lunes, noviembre 07, 2011

Don't let us get stupid...





A mí es muy fácil engañarme. Si alguien se lo propusiera, digo... que no creo que nadie pierda parte de su tiempo contándome milongas paraguayas. Pero de hacerlo, de tener la intención, la necesidad o la querencia, les resultaría insultantemente fácil porque yo me creo todo lo que me cuentan a la manera de mi sobrina de apenas tres años cuando se aburre en el coche y se cansa y decide reclamar su cuota de atención y se pone a lloriquear. Su hermana de casi cinco, para distraerla, le dice que mire por la ventana, que hay un burro volando... ella deja de gimotear, estira el cuello y pega la nariz al cristal con la obstinación en su gesto. Si su hermana mayor le dice que los équidos vuelan, ella no será quién lo ponga en duda.

Me sucede un poco lo mismo. No importa si eres el amigo más fiel, mi amienemiga favorita, el cuñado que no es familia, el mejor de los amantes, la vecina del sexto que siempre riega sus plantas cuando yo acabo de limpiar los cristales, el ilustre desconocido con el que me cruzo en los semáforos o el más enconado enemigo. Tú cuentas y yo te creo y no dudo ni discuto lo contado. Puede que no le de importancia, ubicación o interés. Puede que te tenga en tan alta estima que ni se me ocurra que faltes a la verdad. Puede que allá tú, que la vida son dos días y la imaginación es libre, que ya otros levantaron los adoquines.

Puedes por tanto revolver la verdad, agitarla a la manera de la pequeña Violeta; ella que dice que las verdades siempre sobran y a mí el tiempo nunca me falta... yo la escucharé impertérrita y asentiré cuando proceda.

Sí, es fácil mentirme, y las más de las veces ni siquiera sé que me mienten. Porque aceptar una mentira como verdad no siempre implica aceptar una verdad como mentira; aceptar que el que cuenta no fabula, no imagina, no inventa... porque yo acepto, pero no entiendo. Y no entiendo la cobardía, que es la madre de todas las mentiras.




[Y aún no he decidido qué habrá de sonar aquí]




P.D. Peggy Dow






[Para los suspicaces, siempre al acecho, que haberlos haylos. 
No, ésta no es la crónica de una mentira..
.
O tal vez sí... 
Ayer, un gesto cotidiano, sin nombre y apellidos, sin importancia,
 me llevó a otro gesto de hace mucho tiempo atrás, más de un año sin duda;
 con iniciales, vocales y consonantes;
en otra vida; en otra ciudad, siempre de paso.
Y volví a recordar la inutilidad de la mentira, de mentirme a mí, que todo me lo creo... 
incluso cuando yo no me importa].








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