Sé que entre izquierda y derecha siempre opto por la izquierda. Que si he de elegir, me quedo con el número impar, con el camino largo y tortuoso que te adentra en el bosque (con elevado riesgo de no encontrar la salida, dada mi nula capacidad de orientación) y no la senda que me conduzca a la cumbre donde aún brilla el sol. Que cruzo por los pasos de cebra aunque eso me suponga doblar tres esquinas y espero a que el semáforo se pongo en rojo derrochando los minutos (yo, que siempre llego tarde). Que prefiero la sal en las heridas y el café sin azúcar. Las guitarras desnudas a los sonidos efervescentes. El verde que emborracha al sol, el día a la noche. El humo para esconderme, la lluvia para camuflarme y las palabras para defenderme.
Sé que me gusta la luz, pero siento irremediablemente atraída por la oscuridad. Sé que quiero la alegría, pero me dejo llevar por las tristezas (las ajenas). Sé que me están tendiendo una mano para salir de las tinieblas. Y sé que yo estoy mirando hacia otra esquina, sin futuro, sin abrazos... Y te sigo.