicados a Finito, con la venia del tendido, eran antológicos. Como no menos antológica fueron la lluvia de almohadillas, los pitos y los pañuelos blancos; tan blancos como la mini-minifalda de la mujer de Rafi Camino (ex torero y empresario taurino) que nunca debió escuchar a Manolo Escobar cantar eso de “Cuando vayas a los toros no te pongas minifalda”.

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