jueves, noviembre 10, 2011

Pa'puras vergüenzas




Decía, cantaba, el cansautor Ismael Serrano hace cierto tiempo “... como todas las historias de amor, al menos las más bellas, la nuestra por supuesto también acabó en tragedia”. Y es que es tópico extendido y aceptado que las grandes historias de amor deben de ser trágicas. Aunque a mí sinceramente me parezca una bobería. Siempre he considerado que eso del amor era algo hermoso, probablemente la boba por tanto sea yo, pensarán ustedes. Aunque más temprano que tarde llegaran las rebajas y acabáramos en saldos de compra-venta (depende de la opción que cada cual eligiera o le tocara); que está muy bien eso del cariño, cantaba el otro. En todo caso de vez en cuando y sin plantearme ni de lejos eso de matar o morir por amor si me gustaría vivir una pasional, que no trágica, historia de amor. Ese ni contigo ni sin ti al estilo  Richard Burton vs. Elisabeth Taylor, y no como la boba de Julieta que acabó suicidándose por Romeo. Al menos Liz, la de los ojos violeta,  se volvió a casar otras siete veces (¿o fueron seis?).

Creo que a todos nos debería corresponder al menos vivir una a lo largo de nuestra vida, como aquellos cinco (¿o eran quince?) minutos de fama. Seguramente, o no, aprenderíamos lo suficiente como para no repetir los míseros errores que arrastramos una y otra vez. La mía incluso tendría banda sonora, la discografía completa de esa inconmensurable dama llamada Paquita la del Barrio, a ella pues, en cuestiones de despechos no le gana nadie.

Recién sonaba “Tres veces te engañé”, mítica canción entre muchas de las suyas, y a mí que siempre he cerrado puertas y heridas en la más absoluta de las discreciones me entran tremendas ganas, tras unas Pacífico de más, de tener a un tipo delante y cantarle con auténtico sentimiento todas esas lindezas. Pero no tengo a nadie, por no tener no tengo ni oído, ni voz, ni sentimiento... y aunque busque y rebusque en mi pasado no lo encuentro, nadie se ganó mi odio, ni mi rencor eterno; nadie se ha hecho merecedor de ser tildado como una rata de dos patas, y qué lástima, que el mío haya sido el único corazón de hotel.





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