lunes, octubre 13, 2008

Cuando el destino nos alcance


"I listen to the radio

Not music but the talk shows

I watch a lot of PBS and BBC

I don't want to meet the press

I'm scared, I'm scared of what I see

The only thing I recognize

Is the pain in my side

And the hunger that I feel

Is the only thing that is real"


I wish I were de Martha Wainwright




Siempre he creído, puede que equivocadamente, que eras tremendamente inteligente, maduro, íntegro y decente. Que seas orgulloso, como pocos, vamos a dejarlo al margen, puede que también me equivoque en eso. Que yo no soy nada de eso creo que hace tiempo te quedó claro, y es que ni siquiera el orgullo me puede tan acostumbrada como estoy a caerme y levantarme, a equivocarme y a rectificar, a perder y tener que volver a empezar. Nos parecemos, aunque afortunadamente para mí, yo soy mucho más simple y mis armarios están libres de fantasmas. Es lo bueno de haber hecho tantas mudanzas, una acaba quedándose tan sólo con aquello que entra en un par de maletas.

Supongo que en parte eso es lo que me gusta de ti. Esa aparente sensatez con la que te enfrentas a todo, que en realidad no es tal, tan sólo una cortina de humo y un modo de marcar distancias. Al final la sensata resulto ser yo pese a mi incontinencia verbal y ése decir lo que pienso sin pensar lo que digo que siempre me acaba pasando factura y pese a esos silencios ante los que finges, increiblemente mal, desconcierto.

Dicen que lo que no te mata, te hace más fuerte, y puede que al contrario de lo que dice esa premisa, lo que un día puede atraerte de una persona puede volverse en su contra.

Demasiado aferrada a los melodramas y aunque ambos hemos visto demasiadas películas decidiste obviar, unilateralmente, que aquél era el momento perfecto para montar una escena. Debo confesar que eso me defraudó, pese a todo lo bueno que diga de ti y lo poco a favor que diga de mí. Hay momentos para dejar las buenas formas a un lado y los principios de caballero andante.

Una vez te conté la historia del innombrable noruego cuando un buen día le di con la puerta en las narices y me largué escaleras abajo, nada de esperar al ascensor, no tenía derecho a réplica... "Hasta nunca, no te digo hasta luego porque no tengo la más mínima intención de volver a verte"... No tuve tanta suerte, un par de semanas después me lo encontré frente a frente en un tugurio de Cimadevilla. Venía hacia mí con sus ojos azules inyectados en sangre, blandiendo amenazante su vaso de Jack Daniel's y soltando una retahíla inteligible de lo que creí entender que eran insultos y algún que otro reproche. Me enternecí por momentos, y es que era tan guapo, me habría equivocado... La incertidumbre se mantuvo durante escasos cinco segundos, tiempo suficiente para recordar la lista de agravios, aún vigentes, que me habían llevado a la determinación de dejarle plantado aquella mañana. Me di la vuelta y le dejé allí gritando. No volví a verle más y excepto por un par de sms a destiempo y a altas fiebres de la madrugada días después, no le contesté, nunca volví a saber nada de él.

El odio, y no la fe, es el que a veces mueve montañas.

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