jueves, enero 22, 2009

This land is your land


Cuando pienso tierra escribo azul,

cielos navegables, torres de piedra

qu'apuntan hacia'l norte.

Suaños verdes d'alcacer, pan

abrasándose nas eras.


Cuando digo presente veo bocas

coronadas d'espinas,

homes que persiguen paraísos de plesiglás,

corazones que bombian millones por minutu,

miedu. Miedu que berra en bidones d'aceite.

Días ensarriaos, nueites blancas,

ya un didu que borra la hestoria de los l.l.ibros.


El pasáu ya un cristal qu'escacha

nos güeyos d'una nena de tres anos

perdida

nel sagráu camín d'Idarga.


Taresa Lorences


My way


Supongo que merecerás muchas respuestas, sí, todas esas a las que no me he tomado la molestia de tener en cuenta... por cierto, no soy Cáncer, igual que no soy la brown eyed girl que tú imaginas, puede que ni siquiera sea una chica, al fin y al cabo no me conoces, sólo me intuyes. Has leído esto, lo que aquí escribo y tal vez supongas, pero puede que todo sea mentira, que Daeddalus no exista, que no haya reflejo al otro lado del espejo.


De un pasado perdido


Parada delante de un escaparate de la Theatinerstr. admirando ropa que no podría pagarme y que de poder hacerlo probablemente nunca me (compraría) pondría (sería distinto si hablásemos de zapatos o bolsos, probablemente me los compraría aunque no pudiera pagármelos). Al girar y retomar mi camino en busca del siquiente tropiezo con un hombre agachado atándose un zapato o al menos eso deduzco por sus gestos.

No le reconozco en un principio mientras murmuro una disculpa que acaba siendo recíproca pero percibo cierto brillo en sus ojos, inusual en la mirada de un desconocido. De pronto me veo envuelta en un abrazo, una mano tendida con saludos ininteligibles y es Georg S., sin barba, con unos cuantos años de más (al igual que yo), pero que a él parecen pesarle más, la diferencia de edad cuenta, imagino.

Hace una cerveza y mientras apenas yo apuro mi Radler él ya se ha ventilado cuatro Weizen. Recuerdo que cuando le conocí, yo era aún adolescente, me fascinaba la capacidad que tenía para beberse una cerveza tras otra y seguir manteniéndose en pie y con una conversación coherente (algo tan propiamente bávaro y lo sé, un absurdo tan grande como decir que los asturianos somos consumidores natos de sidra, cuando por ejemplo a mí no me gusta). Pronto comprendí que aquello no era precisamente una virtud digna de ser emulada, pero ésa es otra historia. Y además no es de él de quién quiero hablar.

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