By(e) the way
Hace muchas lunas, cuando aún vivía en las tardes de verano, sentados al sol, perdíamos el tiempo de la mejor forma que conocíamos... juntos. Y hablábamos recorriendo las rutas que un no tan lejano dia subidos a una Harley hollaríamos, prometiéndonos inciertas querencias, dibujando los mapas de un futuro que ambos sabíamos no sería en común. La tela de araña que tejíamos no estaba destinada a atraparnos a nosotros.
Decía Carrie "Sex and the city" Bradshaw (y mucho antes que ella lo dije yo) que en el mundo había dos tipos de mujeres, las mujeres de pelo liso, y las mujeres de pelo rizado. Las primeras eran las que acababan por ser felices con tipos como Hubbel (Robert Redford en 'The way we were'-Tal como éramos). Él sólo quería ser feliz y encontrar a alguien que se sentase a su lado a ver 'Friends' y se ríese de los mismos chistes. Y yo, en fin, yo era (soy) una chica de pelo rizado.
Se me ocurrió entonces, a mí, enemiga a muerte de etiquetas y valores, siempre contradiciéndome, una nueva clasificación. Las personas a las que les gusta 'Friends' y quién dice 'Friends' dice 'Seinfeld' o 'Frasier'; y las personas a las que les gustan 'Six feet under', 'Deadwood' o 'The wire'. Por poner unos ejemplos tontos y probablemente no válidos, que en el mundo mundial ha habido y habrá telespectadores que disfruten de todo a la vez. Pero yo no.
No, a mí no. A mí no me gustan las comedias de situación de media hora de duración y con risas enlatadas; por grandioso que fuera el psiquiatra Frasier, corrosivo el humorista Seinfeld o delirante la entrañable Phoebe. Él negaba con la cabeza, diciendo que yo era demasiado inteligente para preferir los culebrones mexicanos, no tanto los venezolanos, tiempo atrás confesé mi vergonzosa adicción en este mismo lugar; a las ilustres divagaciones de Chandler. Pero ni modo, me dejaban fría. Y no sería por no intentarlo, allá donde iba encendía la tele y siempre aparecían Rachel y Ross tirándose los trastos. Tendría que haber una motivación oculta, una traición de mi subconsciente. ¿Por qué yo no era como los demás veinteañeros? ¿Por qué yo no era como los demás pseudointelectuales que se postraban ante Frasier y familia?
Lo intenté, juro que lo intenté. Vaya si lo intenté. Pero siempre se me cruzaba Lorelai Gilmore o me perdía en el ala oeste. Me disperso fácilmente, lo admito y lo intenté, casi tanto como intenté quererle a él. Pero sólo conseguí quererme a mí cuando estaba a su lado. Llegué a admirar a la mujer que yo era cuando él estaba aquí. Más fuerte, más serena, más valiente. Pero eso nunca fue suficiente.
Él me mira muy serio y me dice... ¿por qué eres tan triste?... y a mí sólo se me ocurre pensar que eso ya lo cantaba Enrique Urquijo, y que hay mucha gente que no soporta a Los Secretos (yo tampoco desde su muerte). Aunque esté Quique González, para remediarlo, en parte. Y él vuelve a mirarme, e insiste... como si yo nunca riese, que bueno, sí, río poco (que salen arrugas), pero le sonrío todos los días al espejo.
A lo mejor es sólo un disfraz. El de una chica triste y solitaria (ahora que no está Antonio Vega para disputarme el trono), que prefiere las penas ajenas para no tener que enfrentarse a las propias.
O tal vez por primera vez en mi vida he sido más rápido que ellas...
P.D.1 Clara Bow