Recuerdo cuando me presentó a aquella, su última novia. Una polaca de nombre Angelika (o algo parecido), de piernas y melena rubia interminable e impecable; casi tanto como su acento.
Puedes llamarme Angie, me dijo mientras tendía su mano de perfecta manicura francesa y yo pensaba que era exactamente igual a las anteriores. Tal vez unos cm. más alta que Roxana, también polaca; o tal vez más rubia que Natalia, que si la memoria no me falla era rusa. Tan diferente, en cambio, de Carmen, la única morena de su interminable listado de conquistas; la única que yo encontré aceptable. Era búlgara, pese a lo que su nombre pudiese indicar. Se llamaba igual que su abuela o bisabuela, no recuerdo; comunista española exiliada durante o tras nuestra guerra en Sofia. La culpable de que yo sienta, aún sin conocerlo, una gran pasión por ese pequeño y olvidado país.
Recuerdo una noche, cuando a mí aún me gustaban las noches. Las últimas en abandonar la fiesta. Tal vez por no tener a donde ir, tal vez por no tener a nadie a quien esperar. La nieve cubre las calles adoquinadas y Angie mira con desesperación sus tacones de aguja a causa de mi propuesta de regresar caminando a casa. N. que me conoce mejor que yo misma y ha entendido a la perfección mi deseo de pasear la envía en un taxi y me acompaña en dirección al Pegnitz. Ambas conocemos perfectamente el camino que debemos seguir, el desvío hacia la helada orilla del río hasta llegar a la plaza sumida entre la niebla y las sombras, apenas iluminada por las farolas. Calle arriba se vislumbra el balcón del primer piso, las persianas bajadas y el más absoluto de los silencios.
Ahora está en Georgetown, da clases o algo así, murmura. Yo no contesto, sólo pienso en aquel verano en el que estuve en Washington. Me dediqué durante dos días a fotografiar las calles, casas, aceras y plazas de Georgetown.
Era un tipo que merecía la pena... Y eso, viniendo de quien viene, es más que un halago. Para ella todos los hombres son iguales, son lo mismo, escoria sin posibilidad de redención...
De haberlo sabido... Ahora soy yo la que murmuro. Hombres así, que forman parte de mi pasado, son los que me gustaría que formasen parte de mi futuro.
Le hubiera gustado saber, le hubiera gustado conocer lo que entonces aún era futuro.
Y es que soy muy mía y a la vez muy del cosmos, muy de las tinajas y de los moldes de galleta, de las vainas y los pomos cromados, de la cola y el carril más lento, de embalsamadores y taxidermistas, del rincón del aburrido; soy muy de los desprendidos de la crítica, fiestas provocadas y tijeretazo en casa, del orden cosas y cosas por vicio. Soy muy de todo esto y de aún más cosas. Sólo espero que alguien me reclame... sería muy violento tener que hacerlo yo misma...
Deja tus paranoias o tus deseos, gritos al aire, diarios, confesiones, declaraciones de amor o de guerra, o simplemente tu firma, tu mensaje, tus besos, saludos o consejo, bromas o entusiasmo, reminiscencias o cañones recortados, y ya descubriremos si tenemos algo de lo que hablar...
Ser ese pincel aguado por la lluvia que esboza en cada bocanada una bahía, dos volcanes y diez maneras de decir lo que deseas. Una bandada de gaviotas. La ginebra. Las noches sin futuro. Una colección de lunas llenas. Las verbenas de barrio. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Arrastrando la cobija. Tristezas a la carta por alegrías. Billie Holliday rasgando la noche. Una visita imprevista y deslenguada. Los calvos que se quitan el sombrero. Las noches "nuremberianas" al calor del Eulenspiegel repletas de ron, humo y conversaciones. Aquella voz, aquel acento."Mis" poetas: Á. González, Huidobro o Cernuda. La lluvia que parió charcos y barro. Viajar en tranvía. Volar cometas. Un par de botas sucias. El canto del urogallo. Alain Delon en "Rocco y sus hermanos". Caminar sobre hojas secas. Las tímidas que salen respondonas. Aviones que despegan. Las rosas amarillas, los lirios, las violetas. Las raras excepciones. ARJONA (con mayúsculas). Medianoche en una estación de tren. La honestidad brutal de Calamaro. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Aquella buhardilla en la Peissenbergstr. Silvana Mangano en "Arroz amargo". Pisar charcos. El 14 (y la lluvia) de abril. Mi chupa de cuero. La Coca-Cola (nadie es perfecto). Besos con risas. Silvio y Ojalá como coartada. Lengua con besos. El castellano de Umbral. Esencia de playa y sal de un lugar donde habitaban las gaviotas. Pisar charcos. Un vestido y un amor. Salitre 48. EL hombre del piano. Luka, el niño del 2º piso. Compay y Celia, el son y la salsa de luto. La primera mirada por la ventana al despertarse. Las noches que sonríen en forma de luna. Estoy Bartok de todo. El olor a tiempo desgastado. Simon & Garfunkel. Waits & Cohen. Los trenes que viajan hacia el este. Rosas a Rosalía. En Lisboa, sobre lo mar. El cambio de estaciones. Dylan y su hijo Jakob. Un amanecer en la playa del Silencio. El piano ha estado bebiendo. Puentes que se cruzan en ambos sentidos. El Urriellu. Una Delirium Tremens. Las carreteras secundarias. Un otoño de párpados caídos. Los domingos al sol en el Englischer Garten. Camarón sin camisa. Frambuesas en la tarta. Las sesiones de madrugada. Las montañas mágicas de esta tierra que plantó mi corazón recibiendo el regalo de la lluvia. Chavela por Jose Alfredo. Los labios que aprovechan los rincones más olvidados, más olvidables. Veloso y su fina estampa. El miedo, el futuro incierto, el camino, la búsqueda. Je vous ai apporté des bonbons parce que les fleurs c'est périssable. Los que pudieron ser y no han querido... Dream, baby dream.